EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dos alemanas negras 

Federico Vite

Febrero 09, 2016

El hombre de nieve (Traducción de Emilio José González García; Akal, España, 2009, 238 páginas), de Jörg Fauser, es uno de esos libros que hacen pensar en la potente fuerza expresiva de las novelas negras, porque a veces uno suele creer que la mercadotecnia ha gastado lo salvaje de esos textos en los que la humanidad se expresa oscuramente, lascivamente.
Fauser estuvo lleno de mitos, pero conocía muy bien el tema de sus libros: el mal. Fue ensayista, poeta y periodista. Tuvo una serie de recaídas por alcohol, una recurrente adicción a la heroína. Su trabajo en general mantiene un fuerte vínculo con el movimiento beat. Murió a los 43 años.
Este clásico de la novela negra alemana expone con soltura la imposibilidad de ganarle a los grandes distribuidores del tráfico de estupefacientes. A Blum, protagonista de esta historia, le roban sus revistas pornográficas. Persigue su mercancía desde Malta hasta Alemania y, por capricho del destino, encuentra dos kilos y medio de cocaína peruana, pura, lista para venderse al mejor postor. ¿Realmente tuvo un golpe de suerte? La paranoia en el relato comienza cuando Blum intenta colocar la cocaína con los distribuidores pequeños de drogas en Múnich. Recorre varios países de Europa poniendo a salvo su seguro para el retiro, pero como todos sabemos: no será posible una solución favorable para ese hombre.
El hombre de nieve no busca hacer una radiografía de los puntos de venta de ciertas drogas en Europa, sino que narra sin amaneramientos de estilo (sin que el protagonista se haga el chistosito e intente convencer al lector de que se trata de un macho alfa) cómo, en el mundo del hampa, lo fácil es realmente lo único que da desconfianza. Durante varios pasajes de la trama se nota la presencia soslayada de un aparato de inteligencia alemana que para bien del relato comienza a cobrar fuerza y otorga el giro idóneo para resolver el núcleo compacto, duro, profundamente masculino de la novela.
En cuanto al estilo, Fauser está cerca de Dashiell Hammett. El alemán no es un esteta de la prosa ni un sicólogo del hampa; se limita a contar una historia y el protagonista crece, habita la puesta en abismo, usa los elementos que dotan de realidad una potente novela negra, porque en el fondo, Fauser nos detalla algunos aspectos del rostro enfermo de las sociedades de primer mundo. Vemos desfilar a musas rotas, una que otra femme fatale que se regodea con la certeza de ver en la corrupción del protagonista la eternidad de los paraísos artificiales.
El lector notará que Blum, más que una sombra borrosa del sistema judicial alemán, es un tipo que teme afrontar su destino. Se siente frustrado, trasmina el rencor hacia el otro: se supera creando nuevos fracasos para mantener su nivel de decadencia. Al final, tendremos la respuesta para el fracaso personal, una certeza grande, como el odio que profesa Blum por todos los acomodados en la sociedad, por todas las mujeres hermosas que nunca lo observaron, por todas las personas que han hecho de un hombre un niño miedoso.
A contra pelo del rencor social casi latinoamericano de Fauser, Si los muertos no resucitan (Traducción Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. RBA, España, 2009, 512 páginas), de Philip Kerr, podría definirse como una novela blockbuster, pues está hecha para ganar la atención de millones, sí leyó bien, millones de personas. Este documento muy bien documentado narra una etapa manida de la historia alemana, pero para regocijo de los lectores, el autor centra la novela en la sospechosa designación de Berlín como sede los Juegos Olímpicos de 1936. Bernie Gunther, distinto a Blum, es una especie de James Bond que lo mismo liga rubias guapérrimas que golpea con temible fortaleza a los policías de la SS. Gunther abandonó la KRIPO (Policía Criminal Alemana), trabaja como guardia del hotel Adlon e investiga un presunto asesinato en un contexto antisemita. Como segundo eje narrativo, se detalla el verdadero negocio, la esencial competencia de los Juegos Olímpicos.
Estructurado en dos partes (la primera dedicada a la Alemania nacionalsocialista y la segunda desarrollada en La Habana de Batista, en 1954), el lector presencia escenas de amor, balaceras, pleitos a mano limpia, persecuciones y una intriga internacional descubierta por una pareja (chico rudo y detective), pero las cifras e intereses de esos jugosos negocios entre nazis y gangsters estadunidenses tendrá una resolución fuera de las primeras páginas de los diarios internacionales. La valía de este libro, más allá de la historia de un tipo enamoradizo, es la asombrosa reconstrucción temporal de dos ciudades: Berlín y La Habana. El paso de la vida en ellas.
Kerr trabaja, en realidad, la novela histórica, pero como guía de esas ciudades y atracción de lectores crea un personaje que no es detective pero realiza algunas investigaciones. No hay nada malo en ello. Apuesta por una de las vetas del marketing de la novela negra: trabajar someramente la sicología de los personajes y contar la serie de acciones que aparentemente funcionan como atracción de circo hasta el número final, la resolución del caso. No hay nada malo en ello. Si los muertos no resucitan es una forma de entender la literatura como la extensión mercadológica de un hecho narrable y espectacular, no precisamente intenso, aunque sí sui generis: pues el telón de fondo de la intriga se afinca en el deporte, aunque posteriormente en Fidel Castro y en el mítico Ernest Miller Hemingway. Para estas alturas del libro, uno tiene claro que la intención de Kerr no es más que la de entretener. El protagonista de Si los muertos no resucitan terminará con una historia de corrupción viendo el mar Caribe.
Kerr es uno de los autores que trabaja, digamos, por franquicia: se sube a un personaje que comienza a dar vueltas por el mundo y listo. Es como una especie de telenovela. Pero no hay por qué asustarse, David Lagercrantz resucita la serie Millennium, de Stieg Larsson, con Lo que no te mata te hace más fuerte. Otro caso es Benjamin Black (seudónimo de John Banville para la novela negra), quien recuperó a Philip Marlowe o Sophie Hannah que relanzó a Hércules Poirot. Nada grave.
Kerr radica en Londres. Estudió la licenciatura en Derecho, pero terminó dedicándose a la escritura. Fue redactor publicitario en compañías como Saatchi y se consagró como “escritor de tiempo completo”, así lo denomina, a raíz de su primera novela negra titulada Violetas de Marzo, de la saga Berlin Noir, protagonizada por Bernie Gunther. Su apuesta es hacer de la novela negra un paisaje, veamos hasta dónde logra otorgarle plasticidad a este género literario. Que tengan buen martes.