Jorge G. Castañeda
Agosto 02, 2017
Uno de los dilemas más complejos de la construcción del llamado Frente amplio opositor o democrático yace en la elaboración de un programa común, aceptado por el PAN, el PRD, MC y los eventuales sectores de la sociedad civil que se unirían bajo una misma bandera. Obviamente no es el único obstáculo. Escoger a candidatos únicos a la presidencia, la jefatura de un gobierno de coalición, de la Ciudad de México, y de sendas bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados puede constituir una tarea titánica, o francamente imposible. Encontrar aspirantes que encabecen un frente tan anti PRI como anti AMLO, y a la vez enarbolen una propuesta innovadora, audaz y atractiva constituye asimismo un reto quizás insuperable. Pero el programa encierra sus propias dificultades, en algunos sentidos más interesantes.
En discusiones con diversos interlocutores vinculados a la construcción del hipotético frente, he detectado una disyuntiva hasta cierto punto tajante a propósito del hilo conductor del programa posible. O bien se procedería mediante la llamada triangulación –inventada por Bill Clinton a principios de los años 90– sumando posturas de todas las partes, o bien habría que recurrir al mecanismo de los denominadores comunes mínimos de todas las partes. Ambas posturas encierran ventajas y desventajas.
La triangulación implicaría sumar, por ejemplo, las tesis liberales del PAN en materia económica e internacional, a las definiciones progresistas del PRD, de los independientes y de parte de la sociedad civil en materia social y de vida cotidiana. Así, un programa común incluiría la profundización de la reforma energética, una mayor apertura económica, una reforma fiscal basada en el aumento y la extensión del IVA, la reforma del sistema de procuración de justicia y del régimen político mexicano, y una posición internacional comprometida con los derechos humanos y la defensa colectiva de la democracia representativa y no con la no intervención. Pero también incorporaría el ingreso básico universal, el alza del salario mínimo, un sistema universal de protección social, la interrupción voluntaria del embarazo, la legalización de la mariguana, y una activa promoción de la sustitución de importaciones de los insumos de las exportaciones.
Este camino revestiría la ventaja de darle satisfacción a todos los integrantes del frente, a nivel cupular. Pero podría traer como grave consecuencia enajenar a las bases: las del PAN, que no tolerarían temas como el aborto o los matrimonios igualitarios, o a las de la izquierda, que no aceptarían la privatización de parte de las hipotéticas acciones de Pemex. Tal vez los intelectuales, activistas y militantes verían con buenos ojos un esquema de esta naturaleza, pero los votantes se enfurecerían. Los del PAN se refugiarían en la abstención o el voto útil por el PRI, como en 2012, y los del PRD se aventarían a los brazos de Morena.
La otra opción es más prudente, pero quizás menos movilizadora. El programa incluiría, y solo incluiría, aquellas propuestas comunes a todos los sectores: PAN, PRD, MC, sociedad civil e independientes. Empezaría posiblemente con la lucha contra la corrupción, tal vez un fin a la guerra del narco y la construcción de un Estado de derecho funcional, una política económica que buscara un mayor crecimiento, un combate más imaginativo a la pobreza y la desigualdad, y algunas reformas político-electorales (segunda vuelta, reducción del financiamiento a los partidos y del número de diputados y senadores plurinominales). Existen suficientes convergencias para que no se tratara de una simple lista de lugares comunes o buenos deseos, y al mismo tiempo, los electores de base no se sentirían ofendidos. El problema aquí es saber qué sucedería cuando por una razón u otra fuera preciso abordar temas espinosos excluidos del programa común, y que la actualidad impusiera. Lo conveniente de este segundo enfoque consiste en que los pleitos vendrían después; con el primero, vendrían antes.
Supongo que los arquitectos del Frente han revisado estas opciones –y otras, desde luego– y que van avanzando por buen camino. Eso esperamos muchos que ya no nos resignamos a votar por el mal menor, que tenemos una definición clara –la mía es la candidatura independiente de Ríos Piter– pero que podríamos apoyar una vía que incluyera nuestra primera preferencia y la ampliara.