EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Educar

Florencio Salazar

Febrero 18, 2020

Mientras más educado sea un ciudadano, más educación seguirá necesitando a lo largo de su vida.
Carlos Fuentes.

El ocio también cuestiona. Acostumbrados a la vida cotidiana los sobresaltos son como los baches en la carretera; no es grato atravesarlos, pero sabemos que están ahí y la obligación es eludirlos aunque no siempre sea posible.

Nos acostumbramos a vivir con la expectativa de algo mejor. Se multiplican las escuelas, se abren nuevas preparatorias y aumenta el número de instituciones de educación superior. Solo estos datos indicarían un significativo desarrollo social.

La fórmula es fácil de entender: más escuelas, más conocimientos y mejores oportunidades de empleo. Significaría, de ser así, que toda persona que obtiene una preparación técnica o académica dispone también de las herramientas para ocupar un lugar en el ámbito laboral.

El proceso educativo es transformador; proporciona a los estudiantes civilidad y cultura. La educación propicia una mayor capacidad de comprensión de la realidad individual y social y dota de recursos para transformarla.

De 1986 a 1989 fui presidente municipal de Chilpancingo. Por lo menos una vez al mes, siempre en viernes y sábado, junto con miembros del cabildo, visitábamos las comunidades. Nunca se programaron más de dos comunidades diarias y siempre dormíamos en la visitada por la tarde. El interés era conocerlas, saber de los servicios disponibles y escuchar problemas.

Nos reuníamos con la población, luego íbamos a conocer el centro de salud, la escuela, jugar partidos de basquetbol, que siempre perdíamos. Nos invitaban a conocer sus casas, a platicar con las familias y a conocer su vida diaria.

La mayor de las veces encontrábamos la escuela primaria con la bandera a toda asta. Nos decían que los maestros las dejaban así como aviso de que no habría clases. La bandera quedaba ondeado por semanas y hasta meses. Los maestros volvían a la comunidad días antes de fechas conmemorativas (5 de febrero, 10 de mayo, 15 de septiembre, 20 de noviembre, etc.) pasando éstas se retiraban. Todos los alumnos pasaban con diez aunque apenas sabían leer y escribir.

Invité a los inspectores escolares a una reunión. Dijeron que los caminos eran muy malos; ellos tenían que pagar de sus bolsillos los traslados y eso les mermaba su ingreso; por ello no supervisaban las zonas escolares.

Realizamos dos acciones o, mejor dicho, una acción fue ejecutada y la otra murió en el intento. Con maquinaria pesada entregada en comodato por el gobernador José Francisco Ruiz Massieu y la colaboración de los pueblos, convertimos las veredas en caminos rurales comunicando prácticamente a toda el área rural del municipio. El Regidor de Desarrollo Rural, Ignacio Arcos Vélez, tuvo a su cargo esta importante tarea.

Con la edil Noemí Trujillo Romero, propusimos a los inspectores una solución: abriríamos una oficina en el Ayuntamiento, dispondrían de un vochito con chofer y gastos para que se programaran sus salidas y visitaran las escuelas. Todavía recuerdo las cálidas felicitaciones. Terminaron los tres años del periodo y jamás volvieron.

Según la Dirección General de Planeación, Programación y Estadística Educativa de la SEP (septiembre 2019): en Guerrero la cobertura total de educación básica (preescolar, primaria y secundaria) es del 95.4%. Pero el gozo se va al pozo: la cobertura de educación media superior y superior solo alcanza el 46.15%.

Se sustenta, pues, la opinión de Raquel Glazman Nowalski, “El importantísimo papel de la educación pareciera permanecer aletargado hoy, de tal modo que los sectores dirigentes de nuestras políticas sociales lo han ido descuidando al extremo”.

¿En qué momento empezó a diluirse el apostolado de la vocación de un buen número de maestros? ¿En dónde se borró la huella de las escuelas rurales y las misiones culturales puestas en marcha por José Vasconcelos y sostenidas por Jaime Torres Bodet?

Confieso que hay preguntas cuyas respuestas quisiera ignorar.