EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Acapulco de Ricardo Garibay

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 15, 2021

 

(Tercera parte)

 

Los amigos de Clemente Mejía

La escena con la que abrió esta crónica se da en Caletilla donde el club Amigos de Clemente Mejía recuerdan al campeón acapulqueño (Olimpiada de Londres, 1948, cuarto lugar en nado de dorso), fallecido víctima de un infarto mientras daba clases de nado en la alberca del IMSS (28 de abril de 1978). Nacido a instancias suyas, el grupo será bautizado con su nombre y lo integraban una veintena de acapulqueños. Se reunían todos los viernes simplemente para reafirmar amistades y comentar los sucesos de la semana. Lo hacían en torno a una larga mesa sobre la playa colmada con exquisiteces marinas rociadas con cebada y ron. Mucha cebada y mucho ron.
Aquel día estaban presentes don Carlos Adame y su hermano Pepe, Jorge Laurel, Manuel Galeana, Gerino Astudillo, Evaristo Sotelo, Facundo Castrejón, Arturo García Mier, Miguel Sánchez, Samuel Gutiérrez, el columnista y media docena de pescadores y buzos a cargo de la ofrenda gastronómica.
Ricardo Garibay llega a la reunión invitado por Hilario Martínez, El Perrolargo, con quien había recorrido la bahía. Muy pronto, al calor de la plática, las canciones y los alipuses se olvidan los agravios, si los hubo. El invitado se suma al coro que canta las canciones de Agustín Ramírez, hasta el momento en que él mismo demanda un corrido guerrerense. Apenados los del trío confiesan no saberse ninguno.
–Mala cosa esta de los guerrerenses de no tener gusto por los corridos, sentencia Garibay. ¿No será acaso que les suenan como baladas? Tal parece que los trovadores de playas y cantinas conocen únicamente agresiones norteñas, de narcotraficantes y federales sus compinches. ¡Que chistoso, Leñe, que en el violento Guerrero nadie le cante a su propia violencia!
Cuando el escritor ha terminado su soliloquio aparece en la playa un trovador al que Jorge Vielma lleva a la mesa. Un hombre maduro, chimuelo, acompañado por una guitarra a la que, ¡chin! le falta la sexta, la buena para el chuntata-chuntata del corrido. Se manifiesta listo para complacer al iracundo literato pero con el único corrido que tiene puesto, el del Güero Geijo, un calentano-porteño con apenas tres muescas en la cacha de su pistola.
–¿Y qué, el tal Jaijo era de veras cabroncito?, indaga Garibay y los amigos del trovador lo afirman.

La leyenda negra de Guerrero

El autor de Beber un cáliz nos venía hablando, como un chilango cualquiera, de la leyenda negra de Guerrero. Estúpida leyenda que identificaba la violencia como producto de una herencia genética de los guerrerenses. “Una violencia que penetra toda la existencia del individuo e impregna la consciencia colectiva”, según la describe la etnóloga francesa Veronique Flanet a partir de un estudio de campo en la Costa Chica.
Pero muy pronto el periodista se convencerá de que el fenómeno de la violencia en Guerrero es, como en cualquier parte del país o del mundo, una constante de la época. Agraviada, es verdad, por fenómenos particulares como los seculares de la marginación social, los cacicazgos, la justicia vendida como mercancía al mejor postor y derivado de ello la impunidad total, absoluta.
A propósito de esto, el invitado del gobernador Figueroa tendrá la oportunidad de saludar, vía los buenos oficios del Machete Vielma, a Gerardo Chávez, El Animal (él lo llama en su libro El Alimán) a quien el New York Times adjudica en reciente reportaje la autoría de 174 asesinatos, sin visitar nunca la cárcel. Garibay acepta que frente a él le temblaron las corvas, las quijadas, el cuerpo todo.
“–¡Leñe! Ni modo que le preguntara a cuantos has matado y cómo, dónde y porqué y como se prepara un asesinato y cómo se caza a la víctima y qué se siente y cómo se burla a la justicia y cómo se vive con la memoria convertida en cementerio (ibídem)”. Al despedirse del periodista, a quien se le hace tarde para tomar camino hacia Ometepec, El Animal le recomienda cuidarse mucho porque en Guerrero hay gente muy mala, poniéndose finalmente a sus órdenes para lo que quiera y mande.

La Venganza

Era Garibay dueño de un recurso que en los buenos cantantes se llama feeling, sentimiento. Con él recrea la venganza como forma clásica de la violencia regional. Su obra maestra de este género se titula Los hermanos Del Hierro, concebida primero como guión cinematográfico, presentado más tarde como novela: Par de Reyes.

Los hermanos Del Hierro

Reynaldo del Hierro muere acribillado cuando cabalga acompañado por su hijo Reynaldito y su hijastro Martíncito. Desde la noche misma del velorio, la madre (Columba Domínguez) compromete a los menores con la venganza del padre. Aún más, contrata a un pistolero profesional (Ignacio López Tarso) para que enseñe a los chamacos el manejo de las armas de fuego y les afine la puntería.
Los años pasan, Reynaldo (Tony Aguilar ) y Martín (Julio Alemán) son hombres hechos y derechos pero sin oficio ni beneficio. No han tenido tiempo para la realización personal siempre en busca del asesino del padre. El corrido Dos palomas al volar, que cantaban con su padre al momento del asesinato, alimentará obsesivamente en ellos el deseo de venganza. Lo escuchan en las cantinas, en las ferias, en todas partes.
Corresponderá finalmente a Martín la gloria de ejecutar la venganza buscada por tanto tiempo. Encuentra al asesino en una cantina pueblerina. Pascual Velasco (Emilio Indio Fernández), viejo y enfermo, no está armado porque ya no tiene fuerzas para sostener una pistola. “Soy hijo de Reynaldo del Hierro”, se identifica Martín al tiempo que desenfunda su arma para vaciarla toda sobre el asesino de su padre.
Los hermanos Del Hierro van a la cárcel pero no por mucho tiempo. Al poco tiempo llega al pueblo un personaje singular (Pedro Armendariz). Porta uniforme militar pero se identifica también como abogado y empresario muy rico. Viene a lo que viene. La oferta es la libertad inmediata de los hermanos a cambio de que le quiten de en medio a un peligroso competidor (Víctor Manuel Mendoza). No pasará mucho tiempo para que aquellos rafagueen el interfecto hasta dejarlo como coladera. Huyen, por supuesto, como corresponde a matones que se respeten.
Al final de la historia, el novelista devuelve a los asesinos un rasgo humano y quizás la posibilidad de redención. Acorralados por los rurales, Reynaldo y Martín desenfundan sus pistolas pero no para defenderse sino para lanzarlas alegremente al aire. Luego, abren sus brazos para dejarse masacrar impíamente. Fin.

Con Garibay

Sobre violencia y venganza platicamos con Ricardo Garibay hace cuatro décadas, siempre en torno a canciones, delicias gastronómicas y etílicas. Respetando siempre las opiniones particulares, coincidimos en que la educación debe ser el eje sobre el que giren los cambios urgentes reclamados por los guerrerenses para ahuyentarlas. Lo mismo que sobre la justicia, cuyo principio de “pronta y expedita” quedó ya hace tiempo en una repugnante gracejada

Nota de Diario

El terrible Chante Luna mató al padre del periodista Anituy cuando este era un muchacho chico. Todo quedó en la espantada paz que impone el asesino impune. No hay cuidado, decían las gentes, ya despertará el niño. Pero el niño había salido sensible e inteligente, acaso demasiado para las providencias que se esperaban de él. Llegó a la adolescencia y no daba color.
–¿Qué pasa contigo?
–¿De qué?
–No se ve que te apliques a lo tuyo. ¿No vas a cobrar? ¿No tiene alguien contigo una deuda? ¿No te la va a pagar?
–¿Cuál deuda?
–¿Cuál deuda? ¿La quieres más grande?
Le recomendaron diferentes tipos de estrategias y armas adecuadas. Anituy nunca había disparado una pistola ni había esgrimido una daga. Acá y allá le mencionaron maestros inmejorables y de suma discreción. Prepárate, entrénate, familiarízate, hazte infalible. Son muchos los que esperan de ti un gesto de hombre. Se te está pasando el tiempo.
Entró en la primera juventud. Se le miraba con perplejidad. Estudiaba. Ni trazas de convertirse un día con otro en acreedor de mérito. ¡Cómo!, ¿a ti se te ha olvidado lo principal.
–¿Lo principal?
–Lo principal. ¿Qué esperas?
Se le miraba con escepticismo. Pasaron los años. Se hizo periodista. Se le miró con pena y desdén. Luego el Chante Luna murió como murió, digamos que anónimamente con policías baleados y policías triunfantes. Esa no es una muerte con historia, es un incidente para las páginas interiores del periódico, página seis abajo a la derecha.
–Qué, ¿se nos acaban los hombres?
–No cobraste la deuda y la cargará para siempre, y allá tú porque ni parece importarte.
Anituy, burlones ojos, maduro, juvenil, doble ancho, casi rubio, lo cuenta atacándose de la risa
–¿Por qué la risa, Anituy?
–Entre el folklore y el sentimiento trágico de la cantina, me quedo con aquél. Si usted no aprende a reírse un poco de la barbarie, no puede vivir en ella. (Ibidem.).

El autor

Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 18 de enero de 1923–Cuernavaca, Morelos, 3 de mayo de 1999). Estudió Derecho en la UNAM de la que fue profesor de literatura. Colaborador de la revistas de la Universidad de México y Proceso, (de la que fue cofundador), y de los diarios Novedades y Excelsior. Becario del Centro Mexicano de Escritores y creador emérito del Sistema Nacional de Creadores Artísticos de México .
El Acapulco de Garibay fue editado por Grijalbo de 1978 y reeditado en 2002 por Océano con esta presentación: “Acapulco recrea universos entrañables, geografías y voces que son a un tiempo retrato de época y metáfora de la condición humanas. Ruda en su tono, pero no burda en su razón, la escritura de Garibay nos entrega en Acapulco la imagen de un microuniverso para siempre inolvidable”.

Obras

Periodista, poeta y guionista, Ricardo Garibay cultivó con excelencia la novela, el cuento y el teatro. Su obra en tales géneros alcanza fácilmente el medio centenar de títulos. Además de los citados a lo largo de este texto:

Lo que es del César, El Milusos, Fiera infancia y otros años, Como se gana la vida, Nuestra Señora de la Soledad en Coyoacán, Como se pasa la vida, Diálogos mexicanos, Confrontaciones, Oficio de leer, Mazamitla, Tendajón mixto, Garibay entre líneas, Rapsodia para el escándalo, Cuentos, Pedacería de espejo, Lo que ve el que vive, Lindas maestras, Mujeres en un acto. Y más.