EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

El bastón de mando vacío

Tryno Maldonado

Septiembre 13, 2023

METALES PESADOS

El 14 de octubre de 2016, al término del V Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se emitió el comunicado “Que retiemble en sus centros la tierra”. Entre los acuerdos de las mesas de trabajo de la asamblea se consensó, entre otras cosas, llevarse a consulta entre los más de 500 pueblos indígenas que integran el CNI desde 1996, el conformar desde abajo un Concejo Indígena de Gobierno. En él, cada pueblo debería nombrar como representante a dos concejales –un varón y una mujer– y, finalmente, una vocera indígena que hiciera visibles los nueve ejes temáticos de dicha asamblea por todo el país. De paso, también hackear la agenda de la contienda electoral de 2017.
En consecuencia, entre el 26 y el 29 de mayo de 2017, en el Centro Indígena de Capacitación Integral Fray Bartolomé de Las Casas AC-Universidad de la Tierra Chiapas (Cideci-Unitierra) se reunió de nuevo, como acostumbra hacerlo desde hace décadas, el Congreso Nacional Indígena (CNI). En esta enorme asamblea de la nominada “casa de los pueblos”, se instauraron tres mesas de trabajo para lograr los resolutivos del histórico primer Concejo Indígena de Gobierno.
Delegados indígenas de todas partes del país –y más allá de las fronteras en las que los estados-nación arbitrariamente los han pretendido cercenar– iban y venían por las instalaciones del Cideci: wixaritaris, chontales, cocas, rarámuris, yaquis, sioux, zapotecos, nahuas… Entre todos ellos y ellas, eran, sin embargo, los rostros encapuchados del EZLN los que atraían las lentes de las cámaras. A lo largo de los siguientes días y meses los medios reproducirían el error de identificar a María de Jesús Patricio –Marichuy, vocera del instaurado Concejo Indígena de Gobierno (CIG)– como la “vocera del EZLN”.
En pleno 2023 los partidos políticos capitalistas presumen la incursión de una primera mujer indígena para ser candidata a presidenta dentro del simulado sistema electoral con el que tienen secuestrada la imaginación política del país. Pero ya desde entonces Marichuy –curandera nahua de Tuxpan, Jalisco– había recorrido cada rincón y cada región de México tejiendo redes desde abajo y a la izquierda. Pero, sobre todo, haciendo algo que la clase política de arriba jamás ha sabido hacer y que se niega a hacerlo: escuchar, tomar nota, llevarse consigo los dolores de los pueblos víctimas del despojo, del militarismo, del paramilitarismo, de la represión, las desapariciones, los asesinatos selectivos y los feminicidios.
El resultado del llamado de Marichuy durante la contienda electoral pasada fue echarles a perder la fiesta a los de arriba, a los poderosos, al dejar en evidencia lo que para muchos es invisible: al sistema necro-político capitalista de partidos le incomoda una mujer indígena elegida en asamblea y no desde las cúpulas criollas.
Aquel fin de semana memorable de 2017 en el Cideci –hoy caracol zapatista Jacinto Canek– se congregó una de las mayores reservas morales en resistencia de México. Y no había otro modo: la lucha de los pueblos indígenas es una lucha a contrarreloj frente al despojo neoliberal que asume diferentes formas de necro-política –ahora en su modalidad 4T–, a las que ellas y ellos llaman con un mismo nombre: capitalismo. Es también una lucha a contrarreloj, por tanto, por la vida.
Pero la lucha y la resistencia anticapitalista no sólo se lleva a cabo en los territorios. Esa resistencia se hace extensiva, además, a las parcelas de la imaginación, al territorio de lo simbólico. Desde su llegada al poder, el mal gobierno de la autodenominada Cuarta Transformación ha pretendido apropiarse del imaginario y los símbolos de los pueblos indígenas. El bastón de mando vacío –indigno, sin trabajo meritorio que lo respaldara, sin tequio detrás, sin asamblea, meramente cosmético– que AMLO le entregó a su candidata favorita Claudia Sheinbaum para las próximas elecciones presidenciales es el más claro y burdo ejemplo de ese hurto a la imaginación de los pueblos desde el poder.
En vías totalmente opuestas, aquel día de 2017 en que Marichuy acudió a solicitar su constancia de registro ante el INE, se le escuchó decir frente una multitud: “Vamos a caminar al estilo de los pueblos indígenas: con apoyo de las gentes, con el apoyo de nuestras comunidades, así como se hacen las fiestas. Que quede claro que no vamos a recibir ni un solo peso del Instituto Nacional Electoral. Nuestras propuesta es diferente, nuestra propuesta es colectiva; no es como ellos lo tienen diseñado, donde es una persona la que decide y se hace lo que esa persona dice”.
Ante las críticas de la izquierda partidista que decían que la intención de Marichuy era “dividir el voto” por considerarla una amenaza, ella siempre tuvo claro que la propuesta del CIG nunca fue llegar arriba como ellos, los poderosos, sino que la finalidad de su recorrido fue siempre llegar abajo, a los muchos abajos de este país tan lacerado.