EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Echeverría merece el infierno; la historia, complejidad

Gibrán Ramírez Reyes

Julio 11, 2022

Pensándolo Mejor

 

Luis Echeverría Álvarez y el régimen que simboliza fueron, sin lugar a dudas, autoritarios y asesinos. Me consta, dice Ariel Rodríguez Kuri “hasta donde puede constar a un historiador, que Echeverría es un matón. Me sorprende, no obstante, la rotulación estúpida de su gobierno por parte de algunos colegas”. Llama la atención esa especie de consenso nacional en la condena total, absoluta, del personaje y su gobierno sin matiz alguno. Se trata de una lectura inmadura de la historia, carente de toda complejidad, de la cual, también, podrían extraerse lecciones peligrosas. De hecho, la construcción del régimen de la transición a la democracia se dio en contraposición a una serie de imágenes míticas del priismo. Como el régimen estaba mal del todo, había que arrasarlo del todo. Y así, neoliberales e izquierda convinieron en que Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo eran plenamente malos, perversos y, en consecuencia, había que emprender un camino del todo nuevo. Por decirlo de modo didáctico: con el control de los medios de comunicación, se desechó el control de los precios; con el régimen de partido dominante, las capacidades gubernamentales; con el control del presidencialismo, se erosionó el poder político frente al económico. Es decir: una lectura de la historia hizo que se fueran en el mismo paquete el autoritarismo, las capacidades estatales y las políticas redistributivas: el niño y el agua sucia.
Está claro: Echeverría fue un matón y merece el infierno. ¿Ahí debe acabar la conversación? La historia y las ciencias sociales harían muy mal en tirar esos años a la basura sin más. Existe la tesis de que las reformas sociales y los gestos de política exterior que tuvo fueron exclusivamente para lavarle la cara. La verdad es que el aserto carece de sentido. A ese gobierno se le deben transformaciones estructurales: la política de población y planeación demográfica que dio viabilidad al crecimiento de México; el reparto agrario –quizá el más grande desde el gobierno de Lázaro Cárdenas–; buena parte del sistema de universidades estatales del país y la Universidad Autónoma Metropolitana; el Colegio de Bachilleres, el CIDE, el Instituto Nacional de Ciencias Penales, el Instituto Matías Romero que forma a los diplomáticos mexicanos, la Universidad de Chapingo, el Conacyt, la Cineteca Nacional, el Conafe para atender la educación de niños y adolescentes de zonas marginadas, Infonavit, Fonatur, Profeco, la semana laboral de cinco días, el incremento histórico de los salarios mínimos y promedio, algunos de los Institutos Nacionales de especialidades médicas, la erección de los estados de Baja California Sur y Quintana Roo, la nacionalización de la salinera de Guerrero Negro, parte del Metro y el drenaje profundo de la Ciudad de México, el canal 13 de la televisión mexicana, entre otras cosas que merecen una discusión más seria.
No fue su violencia asesina y autoritaria lo que le valió al echeverrismo el lugar en la historia que le asignan los medios, que por otra parte han perdonado a otros presidentes igualmente mortuorios, como Felipe Calderón. Tampoco el supuesto desastre económico que en un ejercicio comparado los números desmienten. Fue su intento de reforma fiscal para cobrar impuestos a los ricos del país, un lance que la oligarquía detuvo de forma humillante. Echeverría merecerá el infierno, pero la historia merece complejidad.