Rubén Aguilar Valenzuela
Octubre 10, 2018
Los políticos, como cualquier otra persona, pueden llevar la vida que quieran, siempre y cuando respeten las leyes. De eso no hay duda. Es también claro que ellos, por la profesión que ejercen, están obligados a un estilo de vida que corresponda a su nivel de ingreso y que no ofenda a la sociedad.
El estilo de vida de los políticos debe ser no sólo honrado, sino transparente y austero. Todos los profesionales requieren llevar una vida honrada, pero no necesariamente transparente y austera. Eso es propio de los políticos.
Es así, porque reciben su ingreso de los impuestos de los contribuyentes y ejercen una función de carácter público a favor de toda la sociedad. No es el caso de los otros profesionales que realizan su trabajo pagado por el servicio o bien que ofrecen a sus clientes.
La sociedad demanda de los políticos un estilo de vida caracterizado por la honradez, la transparencia y la austeridad. La sociedad castiga, con su crítica y el voto, a los políticos que a su juicio no se comportan en el marco de estos parámetros.
En el político, la transparencia implica la rendición de cuentas ya que su ingreso, también los recursos que administra provienen de los contribuyentes. No son suyos. Pertenecen a quienes pagan los impuestos.
Cuando los valores del político son la corrupción, la opacidad, el despilfarro y la frivolidad, todos antivalores para la sociedad, se convierten, con razón, en blanco del ataque de los ciudadanos porque éstos se sienten robados y defraudados.
Cuando los políticos critican a los otros políticos, por no tener el estilo de vida que les corresponde, ganan la simpatía y el apoyo de la sociedad. Ésta se siente representada por ellos en su enojo y malestar que, sin duda, son legítimos.
Y cuando estos mismos políticos, todavía van más allá, pregonan de manera pública que ellos sí van a cumplir los valores que deben guiar al político y seguir el estilo de vida que les es propio, reciben el apoyo ciudadano expresado en la adhesión y el voto.
Estos políticos, en ese momento, establecen un nuevo estándar, que siempre debió existir, para que la sociedad mida su comportamiento público y privado. La vida del político, como la de toda persona, es una. No se puede ser honrado en el ejercicio de la tarea pública y luego corrupto en la privada. No existe esa posibilidad.
El político que de manera pública dice que va a ser diferente a los que lo antecedieron, pero ya en el poder se comporta como ellos, provoca en la ciudadanía un redoblado rechazo porque a su falla ahora se añade el engaño y la traición.
A los ciudadanos la doble moral de muchos políticos indigna de manera especial. Le molesta que digan una cosa y luego hagan otra. Que pregonen, por ejemplo, la austeridad como un gran valor y luego no lo sean. El político pasa a ser, entonces, también un hipócrita.
En el sentido del vocablo original griego que define al actor de teatro. El actor representa al personaje que no es. Después, los mismos griegos utilizaron el término hipócrita, para señalar a aquellas personas que fingen cualidades, sentimientos y virtudes que no tienen. Así también se entiende en el español.
Twitter: @RubenAguilar