EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dignificar el trabajo, tarea de la política

Jesús Mendoza Zaragoza

Mayo 03, 2021

Nuevamente, al igual que el año pasado, han tenido que suspenderse las manifestaciones públicas con motivo del Día Internacional de los Trabajadores, lo cual no ha permitido tomar el pulso a las condiciones laborales en el mundo y en el país, no desde las cifras oficiales o macroeconómicas, sino desde las voces mismas de los trabajadores. El clima laboral es decisivo para el desarrollo de un pueblo pues, aunque sigue vigente la creencia de que el capital y las inversiones constituyen el principal factor de la riqueza, ésta no es otra cosa más que producto del trabajo o, como decía Marx, trabajo acumulado, convirtiendo el trabajo y los trabajadores en meras mercancías. La economía de mercado dominante sigue difundiendo esta creencia y esta práctica, como condición para mantener la acumulación del capital en detrimento de su distribución entre los trabajadores.
La pandemia ha puesto a prueba todo, incluida la organización de la economía y las relaciones económicas y, específicamente, las relaciones laborales, que han resultado muy frágiles. El gran desafío que emerge sigue siendo la dignificación del trabajo y de los trabajadores, que requiere de condiciones objetivas y también subjetivas.
Las condiciones objetivas se refieren, sobre todo, a las empresas, a las legislaciones y a las instituciones encargadas de velar para que el trabajo tenga el reconocimiento adecuado y para que los derechos de los trabajadores sean garantizados, defendidos y protegidos. Esta es una tarea, primordialmente, del Estado, mediante la regulación de las relaciones laborales, que deben estar protegidas debido a que representan la parte más vulnerable en los procesos económicos. Se han dado ya algunos pasos positivos como el alza del salario mínimo y la eliminación del outsourcing o subcontratación. Hay que pensar en pendientes importantes como el subempleo y el desempleo, pues el derecho al trabajo digno no es aún efectivo. El resultado deseable de estas condiciones objetivas ha de ser la garantía del derecho al trabajo digno para todos, vinculado a todos los demás derechos humanos, que son indivisibles e interdependientes.
La vertiente de las condiciones subjetivas es tan importante como la de las objetivas. Con un trabajo digno, el ser humano tiene la capacidad de desarrollar todo su potencial y sus capacidades, pues el trabajo no es solo ocasión para ganar el pan de cada día sino también para su crecimiento integral como persona, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para asumir la corresponsabilidad ante la sociedad y para vincularse con el pueblo al que pertenece. Por ello, no existe peor pobreza que aquélla que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. Así es como la mejor ayuda a los pobres es contar con un trabajo digno que les haga capaces de liberarse de dependencias dañinas y capaces de valerse por sí mismos.
¿Cómo pedir a un desempleado que se reconozca como persona si no tiene el recurso al trabajo que le proporcione no sólo seguridad económica sino la seguridad de sentirse persona que ejercita su libertad, reconoce sus derechos y sus obligaciones y pone sus capacidades al servicio de los demás? ¿Acaso en este proceso electoral, no andan tantos mendigando un empleo amparándose en la influencia de políticos o líderes? ¿No es cierto que el desempleo convierte a las personas en vulnerables ante la política y que son proclives a la manipulación y a la instrumentalización y al abuso? Por eso, dar dinero a la gente tiene que ser siempre una medida provisional, debido a que el asistencialismo genera dependencia que puede ir en perjuicio de la dignificación de las personas.
El tema del trabajo tiene que estar firmemente vinculado con la educación. Más allá de la capacitación para el trabajo –hay que recordar que esa es la fórmula educativa del neoliberalismo, que prepara operadores para el mercado– hay que pensar en el desarrollo personal que incluye capacidades creativas, críticas, afectivas y de autotrascendencia. De esta manera, el trabajo tiene un horizonte más amplio que el económico, pues se asume como oportunidad para el crecimiento personal y comunitario, como una oportunidad de servicio al prójimo y como un vínculo estrecho con la naturaleza. La economía de mercado ha castrado al trabajo de su perspectiva humanizante, ya que lo arrincona como una actividad solamente económica, que muchas veces se vuelve depredadora del medio ambiente y de la sociedad misma.
A la política convencional le interesa mantener la vulnerabilidad económica de la gente, porque permanece controlable a los discursos demagógicos y a las políticas asistencialistas. Se requieren políticas públicas orientadas frontalmente a la dignificación del trabajo. Para ello, es necesario que, en las relaciones económicas, se le dé prioridad al trabajo como factor de la economía y del desarrollo y que, al mismo tiempo, la educación no solo prepare “empleados” y “obreros”, sino personas capaces de asumir sus responsabilidades históricas para una sociedad más justa y fraterna.
Nuestro pueblo necesita un impulso que le lleve a ir más allá de ser utilizado en aras de su supervivencia, que le lleve a ser competente para construir el mundo que necesita y para hacerse responsable de lo público; ese impulso lo puede recibir contando con un trabajo digno. Esa es la gran tarea de la política en relación con el trabajo, que aún no ha cumplido. Esta tarea puede realizarse desde lo local hasta lo regional y lo nacional. Escuchemos las propuestas de los candidatos y de los partidos en el presente proceso electoral. Ojalá que haya algunos que se animen a una transformación de fondo haciendo prevalecer la dignidad del trabajo sobre el dinero. Sean del partido que sean. A fin de cuentas, todos se parecen, porque el sistema político que tenemos no da para más.