Abelardo Martín M.
Marzo 13, 2018
Si se siguiera solamente lo que ocurre en el llamado Acapulco Diamante, se tendría que reconocer que Guerrero es un auténtico emporio, un “paraíso” no disfrutado por amargados, pesimistas o de plano gente que no tiene razón. Primero fue el Abierto de Tenis que congrega a lo más “selecto” de la sociedad mexicana, principalmente a la clase económicamente muy pudiente y uno que otro funcionario, como el secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz, confundido entre los miles de espectadores en palco de lujo, al igual que familiares del presidente Enrique Peña Nieto.
Después, la reunión de los banqueros que reúne a la flor y nata de los hombres de las finanzas, tanto de los sectores internacional, privado y público, para quienes la claridad de los números indica que el país va bien, con una economía en crecimiento permanente, con datos macroeconómicos que reflejan el “control”, pero que no reconocen la injusticia social, las carencias y el deterioro creciente en las condiciones de vida de las grandes mayorías de personas.
Puede afirmarse que la convención de bancos y Acapulco son siameses. Nacieron juntos y han pasado todo tipo de vicisitudes, desde la “nacionalización” de la banca, los cambios de gobierno, la incertidumbre foxiana, la amenaza comunista, la entronización del neoliberalismo, la advertencia de la venezolanización del país y la larga, larguísima crisis económica financiera que ha padecido México en los últimos 40 años.
Acapulco es el mejor ejemplo de esta crisis económica, de la descomposición política, social y financiero-económica. Sólo por el hecho de que los banqueros llegan al puerto en aviones particulares y comerciales, sin tener que transitar por lo que ahora se llama el Tradicional, es decir en donde los comercios, desde el Palacio de Hierro, y muchos miles más, han sucumbido a las amenazas del crimen organizado y el narcotráfico, porque Guerrero es presa de ellos desde hace años. Pero más aún de malos gobernantes y gobiernos débiles y ausentes que pretenden, como el avestruz, esconder la cabeza y creer que no pasa nada.
Muchas declaraciones que hablan de un Acapulco Disney o de un Disneyland Guerrero, pero más son los hechos que muestran la genuina realidad del principal puerto turístico mexicano, el de mayor tradición y glamour internacional, más aún que el que presumen ahora muchos centros turísticos que pretenden adquirir el abolengo de Acapulco.
Las declaraciones de los funcionarios de gobierno hablan de una cosa, pero la realidad muestra otra. El mejor testimonio es la distinción entre declaraciones y hechos que aparece todos los días en los medios de comunicación estatales. Los hechos hablan de muertos, ingobernabilidad, ausencia de gobierno y descomposición creciente política, económica y social. Pero los dichos de los funcionarios gubernamentales se refieren a otro mundo, no al que viven los ciudadanos de a pie, los que no viajan en aviones o helicópteros, que deben usar transporte público, que en sus vehículos particulares deben regresar a sus casas en horas cuando ya el mando lo tienen las bandas grandes y pequeñas.
Se aproxima la primavera y la Semana Mayor, para muchos el primer periodo vacacional del año, mientras en Guerrero las noticias de levantones, ejecuciones, desaparecidos y otros lamentables hechos provocados por el crimen organizado, siguen siendo abrumadoras.
No obstante, tanto en Acapulco como en el resto de los lugares turísticos del estado, el flujo de visitantes y la realización de eventos relevantes, distrae por momentos la atención para ubicarla en otras temáticas.
La reunión de los banqueros le permitió por ejemplo al gobernador Héctor Astudillo retomar su muy conocido optimismo, para aseverar que Guerrero ya no encabeza las listas de las entidades con mayor violencia, sino que ahora se ha colocado en un tercer lugar, por lo que ya no somos el punto ícono en ese rubro, y presumir el fortalecimiento de la actividad turística, que en las vísperas de la Semana Santa registra ya una ocupación hotelera del 80 por ciento en el estado, y en Acapulco de más del 85 por ciento.
Y aunque como es costumbre en la Convención Bancaria, que este año cumplió veinticinco años consecutivos efectuándose en el puerto, la inauguración corrió a cargo del presidente de la República, el interés general se concentró en escuchar a los seis aspirantes presidenciales que los ciudadanos encontrarán en su boleta electoral en julio próximo, lo que ocurrió por primera vez a nivel nacional en un mismo evento.
Un día estuvieron los llamados independientes, Margarita Zavala, Armando Ríos Píter y el gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón. Al día siguiente quienes traen tras de sí el apoyo de partidos y coaliciones, José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador.
Por supuesto, fueron éstos los que más atrajeron los reflectores, comentarios y reacciones de los interesados en la vida política del país.
Los medios consignaron que entre los hombres del dinero el mejor arropado e identificado fue el candidato priísta, que no en balde ha sido en dos ocasiones secretario de Hacienda.
Una percepción extendida es que Ricardo Anaya desaprovechó el foro al centrar su intervención en su denuncia del uso político de la PGR en su contra, luego de las acusaciones que se han ventilado contra el panista por su inexplicable y veloz enriquecimiento.
Y probablemente la frase más difundida de la Convención es la prevención de López Obrador, en el sentido de que “si se atreven a hacer fraude yo me voy y a ver quién va a amarrar al tigre”.
Pero mientras Meade y Anaya retornaron a la Ciudad de México luego de sus intervenciones ante los banqueros e incluso, consignaron diversos medios, coincidieron en su vuelo de regreso, López Obrador aprovechó su estancia en el puerto para reunirse con la estructura de su partido Morena, y urgirles a que intensifiquen su trabajo electoral, pues esta entidad es la que presenta más retraso en la organización de su movimiento. Y si no hay organización se impondrá el fraude, advirtió a sus militantes.
Pero las elecciones aún están lejos, a más de tres meses y medio, y por lo pronto lo que continuará distrayendo a Acapulco y al estado es la Semana Santa, tradicionalmente junto con la temporada de Año Nuevo, el momento en que el turismo abarrota playas y hoteles y que con el resguardo de policías y militares, pareciera que el paraíso es todavía posible.
Pasadas las fechas, disminuida la presencia policiaca, de vuelta la delincuencia por sus fueros, la cruda realidad se impondrá… como siempre.