EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dos postales de un paisaje conocido

Federico Vite

Agosto 21, 2018

Hace tiempo que no me atrapaba tanto un libro de no ficción como Chicas muertas (Random House Mondadori, Argentina, 2015, 187 páginas), de Selva Almada. La escritora paga una deuda con la memoria, indaga por su cuenta dos homicidios y una desaparición, delitos que encendieron las alarmas de la violencia de género en los años 80 del siglo pasado en la provincia de Argentina. Se trata de tres casos impunes que se dieron a conocer desordenadamente en la radio y en la prensa, no tuvieron un impacto mediático superlativo, pero la pesquisa de Selva (charlas con familiares, revisiones de los casos y las conversaciones con los amigos de las difuntas y la desaparecida) es asombrosa porque revela una serie de suspicacias atemorizantes. Pareciera que los perpetradores de los asesinatos y la desaparición recibieron ayuda de muchos cómplices.
El trabajo de Selva conmueve porque es una investigación infructuosa en cuanto a la resolución de los casos, vamos, ni siquiera una diletante de la cartomancia es capaz de ofrecer una explicación sensata a las tragedias reseñadas en este libro que le dio enormes satisfacciones a la autora, quien consultó los expedientes, revisó la prensa de la época; habló con los familiares, con los jueces, con los amigos y los ex novios de las chicas muertas. Después de eso, el tema estuvo dándole vueltas en la cabeza. Escribió esta novela de no ficción con una sola regla: el texto está limitado a lo que sucedió y el bordado, digamos, la trama entre los hechos, pisa el terreno de la especulación literaria. Establece conexiones entre los testimonios aparentemente dislocados, pero nunca rebasa el límite impuesto por los acontecimientos; es decir, no avienta las pruebas y teje una ficción al respecto.
Chicas muertas narra el asesinato de dos adolescentes y la desaparición de una muchacha en un contexto definido, los años 80 del siglo pasado, cuando Argentina volvía a los senderos de la democracia. Todo era un sueño, aunque la realidad dictara otra cosa.
El primer asesinato es el de Andrea Danne, ocurrido en Entre Ríos. Fue apuñalada en su cama mientras los padres dormían en la habitación adyacente. Este es el caso que obsesionó a la autora; de hecho, gracias a Andrea nace este libro. El motivo y la ejecución del asesinato es una duda persistente aún.
El segundo suceso es el de María Luisa Quevedo, de Sáenz Peña, en Chaco. Se trata de una adolescente de 15 años que no regresó de su trabajo; más tarde encontraron su cadáver. Fue violada y estrangulada en una represa cercana a un lote baldío, entre montones de basura.
La tercera víctima es Sarita Mundín. Una prostituta que mantenía a su hijo, a la madre enferma y a una hermana. Era el pilar de una familia. El hecho ocurrió en Villa María, Córdoba. Salió a dar un paseo con su amante; después de eso nadie supo qué pasó con ella. Se presentó la denuncia por desaparición y la policía entregó a la hermana, después de una serie de pesquisas extrañas y torpes, un montón de huesos (tibia y peroné, aparte del cráneo) para que dieran por muerta a Sarita, pero al realizar la prueba técnica del ADN (una batalla cansina para la hermana de la desaparecida) a los restos de ese cadáver, la sorpresa fue que no se trataba de Sara, ¿quién era esa difunta? Tampoco se sabe. Es otra de las tantas personas muertas, sin nombre, en la provincia de Argentina.
Sara permanece en calidad de desaparecida. Aún hay muchas versiones sobre el paradero de la chica, aunque el resultado es el mismo: no saben dónde está ni por qué se fue. Vaya, no saben si está viva, pero todos suponen que ha dejado esta planeta desde hace mucho tiempo.
Sumado a todo ello, un contexto específico en el que el machismo está perfectamente definido y descrito como algo habitual, Selva, aparte de dar cuenta de tres casos que no tuvieron la resonancia que hoy tendrían en los medios de comunicación o en las redes sociales, abre nuevas ramificaciones de la violencia en contra de las mujeres: relata algunos sucesos, recuerdos, historias de chicas golpeadas, maltratadas, mujeres que soportan situaciones violentas o amedrentamiento. Explica de manera afortunada los motivos de algunos feminicidios y la práctica constante de estos. El libro es una gran denuncia y literariamente está muy bien cuidado.
En cuanto a lo técnico, también encuentro hallazgos. Por ejemplo, la elección para la voz narrativa. Cuenta la historia en primera persona y en tercera para generar un acercamiento y posteriormente una distancia de lo narrado. Evita el ramplón alegato a favor de las buenas intenciones, a la corrección política y el aleccionamiento moral que tanto daño hacen a trabajos como este. Modula muy bien el tono del texto.
La narradora en primera persona nos permite sentir a un personaje más (de verdad, sentir a la autora) y aunque eso se dice bien fácil, se necesita arduo empeño con la prosa para lograrlo. La intención de Selva es mostrarse como un personaje del relato y señalar la fortuna que tuvo, pues sigue viva. Es decir, las chicas muertas protagonizaron sus tragedias por el simple hecho de que son mujeres. Así que la autora enfatiza, aunque suene pomposo, su privilegio de seguir viva a pesar de ser una mujer interesada por la muerte de otras mujeres.
Usa la tercera persona del singular para destacar ciertos hechos relacionados con el abuso de otras muchachas y ese recurso le permite agregar nuevos actantes que trenzan la historia de las tres chicas con muchas otras. Selva revela un daño enorme en la provincia de ese país. Ofrece al lector una denuncia que abruma: En Argentina siempre hemos sido exterminadas.
El resultado, al alternar las voces narrativas, es bastante afortunado porque le permite al lector comprender todo el aparato social al que se enfrenta una persona cuyo interés es el asesinato impune de otra mujer y desnuda la cultura patriarcal de Argentina, pero a pesar de las múltiples revisiones de los casos, la autora no encontró pruebas fehacientes para culpar a una persona, a un hombre, mejor dicho.
Casi como una apostilla, me viene a la mente el libro de Rosario Castellanos (Alfaguara, España, 2000, 135 páginas), La muerte del tigre y otros cuentos. Este volumen reúne cinco relatos y de ellos me gustaría destacar tres que vienen como anillo al dedo: Aceite guapo, Las amistades efímeras y Los convidados de agosto (aunque si no fuera por un asunto temático yo exaltaría las virtudes de Primera revelación).
En esos tres cuentos, bien argumentados y bien desarrollados, la autora critica el machismo y la violencia en contra de las mujeres, pero también denuncia la violencia entre mujeres, el abuso y la humillación. Expone el universo femenino que tanto fervor causó en el continente literario nacional. Castellanos crea a sus mujeres como un continuum del sometimiento masculino y en cada uno de estos cuentos, hermanados con Chicas muertas, el lector entiende que el falocentrismo proyecta una sombra tremenda, algo pavoroso, ruin y despiadado. Si leen a la par, a Castellanos y a Almada, créanme, la cosa se pone muy interesante. Que tengan un martes fiestero.