EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Acapulco de Ricardo Garibay

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 01, 2021

Un farsante

El Ricardo Garibay con fama pública de violento e irascible no afloró cuando este columnista, luego de escucharle un soliloquio sobre su excelsitud literaria, planteó la posibilidad de encontrarse frente a un farsante. Sí, un farsante, sostuve. Silencio sepulcral en la animada y etílica tertulia en espera de la reacción del violento personaje. Pero nada. El escritor hidalguense no acudió a su temprana vocación pugilística aceptando el adjetivo con elegancia y una estruendosa carcajada que acalló los tumbos del mar.
Garibay, a propósito de aspiraciones tempranas, se ubicaba muy por encima de su admirado William Faulkner. Le divertía que mientras que él hubiera querido caifanear prostitutas de Chanel No. 5, el autor de El ruido y la furia aspirara apenas a serafín de burdel (el muchacho de las toallas). El decía: “para gozar por las noches y escribir muy de mañana”. En lo que sí convenía con su colega gringo era en que la atmósfera matutina de un prostíbulo, con la beatitud de un convento cartujano, es ideal para la escritura.
Será una mañana soleada cuando el autor de La casa que arde de noche toque el portón de la Quinta Raquel (Jurasex Park, sobreviviente de dos revoluciones sexuales) para saludar a doña Raquel González (“todo sea por las nietas, señor licenciado”). Decidido a contemplar de cerca “a sus ojerosas mesalinas como codornices tatemadas al ron y a la mariguana, cutis transparente, encías moradas”.
–Hoy están aquí todas las niñas –explica la señora doña Raquel– porque nos toca visita del médico. ¿Quiere una copa el señor licenciado, o sus ayudantes?
–No señora , muchas gracias. Es muy temprano.
–Cómo se ve luego la gente de categoría. Porque luego yo dije ‘judiciales no son, porque ya estarían pidiendo de beber’.
–¿Cuántos años tiene esa niña?, –pregunto.
–No, mire usted mi licen –dice Raquel– aquí está todo derecho, todas de la edad que debe ser y cien pesitos, no más, a nadie estafamos, la niña paga cien pesitos y si ocupa el cuarto cien, también. Ora, que si el negocio es la bebida, usted se paga su pedo. ¿Dónde no? Porque luego me dicen que droga y eso. ¿Droga? ¿Qué todavía hay de eso en Acapulco? Aquí en mi casa jamás, que yo recuerde. Esta niña ya tiene sus 17, la ve lembrija pero ya está bien güevona, ¿verdad, mi’ja?
–¡Ay, doña Raquel!
(Acapulco, Ricardo Garibay, Grijalbo, 1979).

Acapulco, el reportaje

La idea de un reportaje sobre Acapulco, auténtico, sin tapujos ni complicidades, al más puro espíritu garibayesco –como resultó finalmente Acapulco (1979)–, era de muy antigua data. Quizás a partir del punto final de Bellisima Bahía (1968) donde Garibay bebe guisqui y liga bailarinas en el Jazz Bar. Allí, el periodista , frente a los muslos pípilos de la vedette Ivonne, llegará a la dolorosa conclusión de que como padrote hubiera muerto de hambre. El libro abre precisamente con una presentación del Negro Pitimi, no otro que Chimmy Monterrey o Pascual Capote. ¡Muchacho!

Garibay en el reclusorio

–Nos torturaron a placer tres días con sus noches, cabalitos, toques en los guevos, patadas, bofetadas, garrotazos, cachazos en la cabeza, en las costillas, en el culo y en las espaldas, en las piernas, te ahogan en agua puerca, en miados, te hacen comer mierda, ¿a usted lo han torturado?, ¿sabía que nos hicieron eso?
–No, no lo sabía
–¡Claro, como es uno de ellos!
–¡Momento! ¿Creen ustedes que si yo fuera del gobierno andaría perdiendo el tiempo metido en toda esta mierda? Ya les dije mi nombre; si no saben ustedes quien soy es porque son analfabetas, y si no los convence mi tono es porque no saben diferenciar entre una sandía y un agente policiaco.
Dos sonrisas lentas, desdeñosas, despectivas. Me encrespo, levanto la voz en franca bronca.
–¡Ustedes son el lado heroico y yo el de los hijos de la chingada! Yo me expongo a mucho viniendo aquí para escribir de ustedes. Y ustedes, hasta donde se sabe, se dicen guerrilleros y cometieron un asesinato asqueroso. Esto es cierto: por la revolución yo hago más que ustedes.
–¿Asesinato asqueroso? También se le puede llamar ajusticiamiento por parte del pueblo.
–¡Ustedes no son el pueblo! Raptaron a la señora Margarita Saad, pidieron el rescate, se presentaron a recogerlo y ahorcaron a esa pobre mujer con un alambre y tiraron su cadáver en los basureros junto al tinaco municipal.
–No fueron así las cosas
–Hoy, ¿no hay ninguna reflexión en ustedes a propósito de ese crimen tan brutal? (Ibidem).

Los dos Acapulcos

El Acapulco de Ricardo Garibay toma forma nuevamente con el presidente Luis Echeverría. Ha iniciado una cruzada para acabar con los pobres del puerto, pero también con los ricos: lo que suceda primero. Precisa por ello de un cronista que cante sus glorias como hicieron los suyos con Cortés. Garibay es amigo del mandatario y hay incluso quienes pretenden denigrarlo cargándole el sambenito de que es su consejero.
No es esta la primera relación filial del autor de Beber un cáliz con un presidente de la República. La cultivó antes con Adolfo López Mateos (1958-64) quien, por cierto, lo hizo burócrata para darle derecho a una casa en Los Palomares de Acapulco. También fue amigo de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) quien admiraba al periodista por irreverente. El día que fueron presentados, Díaz Ordaz apretó con fuerza gorilesca la mano del escritor. Lo miró directamente a los ojos y le espetó:
–¡Me gustan los hombres con güevos!
–¡A mi también, señor presidente!, habría contestado Garibay. Esto según sus compañeros de cantina.

Opulencia y marginación

La tesis populista del echeverriato sobre los dos Acapulcos –el de la opulencia insultante y el de la marginación irritante– era una verdad revelada y por tanto sustento de políticas sociales sin enfoques precisos y discursos, muchos discursos.
–Hay que romperles la madre, Ricardo, o ellos nos la romperán a nosotros, proponía Echeverría ajustándose la armadura de caballero medieval.
Pues nada, que entre todo aquel rompedero de madres el señor presidente decide rompérsela al diario Excélsior, de cuya página editorial Garibay es estrella refulgente. La ruptura con el echeverriato no se hace esperar. Vendrá enseguida el dolorosa éxodo del diario encabezado por su director Julio Scherer García, quien, como el Moisés bíblico, llegara a varias tierras prometidas siempre pregonando las bondades de la libertad de expresión.

Garibay y El Púas

Ricardo Garibay ha entregado recientemente a su editor el original de Las Glorias del Gran Púas, cuya edición es puesta en peligro por las exigencias económicas de Rubén Olivares. El Púas exige medio millón de pesos para no por hacerla de “pedo” y lo que recibe es un rotundo “estás loco y pendejo” por parte de la editora. Garibay se suma a la exigencia, pero no en solidaridad con el campeón de la Bondojo; demanda la misma nomás para él. ¡Soy el autor, carajo!, clama. La editorial tacha a ambos de desquiciados dejándolos chiflando en la loma.
Pero no todo termina ahí. El Púas culpa a Garibay de haberle echado a perder el negocio y la toma en su contra. Lo llama públicamente de “méndigo transa” con la amenaza de “partirle toda su jefita” donde quiera que se lo encuentre. El periodista se esconde pues está cierto de que su afición temprana por el boxeo no le dará para un tirito con el campeón.

Virgilio tropical

Dos años más tarde, Ricardo Garibay forma parte de un grupo de funcionarios alrededor de la alberca de Casa Guerrero. Acuerdan con el gobernador Rubén Figueroa Figueroa quien, por orden se su médico, debe nadar dos horas diariamente.
–Permíteme, Ricardo, ser tu anfitrión –me pide el mandatario–. Permite que este reiterado amigo tuyo se encargue de tu instalación para que, cual modesto Virgilio tropical, te guíe, así sea a distancia, y por intermedio de funcionarios, por los siete círculos del inextricable infierno que es Acapulco. Y anuncia:
Mi dilecto amigo periodista, escritor, catedrático y todo lo demás, que han de saber ustedes es mucho y muy bien desempeñado, personalidad sobresaliente en la vida de la República, viene a escribir un libro donde va a contar la verdad de Acapulco y sólo la verdad y nada más que la verdad, como dicen los ingleses, esos de Scotland Yard. ¿O no es así mi querido Garibay?
–Tal como lo dices Rubén.
–Ya no te quito más tu tiempo, mi querido Garibay. Vete a trabajar sabiendo que estás en tierras y casas de amigos. Aquí Rogelio de la O (recaudador de rentas de Acapulco) me hará el favor de hablar contigo.
–Sí, señor gobernador. Yo me encargaré personalmente (De la O).
–Gracias Rubén. De veras gracias.
–¿Pero vas a decir la verdad?
–La voy a decir.
–¿Toda?
–¡Toda!
–¿Y si tienes que chingar a tu amigo? (se señala).
–¡Con la verdad espero no chingar a mis amigos! (Ibidem).