Lorenzo Meyer
Enero 07, 2019
El artículo inicial de la edición de fin de año de The Economist (22/12/18), aborda, una vez más, un tema que preocupa a la revista: el populismo. Como lo ha hecho antes, mete en la misma canasta a un conjunto muy heterogéneo de gobiernos, entre ellos el que preside en México Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
México está en el elenco que desespera a The Economist por la pretensión de AMLO de enfrentar al capitalismo global para “restaurar la soberanía económica de su país”. Es de suponer que el discurso y las medidas contra las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto, en particular la energética, no pueden ser bien vistas por un medio tan apegado a Adam Smith.
Como sea, desde la óptica de los partidarios de la globalización, el esfuerzo por recuperar algo de la menguada soberanía mexicana, hace que en nuestro país se dé un rasgo populista: el sentimiento de nostalgia por el pasado. Donald Trump, por ejemplo, se propone “hacer de nuevo grande” a Estados Unidos”. Xi Jingping está empeñado en un “sueño chino” que borre las humillaciones que Occidente le infligió en el pasado y recrear la “edad de oro” del imperio chino. Jaroslaw Kaczynski busca restaurar lo que supone son los viejos valores de la sociedad polaca. En fin, India o Brasil también buscan en sus respectivos pasados la respuesta nacionalista a males que suponen son derivados de la globalización y el neoliberalismo.
Desde luego, y eso hay reconocerle a The Economist, si bien no pone a Inglaterra en la canasta populista, tampoco la salva de haber caído en la nostalgia. El Brexit es producto de la añoranza por la época en que Gran Bretaña era un poder global que no había abdicado de su soberanía como sí ocurrió al entrar en la Unión Europea. En fin, que la insatisfacción con el presente explica que los grupos que se ven a sí mismos como perdedores de la época neoliberal y globalizadora, busquen en el ayer respuesta (ilusoria) a los efectos negativos e incertidumbres del presente.
Frente a los argumentos de The Economist, se puede sostener que el México que votó por un cambio en 2018, no se asemeja en su proyecto a los Estados Unidos de Trump o al Brasil de Jair Bolsonaro (tan deseoso de asociarse a Trump). En nuestro caso, quienes apoyaron el cambio mediante un voto claramente mayoritario, no intentan volver a un pasado, sino encontrar ahí inspiración para ganar un futuro inédito pero que se quiere sea mejor.
Es cierto que el logo del nuevo gobierno mexicano está formado por los rostros históricos de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas, pero eso no significa que se quiera que la actual República laica sea sustituida por otra donde una iglesia vuelva a estar en el centro de la sociedad, como era la intención de Hidalgo y Morelos. De ellos se rescata su valor y su lucha por la independencia y, en el caso de Morelos, por una sociedad menos desigual. De Juárez, su lucha contra los franceses y un emperador austriaco, pero no su dureza contra las formas de propiedad colectiva de los pueblos. De Madero se aquilata su valor para enfrentar a la dictadura porfiriana, pero no su obstinada negativa a reconocer el peligro que representaban los intereses creados del antiguo régimen. Del general Cárdenas se admira su entereza y sagacidad para aprovechar las contradicciones del sistema internacional y llevar con éxito la nacionalización del petróleo, así como su esfuerzo por saldar la deuda histórica con los campesinos vía la reforma agraria, pero no el lado corporativo de su política, que terminó por servir al autoritarismo priista y socavar los intereses de los grupos populares a los que se pretendió favorecer.
En buena medida, el carácter de los movimientos que surgieron como reacción a los efectos económicos y sociales del neoliberalismo y que han llegado al poder, es básicamente de derecha. El más significativo es el encabezado por Trump en Estados Unidos, y éste es un fenómeno muy distinto del mexicano.
En un artículo de Katherine Stewart (The New York Times, 31/12/18), se alerta sobre lo radical que puede ser el uso del pasado por parte de la derecha. Según Stewart, los grupos “cristiano-nacionalistas” norteamericanos han recurrido como inspiración a la figura del rey de los persas, Ciro El Grande, (600-530 aC), conquistador de Babilonia y que en la Biblia se predice su aparición para liberar a los judíos de la esclavitud a la que eran sometidos en esa ciudad (Isaías 44:28 y 45:1). Pues bien, para estos cristiano-nacionalistas, Trump es la reencarnación de Ciro y debe ser visto como enviado por Dios para liberar a Estados Unidos de su decadencia actual. Y así, entre más autoritario y destructor del “Estado profundo” se muestre Trump, más se reafirma esta creencia.
La reacción mexicana contra ciertos efectos del neoliberalismo, es muy distinta a la norteamericana, brasileña o polaca. La inconformidad mexicana proviene del deseo de liberarse de la corrupción, el autoritarismo, la inseguridad y la desigualdad extrema, pero sin buscar el futuro con una carta de navegación que nos regrese al pasado. El camino mexicano se propone metas realistas y relativamente modestas: corregir los innegables excesos del viejo régimen, pero sin pretender la restauración de ninguna “edad de oro”. Del pasado busca inspiración, no su reproducción.
www.lorenzomeyer.com.mx
[email protected]