Silvestre Pacheco León
Diciembre 13, 2021
Lo conocí durante la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en la Costa Grande y aunque vivía en el Coacoyul, municipio de Zihuatanejo se le identificaba con los activistas de su natal Coahuayutla quienes viajaban de la sierra junto con sus paisanos de Nueva Cuadrilla a las movilizaciones.
Don Josué Mercado formaba parte del contingente campesino que se movilizó desde el inicio de los grandes cambios políticos que vivimos, y aunque nunca formó parte del PRI como la mayoría campesina, lo hizo convencido de que el régimen priísta debía cambiar, por eso se cuenta entre los fundadores del PRD y de Morena, partidos en los que militó siguiendo la causa social de la izquierda.
Cuando murió el pasado lunes se contaba dentro de los miles y fieles seguidores de Andrés Manuel López Obrador de quien admiraba su entereza confiado en que llevaría a feliz término las transformaciones sociales que ofreció en su campaña.
Después del fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 nos vimos nuevamente en las filas de la revuelta defendiendo los triunfos electorales del PRD contra la represiva actitud del gobierno del estado en los años noventa.
En su casa de la parada del cerrito recibió a los heridos de Nueva Cuadrilla y de su pueblo El Naranjo, apaleados por los policías antimotines el 30 de enero de 1990 cuando con mal cálculo se pretendía tomar el aeropuerto internacional para presionar por el reconocimiento de los triunfos perredistas.
En ese ambiente nació nuestra amistad y Palmira y yo nos hicimos sus compadres fungiendo como padrinos en la boda de su hijo el mayor.
Muchas tardes pasamos en el corredor de su casa en pláticas interminables sobre sus experiencias de vida y fue la pandemia lo único que nos limitó solo a las llamadas telefónicas, cuando también sus males crónicos se agudizaron muriendo el lunes pasado a los 88 años de edad.
A veces caminábamos por su huerta de cocoteros sembrada en parte con árboles de mangos Ataulfo. En época de cosecha no me perdía la oportunidad de visitarlo. Saborear la refrescante agua de coco, los mangos dulces y carnosos con las ciruelas agridulces eran parte de ese ritual.
Mi compadre era una persona distinguida que gozaba de todas las confianzas del dueño de la finca rural que administraba. Eso se lo hacía saber don Ezequiel Padilla Coutollenc, hijo del guerrerense del mismo nombre que fue candidato a presidente de la República en 1946 y perdió frente a Miguel Alemán.
Ya jubilado don Josué dejó el campo donde vivió como ermitaño largos años de su vida, solo en la compañía de su familia, y se fue a vivir al Coacoyul donde se dedicó al cuidado de su huerta a la orilla de la carretera federal.
Murió sin olvidar a su pueblo El Naranjo que ha vivido marginado y en la pobreza, con un camino rural mal hecho y la carencia casi total de agua.
Un día de los fieles difuntos lo acompañé para visitar el panteón donde se enterró a su mamá y en el camino me platicó que uno de los momentos más tristes de su vida en la que renegó de la pobreza fue su imposibilidad de estar a tiempo con ella en su lecho de muerte porque no tuvo dinero para pagar el pasaje que lo llevara a su lado.
En su juventud mi compadre trabajó como correo del servicio postal. Iba de pueblo en pueblo llevando las valijas con las cartas, hasta que se convenció que ahí no tendría porvenir diferente.
Don Josué era de un gesto un poco desdeñoso sin ser desagradable, pero también respetuoso y atento, fiel al partido. Recuerdo que dejó el PRD cuando no se le permitió su presencia en una sesión del comité municipal. No le pareció suficiente el argumento de que solo podían estar presentes los integrantes de la dirección cuando él había sido siempre un distinguido militante de asistencia puntual a todas las reuniones.
Pero ese maltrato no le quitó solidaridad para continuar apoyando las iniciativas de la izquierda.
En su vida personal seguía las reglas de Eduardo del Río (Rius) para tener una vida sana, sin excesos. No supe si de joven era tomador como la mayoría pero lo conocí siendo abstemio, ateo y poco asiduo a las fiestas.
Tomaba baños de sol y mucha agua de coco. Comía determinadas plantas del campo para prevenir enfermedades. Tenía sus enjambres de abejas que además de miel decía que le proveían de piquetes para prevenir no recuerdo que clase de padecimientos.
Sobre el tema de las abejas me platicó que un día a punto estuvo de ser víctima de un ataque de africanizadas. Andaba solo en el campo buscando una vaca cuando se topó con un enjambre. Dijo que instintivamente sacó su pistola para defenderse cuando cayó en la cuenta de que con las abejas nada podía hacer más que hacerse el muerto para poder sobrevivir.
En otra ocasión fue víctima de un asalto en su propia casa una noche en la que solamente él y su esposa, mi comadre Rita, se encontraban. Salieron ilesos porque mi compadre no pudo echar mano de su pistola.
“A lo mejor hubiéramos muerto pero nos íbamos a defender”, afirmaba todavía con coraje cuando me lo contó.
No pasó mucho tiempo cuando también la maña intentó extorsionarlo. Dice que ya había oscurecido esa tarde cuando llegó hasta la reja de su casa un chamaco con un pliego de cartoncillo que le dejó en la mano. Él lo tomó pensando que se trataba de un papel sin importancia y lo dejó sobre la mesa sin fijarse del contenido hasta que había pasado el plazo que le fijaban para que les entregara una cantidad de dinero y desde entonces tomó sus precauciones trayendo siempre a la mano su revolver Smith and Wesson.
Las grandes aficiones de mi compadre eran la lectura y la búsqueda de tesoros. Dejó de leer cuando la enfermedad acabó con su vista, pero siempre insistió en conseguir compañero para recorrer el cerro de La Silleta de su natal Coahuayutla en busca del tesoro guardado por la guerrilla que en la época insurgente escondía el oro y las joyas que quitaba a las diligencias españolas.
Sobre ese tema mi compadre tenía libros y aparatos que usaba en su búsqueda de tesoros, por eso fue feliz el encuentro que tuvo con Pedro Pineda de Barrio Viejo, otro campesino de la misma afición con quien platicaban largamente sobre experiencias conocidas y acerca del riesgo de fracasar en la empresa si se sucumbe a la envidia que es la enfermedad que guardan los tesoros y yo agregaba que eso mismo cuenta la novela de El tesoro de la sierra madre del sur, de B. Traven donde los buscadores de oro terminan matándose.
Cuando mi compadre renunció al PRD secundó las iniciativas ambientalistas que promovimos a principios del presente siglo. En su huerta echamos a funcionar un centro de composteo encaminado a reforzar la propuesta educativa de separar los desechos orgánicos de nuestra ciudad para elaborar abono mediante el método de composteo.
De esa iniciativa dan cuenta ahora crecidos y frondosos árboles maderables de caoba, cedro y roble plantados en la cerca de su huerta como recompensa por su apoyo.
Mi compadre murió el pasado lunes sin que concretáramos el mutuo propósito de vernos nuevamente y ahora desde fuera del estado le rindo homenaje recordando su vida como parte de mi propia experiencia.