EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dos laboratorios narrativos

Federico Vite

Octubre 02, 2018

Si algo ligero (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2017, México, 84 páginas), de José Luis Prado, es una novela que explora dos tópicos de los escritores: el viaje y el florecimiento de lo literario. El cómo y bajo qué circunstancias nace la voluntad para ejercer la literatura. Esos son los motores de un discurso que de manera afortunada está expuesto en este volumen.
El autor pone a funcionar la trama en una suerte de espejeo constante y en ese reflejo los personajes y sus deslizamientos, todo eso enramado, la trama misma pues, se descubren ampliando la propuesta estética: una reflexión sobre la escritura misma. Digamos, grosso modo, que se trata de una inquietud ontológica, ¿para qué lo literario? Es un pregunta tozuda y muy pesada para un martes por la mañana, pero es el tipo de interrogante que todo autor serio debe plantearse, ¿para qué escribo? La respuesta suele ser muy distinta, algunos dirán que para la fama y la fortuna, otros encontrarán la respuesta en una inagotable fuente de libros; otros más dirán que así ganan amigos. Cosas veredes pues, pero escriben y me temo que su sino es la insatisfacción.
Pero volviendo al punto, este libro modula, desde el título, los tonos y paisajes (sería mucho mejor dicho escenarios, pero soy rupestre), para reproducir la lectura que hizo de Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino; es decir, Prado creó un contexto que reconsidera las estrategias de organización textual para estructurar atípicamente el discurso literario. Apuntala y ensambla el relato, y adquiere movilidad cuando pone en marcha el leitmotiv del volumen: el viaje y la literatura, vasos comunicantes del libro que propician el equilibrio del texto. Pero siendo ambicioso, el autor explora varios registros en los senderos narrativos de Si algo ligero para que sus personajes se vean obligados a reflexionar, a veces vertical, a veces tangencialmente, sobre el verdadero sentido de escribirle a alguien, a sí mismo, al mundo. Es decir, ¿escribir para qué? Insistiré mucho en ello.
Prado alude constantemente a la noción de un viaje (las emociones descubiertas en él), y los obstáculos o metas logradas en esas excursiones, mide los trayectos por estados de ánimo (en cierta forma diagrama la vitalidad de los personajes con sus desplazamientos), y estos se reproducen en los discursos que pueblan la novela.
Pienso en la doble vista de algunas partes de la novela, en los cuerpos textuales que finalizan como cuentos, aunque en realidad se trata de cortes capitulares y esa presunta unidad cerrada propicia la continuidad del tema, marca el cambio de escenario y de la voz narrativa que expande las resonancias de la reflexión literaria. Es algo parecido a las series televisivas, donde cada episodio es unidad cerrada que edifica poco a poco el todo del discurso. Se trata finalmente de los efectos de la acumulación y lo que se trasmina es el tema.
Finalmente, toda esa atípica organización narrativa otorga solidez al relato y define la propuesta del autor. No está de más pensar que esta organización textual también se trata de una manera poco usual de crear suspenso. Concluyo: Si algo ligero es un artefacto para reflexionar sobre la literatura; sobre la distancia, esa ruin página en blanco.
Motel Bates (Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 74 páginas), de Yussel Dardón, revisita un inmueble clásico, adorable para quienes frecuentan las hórridas expresiones de lo humano. Psicosis (1959), novela del escritor Robert Bloch, se fundamentó en las atrocidades de Ed Gein, un asesino de Wisconsin, quien usaba los cadáveres para hacer lámparas, tazas, cajas. Las visiones y las filias de un asesino son reelaboradas por Alfred Joseph Hitchcock para crear una obra monumental: Psicosis (1960). Estas formas de tramar lo macabro sirven de plataforma para que Dardón nos muestre los interiores de un edificio (la psique), a partir de ficciones breves que por acumulación (el libro me recordó mucho las características métricas para darle fuerza y ritmo a un poema de largo aliento), estructuran un corpus que no precisamente está relacionado con el suspenso ni con el horror, sino con la irrupción del humor negro. Es decir: monta y desmonta la cotidianidad de un hotel animado por espectros. Dota de tensión dramática los textos gracias al manejo del suspenso (empresa superlativa tratándose de Hitchcock), es decir, ¿cómo puede sostenerse un libro como este con la inercia de los personajes vistos y leídos en Psicosis? Para ello, el autor afina la mirada en asuntos mínimos (detalles), pero, ¿cómo es eso? Dardón nos explica en ‘Apunte’: “Lo mínimo puede ser causa de un gran suspenso […] Así, entre los cambios del blanco y negro al technicolor descubrimos el detalle, el guiño que si captamos nos volverá cómplices […] El suspenso es detalle y reflexión, causa y efecto”.
En suma, utiliza las tenebras y la sangre para montar el escenario en el que aparecen magos maléficos, observadores gustosos del caos, el propio Hitchcock, Norman, Marion, Argobast, un fantasma, un vendedor de autos, la voz de un anunciante, Bloch, John L. Rusell, Saul Blass, Bernard Hermann, todos ellos se ponen en marcha en cuanto ingresa el lector al mausoleo, esa es la experiencia de lectura de quien pasea la vista por este volumen que reproduce un contexto y lo resignifica, no solo ofrece una continuidad a lo ya dicho y acotado por Bloch y por Hitchcock.
Motel Bates tuvo la fortuna de recibir el premio Julio Torri 2012. El jurado estuvo integrado por Armando Alanís, Francisco Haghenbeck y Guillermo Samperio. Que tengan un otoñal martes.