EL-SUR

Sábado 27 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Educación para la no violencia activa

Jesús Mendoza Zaragoza

Julio 03, 2023

(Segunda de dos partes)

Si la violencia en sí misma es como un virus destructivo que contagia las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales y que genera espirales incontrolables de sufrimiento y atrocidades, se hace necesaria una vacuna que evite el contagio, que haga resistencia a cualquier forma de violencia y logre detener su dinamismo destructor, induciendo un camino diferente y eficaz para cambiar esas relaciones. Es necesario hacer frente a esa epidemia global de la violencia, que está en todos los rincones de la sociedad y de las naciones: hay violencias visibles e invisibles, añejas y nuevas, anidadas en el corazón humano y en las estructuras. Si se ha legitimado la violencia en todos los campos, como una vía normal y, hasta natural, para resolver conflictos, tanto que hasta se ha llegado a hablar de una supuesta “guerra justa”, es necesario dar un giro en sentido contrario. Se necesita un cambio de paradigma.
La paz con justicia es el objetivo y la no violencia activa es el camino para una cultura de paz sostenible y acorde con la dignidad del ser humano. El paradigma que ya tenemos desde que surge la civilización está, precisamente, en la no violencia activa, en la que podemos apreciar diferentes facetas.
Una. La no violencia como estilo de vida. Es una manera de ser, es una actitud básica ante la vida y ante los demás que tiene una fuente espiritual y por ello, se arraiga en la vida interior de cada persona. Se va desarrollando en la vida en la medida en que se asume como fortaleza que nos hace capaces de afrontar las adversidades y los conflictos de una manera creativa. Requiere educación de la mente y del corazón para manejar sentimientos y emociones a partir de convicciones de paz. Quien construye la paz empieza por construirla en sí mismo y consigue las habilidades necesarias para transformar los conflictos de manera pacífica. No los evade ni los oculta, sino que los transforma. Consigue habilidades espirituales, mentales y sociales.
La no violencia corresponde a la originalidad del ser humano. Decía Gandhi que “es la ley de nuestra especie” por lo que hay que desmantelar todas esas creencias que normalizan y naturalizan las violencias como si correspondieran a la condición humana. El ser humano está estructurado para la cooperación, la colaboración y la solidaridad, mientras que las violencias se sustentan en ideologías que mueven a la solución de conflictos de manera irracional y contra los derechos de las personas y de los pueblos y como forma de dominación. Con la no violencia se busca humanizar los conflictos, reconociendo al oponente como un ser humano con derechos y digno de respeto y de empatía, más allá de sus injusticias y violencias.
Dos. La no violencia como ética. Es una respuesta ante la injusticia, ante el sufrimiento de los inocentes y ante las mentiras que las sustentan. Las violencias se sostienen mediante engaños, mentiras y medias verdades. Y la no violencia activa supera la indiferencia y la rabia que despliegan actitudes de sumisión o de rebeldía. La no violencia es activa porque no se queda en la abstracción de las ideas ni en la lástima emocional. La ética sostiene la posibilidad de un desarrollo integral de la persona al empujarla a dar respuestas responsables ante las violencias, favoreciendo que el potencial espiritual, relacional y social de las personas se desarrolle de una manera creativa. La ética estructura la conciencia personal y comunitaria buscando caminos de reconciliación duradera y de paz.
Tres. La no violencia como proyecto social y político. Los conflictos son parte del desarrollo de las relaciones sociales, políticas y económicas, son inherentes a la condición humana. La cuestión está en cómo se afrontan, de manera violenta o no violenta, evitando la huida. Para transformar los conflictos de manera no violenta se necesita lucidez, creatividad, humildad, empatía, constancia y otras actitudes básicas que, en su conjunto, proporcionan la capacidad de diálogo, de disciplina, de autocontención, de resistencia ante los contextos violentos. Tenemos los casos emblemáticos de Martin Luther King en los Estados Unidos contra la discriminación de los negros, de Mahatma Gandhi, en la lucha de independencia de la India del poder británico y de Nelson Mandela en Sudáfrica.
Hay herramientas sociales y políticas, tales como la resistencia civil, la no colaboración, el boicot económico, la desobediencia civil, la manifestación pacífica, la huelga de hambre, la objeción de conciencia, a las que se les ha dado un talante no violento para la lucha social y política.
El Papa Francisco habla de “la no violencia como un estilo de política para la paz. Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz. Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas. Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social. Podemos mirar la no violencia activa como una forma de lograr la amistad social y de desarrollar el amor político al poner en juego una ética para la paz y la reconciliación. Es una forma de afrontar los conflictos, las violencias y las injusticias” (Mensaje para la celebración de la 50 Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2017).
Ahora hay que vincular esta propuesta al contexto actual de México, que con toda su complejidad podemos abordar desde la perspectiva educativa. Cierto es que este contexto puede abordarse desde las más diversas perspectivas, como la gubernamental, la social, la política, la económica y la cultural entre otras. Lo que quiero enfatizar es que es fundamental una cultura de paz para hacer frente a todos los conflictos, injusticias y violencias. Si queremos la paz, necesitamos una transformación cultural que permita establecer las condiciones subjetivas para la paz en la interioridad de cada persona, en las relaciones familiares y comunitarias y en las relaciones económicas, políticas y sociales.
Para contar con sujetos de paz, han de estar impregnados de una cultura de paz. Este es el punto. La cultura de paz necesita una serie de componentes teóricos, programáticos, espirituales, políticos y metodológicos. La no violencia activa debe ser uno de esos componentes, que fortalecen a los sujetos de paz con una serie de herramientas que los hacen competentes para mantener la lucidez y la firmeza moral y para resistir ante los embates violentos en la lucha activa por la paz con justicia.
Masacres, asesinatos, desapariciones, desplazamientos forzados, cobros de piso, extorsiones, los tenemos a diario. Además, están las viejas violencias intrafamiliares e institucionales, desde hace muchos años. Además, en la vida pública campean las confrontaciones, las descalificaciones, las injurias que cada día polarizan al país. Hay violencias estructurales y culturales, al tiempo que las violencias directas se multiplican. ¿Cómo introducir acciones no violentas como alternativas para generar caminos capaces de detener estas violencias? Esta es la cuestión.
Educando a los sujetos que se conviertan en actores competentes para la paz. Niños, mujeres, grupos, comunidades, pueblos enteros pueden convertirse en actores de paz. ¿Dónde entrenarlos? En la familia, en la escuela, en la iglesia, en la universidad, en los sindicatos, en las organizaciones sociales, en la empresa. Hay que pensar en espacios formales y no formales.
Desde mi punto de vista, la educación para la paz, que entre otras cosas incluye el entrenamiento para la no violencia activa, es el factor fundamental para la construcción de la paz justa. Si no entendemos esta verdad, nunca saldremos de esta atroz espiral de violencia que sufre nuestro país. Esta es una condición subjetiva para la paz, además de todas las condiciones objetivas necesarias en la economía, en la política y en la sociedad. Necesitamos actores de paz, competentes para la transformación de los conflictos por la vía de la justicia.