EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Economía y política

Eduardo Pérez Haro

Septiembre 06, 2016

Para Umberto Eco. Cómo se hace una tesis.

Hace dos semanas se anunció el decrecimiento del PIB del segundo trimestre y habrían de venir las revisiones a la baja en el pronóstico de crecimiento económico para el cierre del presente año 2016. Así sucedió. La Secretaría de Hacienda anunció que la economía sólo podría crecer 2.0% o algo más, y días después el Banco de México haría lo propio colocando un mínimo probable de 1.7% o algo más.
Pero el problema no se detuvo en ello, seguidamente vendría el pronunciamiento de Standar&Poors, una de las calificadoras internacionales más importantes, que advierte sobre el ritmo de endeudamiento que en menos de cuatro años ha llevado la deuda nacional del 33% al 50% del PIB con lo cual se provoca otro pronunciamiento de la SHCP ahora para anunciar otro recorte al presupuesto gubernamental del 2017.
Nos queda claro que la economía mexicana no responde a las necesidades nacionales para abatir los desequilibrios y desigualdades de todo orden que le caracterizan sino al contrario, con este bajo ritmo de crecimiento se ensanchan las brechas de la desigualdad en el correr del tiempo. Después de más de tres décadas, pareciera que no hay novedad en ello y por tanto no deberíamos de alarmarnos.
Sin embargo, las debilidades de fondo advierten que esta normalidad no puede ser naturalizada cuando de suyo presupone rezagos progresivos respecto del mundo y respecto del paradigma del desarrollo supuesto por el sistema económico y respecto de los postulados con los que se asume el poder del Estado y la conducción de gobierno.
Los problemas de ahora no suponen, como muchas veces se sugiere, una catástrofe súbita, pero no sería necesario que así se advirtiese para reconocernos en la necesidad de un ejercicio crítico y la justificada exigencia de introducir cambios en la responsabilidad del Estado y la sociedad, pues baste saber que existen 50 millones de pobres, 30 millones de trabajadores sin salario ni prestaciones, 70 millones de personas sin seguridad social y un país que tiene que importar dos tercios de la gasolina que se consume para el transporte de mercancías y personas, como para darnos cuenta que algo se ha dejado de hacer.
Mientras estas referencias estén de trasfondo con un pronóstico de crecimiento económico por debajo de la mitad del originalmente propuesto, emerge una evidencia de que los problemas no son menores ni existe una base real para remontarlos. Las reformas estructurales del gobierno han hecho gala de no servir para lo que se requiere. Su palpable ausencia de resultados así lo demuestra.
Ahora, todo mundo se torna inconforme y el presidente de la República se ve orillado a decir que nadie lo comprende porque a su gobierno no se le reconocen las cosas buenas y en su soledad trastabilla ante el temor que le inspira el eventual triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y así, en ocasión de su Cuarto Informe de gobierno, opta por sustraerse de encarar la interpelación de los sectores sociales para refugiarse en un reality show que le organizaron las televisoras, haciendo un papel realmente vergonzoso en detrimento de la institución presidencial, del Estado y de su partido político.
Economía y política se correlacionan en un remolino que levanta terregales que arrastran los bienes de la supervivencia y la tranquilidad, pero que también sacuden a las instituciones. El orden se altera, la seguridad se descompone, todo se mezcla sin perspectiva y el Presidente no se percata. Sus correligionarios se inquietan, se preocupan y se preguntan qué hacer con el Presidente, ni cómo ayudarlo, pero lo peor, cómo darle la vuelta para reconstruir las posibilidades de continuidad del PRI tras las elecciones de 2018.
En las filas del partido oficial se ven desvanecer las condiciones para mantener la Presidencia y se filtra la posibilidad de una alianza con el PAN con un candidato de este partido a la vez que desplazar a Morena, mientras que este partido suaviza sus radicalismos llamando a perdonar a los corruptos o gradualizar la confrontación con las reformas estructurales en un esfuerzo que más que un acto de consecuencia política parece ir por la anuencia de los poderes fácticos.
Los movimientos sociales se abren paso pero aún no alcanzan a superar su desarticulación y gremialismo, la inconformidad expandida no parece tener dónde descansar políticamente quedando a la deriva de un esquema de partidos que no comprende los contenidos y formas de una respuesta acorde a las exigencias.
México se enreda en sus insuficiencias y deficiencias dentro de un contexto mundial que se enfila a nuevos reacomodos reglamentarios, políticos y económicos encaminados a destrabar las dificultades financieras, productivas y comerciales que están en el entrampamiento actual de la globalización y por ende en el interés por recuperar mejores ritmos de crecimiento y los predominios por parte de los países más poderosos con todo lo que ello significa. La controversia de fuerzas entre oriente y occidente no es un asunto periodístico. Ahí están Ucrania, Grecia o Brasil y la guerra del petróleo y las guerras abiertas como en Siria para darnos cuenta del alcance de las tensiones internacionales.
El imperativo de establecer una vía de mayor certidumbre no puede quedar reducido a recortes presupuestales y austeridad de gasto público para disminuir la deuda y recuperar puntaje ante las calificadoras internacionales o contratar seguros de precios para proteger el petróleo ni propaganda barata para ver cosas buenas donde no las hay o escamotear la crítica con la contratación de aplaudidores de cualquier edad. A estas alturas esas medidas son baratijas que han probado reiteradamente su ineficacia y su costo es muy alto para el país y para las personas todas.
Por supuesto las medidas recomendables no aluden a un recetario fácil. No lo hay. Pero tampoco se carece del entendimiento y definición sobre los criterios, medidas e instrumentos que se pueden enfilar en la perspectiva de establecer mejores condiciones para dirigirnos a cambios que puedan reinscribirnos en una mejor perspectiva de desarrollo.
Habrá que distinguir tiempos y condiciones de la economía y la política donde sin duda lo primero está en asumir cambios en las definiciones y prácticas que corren su mala suerte en el curso del actual gobierno a la vez que hacer política para responder a las exigencias de la población en los apremios de ocupación-ingreso y colocar una agenda de compensación de las deficiencias estructurales que cruzan las debilidades de la capacidad productiva en la que se asienta el crecimiento económico (infraestructura, tecnología, organización laboral, capacitación, financiamiento, vinculación con mercados alternos y nuevos acuerdos institucionales) y ni qué decir del respeto a los derechos humanos y el cierre de puertas a la corrupción y la impunidad. Economía y política.
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