Gaspard Estrada
Abril 19, 2023
La semana pasada el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, viajó a Shanghai y Pekín, para llevar a cabo una visita de Estado. Se trataba de un encuentro con repercusiones internacionales considerables para la política exterior brasileña, teniendo en cuenta que China es el primer socio comercial de Brasil. Sin embargo, tras esos tres días, el eco mediático y político de la visita no fue el esperado por las partes. Si nos atenemos estrictamente a los acuerdos firmados por ambos lados, el resultado es positivo para Brasil, pero tampoco es espectacular: unos 15 acuerdos en materia comercial, educacional, espacial, industrial, y de cooperación técnica. A eso se suman unos veinte acuerdos realizados por empresas brasileñas con sus contrapartes chinas, lo que permite a las autoridades brasileñas afirmar que más de 50 mil millones de reales (la moneda brasileña) en inversiones fueron acordados durante el viaje. A ello hay que sumar el hecho que Lula rechazó firmar el memorando de entendimiento sobre la incorporación de Brasil a la iniciativa de la Belt and Road Initiative (BRI, o Iniciativa de la ruta de la seda, en español).
Sin embargo, la imagen proyectada por el viaje fue totalmente diferente: tanto Washington como la Unión Europea criticaron el mensaje del presidente brasileño, diciendo que Lula se estaba alineando con las posiciones de Rusia y China. Y es que las declaraciones del dirigente brasileño han tenido una repercusión muy importante en la prensa internacional, contrastando con su imagen de demócrata, construida durante décadas como líder sindical, fundador del Partido de los Trabajadores y posteriormente Presidente de Brasil.
De manera más general, esta tensión internacional ligada al posicionamiento de Brasil está dejando en evidencia el peso adquirido por China (y en menor medida, por Rusia) en América Latina. Si en 2001, el flujo comercial entre Pekín y las principales capitales de la región apenas rebasaban algunos centenares de millones de dólares, ahora China es el primero o segundo socio comercial de la mayoría de los países de la región. Y la tendencia continua a la alza, teniendo en cuenta que la estrategia comercial del imperio del medio ha ido evolucionando durante los últimos diez años.
A principios de los años 2000, la mayor parte de la presencia económica china en América Latina se encontraba en cuatro países, con intereses cercanos a Pekín: Venezuela, Argentina, Ecuador y Brasil. Sin embargo, tras la debacle económica de Venezuela, y en menor medida de Argentina y Ecuador durante los años 2010, el gobierno de Xi Jinping decidió cambiar su estrategia económica internacional hacia la región.
En ese afán, Pekín diversificó sus socios comerciales, yendo a países como México, Colombia o Perú, y transformó su inserción económica, dejando su lógica de préstamos bilaterales entre estados, para priorizar las inversiones por parte de empresas (públicas en el caso de China) en el marco de licitaciones públicas, inclusive internacionales, para ganar la construcción de grandes proyectos de infraestructura.
Este cambio de lógica le permitió salir de una posición de simple prestamista a la de accionista, y muchas veces de controlador de las grandes obras públicas de la región. En un contexto regional muy duramente afectado por la pandemia, por la falta de servicios públicos de calidad y por la insuficiencia de recursos públicos para financiar políticas sociales e inversiones en infraestructura, la llegada de capitales chinos ha transformado considerablemente el panorama regional.
Es por eso que, tras la invasión rusa de Ucrania, la aceleración de la rivalidad estratégica chino-americana está provocando un aumento de las tensiones geopolíticas a nivel mundial, pero en América Latina en particular. Si bien en México, que forma parte del bloque norteamericano al participar del tratado de libre comercio de América del Norte (USMCA), esta presencia no es tan visible, en el resto de la región, la hegemonía estadunidense ya dejó de ser una realidad. Las tensiones al respecto de la posición de Brasil son la prueba de ello.
* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París
Twitter: @Gaspard_Estrada