EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

El ahogado en Playa Blanca

Silvestre Pacheco León

Noviembre 08, 2005

Después del suceso la playa quedó desierta. Los bañistas, sin embargo, desde los restaurantes miraban atentos al mar.

Eran las 2 y media de la tarde y nos aprestábamos a jugar scrabble cuando mi hija reparó en el bañista que avanzaba sin precaución, entre las olas, mar adentro.

Se va a ahogar –dijo Anarsis– y nos miramos mi esposa y yo, esperando la reacción de uno y otro.

Las olas lo traían y lo llevaban, de manera que no veíamos entonces la seriedad del peligro.

No pasó mucho tiempo para que sucediera lo que mi hija había previsto. Cuando nos dimos cuenta el hombre luchaba por mantenerse a flote en la zona donde se rompen las olas. A veces la corriente lo regresaba, a veces se lo llevaba.

Pese a lo que estaba ocurriendo, el mar se mantenía tranquilo ese domingo 16 de octubre y sólo la bruma impedía ver con claridad, desde Playa Larga, los morros de Potosí y el cerro del Huamilule, figuras emblemáticas de la bahía de Potosí, vecina de la de Zihuatanejo.

Dos pares de delfines nadaban cerca de la playa                                           para deleite de los paseantes mientras la policía preventiva municipal hacía su rondín acostumbrado.

Cuando vimos que el bañista levantaba el brazo en señal de                                           auxilio, mi hija no esperó más y corrió disparada sobre la arena caliente buscando ayuda hasta el restaurante vecino donde, en la temporada alta, suele instalarse un salvavidas.

Alguien más llamó a los policías, mientras nosotros tratábamos de averiguar si el restaurante donde estábamos contaba con algún chaleco, una llanta salvavidas, una tabla, o una cuerda.

Del restaurante vecino la voz de alarma de Anarsis consiguió que alguien más reaccionara, era el hermano del que se ahogaba quien sin pensarlo se metió al mar en auxilio del que entonces era sujeto del juego de las olas.

Después supimos que los                                           hermanos, ambos ocupados en la industria de la construcción, vinieron de Yucatán a trabajar en  un hotel de Ixtapa. El día de asueto los trajo a esta playa que ningún parecido tiene con su mar peninsular.

En cinco minutos de la acción ambos hermanos estaban en riesgo de ahogarse sin alcanzar uno al otro.

Los primeros en llegar a la playa fueron los policías preventivos encargados de patrullar la zona. Seis uniformados con sus armas en ristre, se sumaron a las personas que impotentes veían ahogarse a los dos jóvenes. Les pedimos que llamaran a los bomberos y a la ambulancia.

Cerca del lugar donde se ahogaban los jóvenes apareció una lancha de pasajeros con dos personas a bordo que parecían sordos y avanzaban sin atender los gritos y las señas de los bañistas desesperados que les pedían ayuda.

Cuando los de la lancha se dieron cuenta de la tragedia, simplemente se acercaron al lugar, con impavidez, hasta llegar justo frente a los muchachos que se ahogaban, pero no hicieron absolutamente nada para ayudarlos, simplemente                                           enfilaron su embarcación mar adentro, ante la incredulidad de la gente que atestiguaba la acción.

Por fin aparecieron tres salvavidas improvisados, dos eran policías quienes prestos se despojaron de uniformes para meterse en auxilio de los que se ahogaban, y Pepe, nuestro mesero, diestro para nadar contra la corriente. Los tres provistos de flotadores que a última hora salieron de algún lugar.

Para entonces solamente uno de los jóvenes lograba mantenerse a flote. Su hermano había sucumbido ante la fuerza del mar.

Los salvavidas nadaron con destreza y llegaron rápido hasta el bañista más próximo quien exhausto no se movía más. Lo tomaron por los brazos y lo arrastraron con esfuerzo hasta la playa donde le prestamos los primeros auxilios para que vaciara el agua de sus pulmones. El hombre había perdido el conocimiento, a pesar de su color moreno, se veía transparente y tenía la boca llena de espuma. A fuerza de reanimarlo empezó a vomitar el agua hasta volver en sí. Mi esposa, médica, daba las instrucciones a los rescatistas para que lo manejaran como es debido. Después llegaron los bomberos y paramédicos que se hicieron cargo de la situación.

El joven estaba salvado, no así su hermano que desapareció entre las olas en su afán de auxiliarlo.

Además de los 30 mirones atraídos por el suceso, rodeaban al rescatado de las olas del mar, diez policías preventivos, seis bomberos, cuatro rescatistas. En la movilización llegaron al lugar un camión de bomberos, una patrulla y una ambulancia.

Todo lo narrado sucedió en 30 minutos. Los visitantes locales que conocen y disfrutan de esta playa saben lo peligrosas que son las corrientes del mar, por eso no van más allá de donde se puede caminar sobre la arena.

Aquel domingo, luego del suceso, la playa quedó desierta de bañistas pero desde los restaurantes todos se mantenían atentos al mar, esperando que sus olas arrojaran el cuerpo del ahogado, hecho que                                           sucedió cuatro horas más tarde, frente al pueblo de Barra de Potosí, según reportaron las autoridades del lugar.

Accidentes como el ocurrido suelen suceder con frecuencia en esta vasta y hermosa playa, pues además de que no cuenta con salvavidas, el área carece de avisos suficientes sobre el riesgo de nadar.

Todo mundo se queda traumado al                                           vivir esa experiencia en la que se pierden vidas de la manera más estúpida. Y nadie hay que asuma la responsabilidad ni que se comprometa a que hechos como el sucedido no se repetirán.

Con el paso del tiempo a todos se nos olvida, hasta que vuelve a suceder.

Los establecimientos comerciales no se hacen responsables de sus clientes. A lo sumo se encargan de emborracharlos y alimentarlos,                                           pero no los cuidan.

A nadie en los restaurantes he visto informando sobre los riesgos de meterse a nadar porque el de esas playas es mar abierto, tampoco a quien recomiende no nadar sin antes reposar la comida, y menos que está prohibido nadar en estado etílico. No hay tampoco autoridad que exija a los dueños de los establecimientos contar con los medios para responder con eficiencia ante accidentes como el sucedido.

Las playas del municipio eminentemente turístico en la Costa Grande, son zonas de nadie, linderos donde ninguna autoridad reconoce competencia a pesar de tantos organismos creados para promover el turismo.

Resulta inconcebible, por ejemplo, que nadie en el Ayuntamiento de Zihuatanejo haya pensado en proyectos de seguridad en las playas cuando se discutía el destino del fondo que Hacienda crea con las aportaciones de los usuarios de la zona federal y que luego devuelve al municipio.

Hace años que Isaías Ochoa Hernández, representante de una organización local de salvavidas, va de puerta en puerta ofreciendo a toda clase de autoridades del ramo su proyecto de equipar con torres de vigilancia y salvavidas las playas de mayor afluencia turística para seguridad de los bañistas. Nadie le ha hecho caso.

Es para dar pena, por ejemplo, que la iniciativa en ese sentido venga ahora de la ciudad hermana de Palm Desert, la que a través de su comité mixto está abocándose a la capacitación y certificación de salvavidas que también harán las veces de ecoguardas.