EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dos aproximaciones insospechadas al daño

Federico Vite

Marzo 21, 2023

El trabajo de los narradores siempre es un intento por representar, tanto en el nivel simbólico como en el físico, universos personales. Algunos de ellos logran traducir muy bien el humor del presente. Bajo esa óptica resulta interesante posar la mirada sobre dos libros publicados recientemente. Uno, escrito por una mexicana, Fulgor (España, Salto de Página, 2022, 128 páginas), de Alma Mancilla, pone en perspectiva la historia de Eva, una estudiante de antropología que acaba de tener un aborto y para darle continuidad a la vida decide ir a una comunidad indígena, cerca del volcán, a realizar encuestas e iniciar una investigación de campo para recabar datos sobre ese asentamiento poblacional.
La narración es contada por Eva en primera persona del singular. Gracias a esa elección el lector ingresa a la proposición de la autora, quien coloca a la protagonista en una situación límite. Está sola, tiene una alteración nerviosa y un gran malestar familiar que sumado a la incomodidad personal se acerca al colapso. Mancilla da cuenta del periplo emocional y físico de una mujer que es tomada por una criatura de igual manera que el profesor que la sedujo. Es decir, una criatura ancestral la tomó como presa igual que un hombre. Lo mítico y lo humano ven a la mujer como una posesión.
Durante la estancia en la comunidad, Eva vive en una cabaña alejada de la iglesia, el mercado y las oficinas de la junta auxiliar. Hay una biblioteca en el pueblo. Quizá no sea el rasgo de mayor verosimilitud de la novela, pero permite aterrizar algunos asuntos relacionados con la idiosincrasia de los pobladores. En los libros de ese recinto encuentran referencias a un ser que podría considerarse una bruja. Esa presencia recuerda a las lechuzas, pero su tamaño es superlativo. Eva también ve mujeres que flotan. Asiste al funeral de un niño; después vislumbra la cabeza cercenada de un hombre. Esos hechos violentos acentúan la gravedad física de la narradora, quien descuida su higiene y atuendo, quema las libretas donde hizo la investigación de campo, incendia el colchón que usó e incluso tira su ropa. Desnuda, lista para una ceremonia, queda en el suelo, al amparo de una criatura que la posee frente al volcán.
En Fulgor el mal está en el exterior y acecha en todo momento, de distintas maneras, pero los dispositivos del mal siempre se ponen en marcha de manera colateral, sugestivamente, aludiendo a un plano simbólico que repercute en lo físico y siempre en perjuicio de la mujer.
Enunciado desde México, por una mujer, este libro adquiere una mayor resonancia porque pone sobre la retícula textual una denuncia codificada decorosamente desde la estética del terror. La autora observa desde otro ángulo esto que nos devora. La literatura de terror representa muy bien lo real y caótico de un país como México, donde todo el territorio es caldo de cultivo para el daño.
De qué otra forma podemos representar nuevos monstruos. Lo atractivo de Fulgor es eso: la sugerencia de cómo operan esos monstruos que abusan y laceran a las mujeres.
El otro libro en cuestión es Un verdor terrible (España, Anagrama, 2020, 224 páginas), del escritor chileno Benjamín Labatut. Se trata de una colección de relatos cuya puesta en abismo es la labor de los científicos que descifran enigmas. Habla de esos humanos que traducen los abismos en fórmulas. Son diálogos en el idioma del universo.
Las historias están inspiradas en la realidad, en biografías reales e ideas reales, pero ahormadas en un constructo literario (relato) que los conduce esencialmente a la ficción. Insisto, cada texto es ficción, aunque los datos y los personajes sean reales; los hechos narrados son verosímiles, pero el núcleo es ficción. Esos hechos están ahí para dibujar el misterio, para seducir al lector, para agrandar la comprensión de la genialidad.
El texto que más llamó mi atención es el que inaugura el volumen. Me refiero a Azul de Prusia. Parece una enumeración descriptiva de los errores y aciertos de ciertas personas que han consumado el tono esplendente del azul prusiano, pero esa deriva conduce por senderos temibles que dotan de un aura mucho más tétrica, más humana, a la creación de ese pigmento artificial y expone su lado oscuro. De acuerdo con una entrevista que Labatut concedió a la BBC, el autor señaló que ése era el único texto que literalmente se consideraría una transcripción de la realidad, pero tiene un núcleo de ficción que anuda todo: es decir, la ficción es el cambio de vías que van desde el químico Heinrich Diesbach hasta el temible científico Fritz Haber. Indicó también que es un relato nacido del azar: “Es una deriva, y la redacté con un método musical, parecido al que usa el escritor austriaco W. G. Sebald, en el cual sigues un hilo de la historia y luego trenzas; todo eso apunta hacia una extraña coincidencia, como si estuvieras descubriendo un sentido oculto tras las cosas”.
Labatut inicia el relato hablando del proceso químico del azul de Prusia y termina perfilando a Fritz Haber, el padre de la guerra química. La belleza del azul conlleva la novedad bacteriológica de la guerra. Aborda el resplandor artificial de la letalidad. Su veneno. Ese proceso resulta asombroso y temible. Hablo de una contemplación fascinante.
En los otros corpus literarios se explora la genialidad como expresión de la locura, como si los santos y los científicos tuvieran el mismo sendero místico y peripatético para llegar a la meta vital. Hay algunos elementos repetitivos, casi canónicos, en los que la vivencia mística conduce a una resolución científica.
En Los borrachos, de Antonio Álamo, se aborda la responsabilidad de la ciencia en el devenir de la humanidad. El tema principal de esta pieza teatral es la discusión sobre la legitimidad de la ciencia en ciertos casos. Permítame enunciarlo con una pregunta, ¿es lícito un descubrimiento tal como la Bomba A, si con ello hay que masacrar a todo un pueblo? Pero la pregunta con Labatut sería más atractiva, ¿consideraríamos lícito masacrar a 200 mil seres para finiquitar una guerra, de lo contrario sólo quedaría un verdor terrible, lo opuesto al azul de Prusia?
El anima mundi de los textos de Un verdor terrible está cerca de la proposición de El contable hindú, de David Leavitt, novela en la que las matemáticas y su expresión se maduran enigmáticamente para reducir a la imposibilidad al grado de tarea escolar.
Cuando un autor describe la excentricidad de los científicos siguiendo un mismo patrón de “genialidad” puede tener relatos con cierta monotonía, pero Azul de Prusia, créame, tiene esa aura de renovación que podemos encontrar, por ejemplo, en Dochera, del también chileno Alberto Fuguet. Estamos ante un libro de relatos atípico que se deja leer muy bien, sobre todo ahora que la mayoría del mercado editorial está volcado en darle juego a otras cosas que no son precisamente lo que buscan los lectores de literatura: hallazgos.