EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

El bajo perfil de un monstruo literario

Federico Vite

Julio 31, 2018

El 24 de marzo de 1976 los militares irrumpieron en la redacción de Los Andes en busca del escritor argentino Antonio Di Benedetto. Estuvo preso 17 meses. Gracias a la intervención del premio Nobel alemán Heinrich Böll —no por la ayuda de Borges ni de Sabato— salió libre. Fue torturado. “Creo que nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente; pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas”, expone Di Benedetto en Escritos periodísticos (Adriana Hidalgo, 2016) y refiere que lo más difícil de olvidar fueron los cuatro simulacros de fusilamiento, las numerosas golpizas, las noches sin sueño, la vigilia eterna; lo único que le permitían escribir eran cartas.
En la prisión le rompían todos los papeles, menos las misivas, y se le ocurrió establecer una correspondencia larga con la escultora Adelma Petroni.“Me mandaba cartas donde me decía: ‘Anoche tuve un sueño muy lindo, voy a contártelo’. Y transcribía el texto del cuento con letra microscópica (había que leerla con lupa). Después esos cuentos se editaron bajo el título de Absurdos”, cuenta Petroni y refiere que con el anticipo que le dieron por ese libro, Di Benedetto compró su boleto para irse a Europa. Salió de Argentina en 1977. Vivió seis años en Madrid. Tuvo una estancia gris, tristona. Vagó un poco durante algunos meses. Regresó a su país en 1984.
A pesar de su estancia en Europa, de sus múltiples premios y del enorme reconocimiento de su obra, Di Benedetto no tuvo la misma fortuna que otros autores, quienes lograron colocarse en alguna embajada como diplomáticos o, en el mejor de los casos, contrataron a una agente (Carmen Balcells) para saltar de una orilla del mundo al corazón del continente literario en castellano.
Durante su exilio mantuvo una extensa correspondencia con Roberto Bolaño, incluso el chileno convierte a Di Benedetto en un personaje en el cuento Sensini, justamente es el protagonista de esa pieza que agranda las penurias económicas de un escritor multipremiado.
Di Benedetto consiguió empleo en la Casa de Mendoza, en Buenos Aires, y con ello pudo sobrevivir hasta el 10 de octubre de 1986. Falleció de un derrame cerebral. Pero este autor de culto estuvo siempre a un paso de la cumbre, siempre con la pierna en alto lista para dar la zancada maestra, pero por alguna razón nunca subió a ese escaño.
“Escribí Zama (originalmente publicada en 1956, pero reeditada por Adriana Hidalgo, Argentina, 2000, 262 páginas) en menos de un mes, durante un período de licencia de mi trabajo, en el que me encerré en una casa vacía. Los 18 días de licencia pasaron demasiado pronto y concluí la novela ya reincorporado a mi tarea habitual. La prisa me impuso un estilo urgente (breve, de frases cortas, muy condensado) aunque afortunadamente (y contra mis temores) adecuado al vértigo de las peripecias de don Diego”, confiesa Di Benedetto en una entrevista que concedió al periódico La Nación en 1971.
Este libro, probablemente la novela más atesorada por los argentinos, disecciona la apasionante experiencia de la espera. Don Diego Zama es un funcionario de la corona española en Asunción del Paraguay; padece la angustiante espera de ser trasladado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII. El exilio de este castizo es cincelado con una prosa directa (reporteril, digamos, usa el punto y seguido como un dios), aunque a ratos saca jugo de los giros verbales del Siglo de Oro español.
La novela se divide en tres partes 1790, 1794 y 1799. En ellas, la voz del propio Zama nos da cuenta de sus costumbres (fiestas, apuestas en carreras de caballos, infidelidades no consumadas) y de múltiples referencias tanto a la obra literaria (“Los libros se hacen solo para la verdad y para la belleza” […] “La disposición de escribir no es una semilla que germina en tiempo fijo. Es un animalito que está en su cueva y procrea cuando se le ocurre, porque su época es variable” […] “Escribo porque siento la necesidad de escribir, de sacar afuera lo que tengo en la cabeza”. ), como a la apetencia sexual de las mujeres blancas, pero Di Benedetto dedica sus mejores párrafos a explorar la ausencia; ya sea la de su esposa e hijos, ya sea la irrupción de los fantasmas (una mujer y un niño rubio) que lo seducen y lo ayudan, o la persecución de un criminal entre nebulosos y selváticos pasajes en los que la cosmogonía de los indígenas agranda la expectación del desenlace.
La arquitectura de Zama es conservadora; lineal, digamos, aristotélica (planteamiento, nudo y desenlace). No hay saltos en el tiempo (prolepsis, analepsis). Básicamente, el relato funciona como una delación de los hechos; el punto de vista siempre es el de Zama, no hay cruces de información en ese rubro, conocemos de primera mano los temores, los deseos y las frustraciones.
El gran acierto de Di Benedetto es la recreación angustiante de la espera, el tiempo muerto en un paraje inhóspito, embrutecido por temores burocráticos, económicos y fantasmales. Esos aspectos dotan de una modernidad asombrosa al libro, pues a pesar de que está ambientado en el siglo XVIII, la contemporaneidad, entendida como la triada de los temores referidos, hace que la narración hinque hondamente los dientes en un presente como el nuestro.
De paso, Di Benedetto critica la incipiente burocracia de América, habla de la ingente cantidad de documentos que envían al rey para solicitarle ayuda, pero a cambio, los castizos solo reciben vaguedades, porque la corona nunca resuelve sus problemas (de hecho, a Zama le deben su sueldo y se las ve negras cuando tiene que comer o pagar el hospedaje), básicamente los empobrece, los denigra.
La trama, la creación de atmósferas, la fuerza expresiva de la prosa y el buceo emocional del protagonista hacen de Zama un artefacto extraño. Se trata de un libro diseñado para entender la muerte como el fin de la angustia, algo que se consuma solo al momento de no pensar ni sentir, ni hablar.
Esta novela agranda mis preguntas acerca del proceso de maduración de una obra; incrementa las dudas sobre los ritmos de escritura, es decir, la forma en la que un hombre encara temporalmente (largo o corto plazo) su proyecto literario (otros casos latinoamericanos de posesión febril narrativa son Rodolfo Enrique Fogwill y Robert Arlt) y me asombra que Di Benedetto haya escrito prácticamente de un tirón este volumen que explora una idea inquietante; además, el relato está resuelto con solvencia narrativa y pulso firme.
Zama es un extravagante fantasma que nació lejos de una torre de marfil, el sitio en el que los escritores latinoamericanos suelen parir sus mejores obras, pero esta joya de la excentricidad merece, tanto como su autor, muchísimos lectores, muchísimos admiradores y bastantes ediciones.