EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El ceño editorial latinoamericano

Federico Vite

Agosto 09, 2022

Probablemente usted crea que para los editores un escritor es un universo interno poderoso, libre y artístico. Tal vez eso ocurrió algún día; ahora ese ideal es triste. En el presente un editor quiere que un escritor escriba en función de algunas certezas: geografía, mercado y rentabilidad. Pienso por ejemplo en una charla que el colombiano Juan Gabriel Vázquez sostuvo con el novelista peruano Mario Vargas Llosa durante el ciclo Conversaciones que le cambiarán la vida en la Feria de Libro de Bogotá. Fue publicada en Youtube el 7 de mayo de 2014. La plática toca varios puntos esenciales en la vida de un autor como el peruano. Conversan pues sobre pasiones diversas, lo literario y lo político; de refilo tocan, necesariamente, una cuestión importante: ¿De qué tema debe escribir un autor de América Latina? A simple vista parece una obviedad el asunto, pero pasado por el matiz del mercado literario, esto no es un cuestionamiento inocente. De hecho, parece un suculento banquete para alguien con malicia. Antes de ir a ese asunto vuelvo a la conversación entre el peruano y el colombiano. Vargas Llosa indica que el gran debate acerca de lo que debería ser la literatura latinoamericana se llevó a cabo en la década de los 60 del siglo pasado. “Tiempo atrás, la literatura debía ser latinoamericana por sus temas, por sus anécdotas, literatura del arraigo y literatura del desarraigo; hoy no se acuerdan, pero a Borges, por ejemplo, le llamaron extranjerizante. Hoy cualquier escritor puede situar historias en Nueva York o en París, pero tiempo atrás eso creaba dilemas morales y políticos. ¿Debe un escritor latinoamericano situar historias en francés con personajes y escenarios franceses o comete un acto de traición cultural?”.
En México, por ahí del 2001, aún se le reprochaba a la generación del crack que ubicaran sus libros en regiones europeas. Veinte años después, los escritores nacionales piensan que quien escribe de otro lugar que no es México está fuera del negocio. Es más, quien no habla de la violencia en este país está más lejos del mercado; pero más aún, quien no aborda la violencia de este país desde el punto de vista de las víctimas.
Si ponemos la mira en ese hecho, narrar violencia desde el punto de vista de las víctimas, temo que estamos en un nuevo debate al respecto. ¿De qué debe escribir un autor mexicano para que los editores comerciales acepten con mayor facilidad un libro que engrose las novedades en las librerías del país? ¿Esto no es oportunismo? Me parece que la respuesta es obvia, basta con ver algunos títulos para entender el asunto.
Tal vez por esta demanda editorial, me gustaría enunciar el asunto de otra forma, ¿es válido en estos momentos de la vida nacional hablar de otro asunto que no sea la violencia desde el punto de vista de las víctimas?
Como bien refiere Vargas Llosa, a finales de los años 60 del siglo XX, el debate acerca del deber ser latinoamericano derivó en enemistades múltiples. Algunos pleitos fueron realmente irreconciliables. “Pero el asunto afortunadamente quedó zanjado”, dice Vargas Llosa. A estas alturas de la convulsa vida nacional valdría la pena hacer una pregunta más, ¿debemos narrar todos lo mismo porque es rentable para los editores?
Si un autor no habla del mismo asunto (ni de la misma forma) ensancha el panorama literario. Cambiar la perspectiva y el tema evita las tristes, cursis e innobles repeticiones temáticas que multiplican tanto, pero tanto, la grisácea imagen del Continente Literario nacional. Si en un momento se llenó el mercado de biografías, testimonios, memorias y autoficciones de los sobrevivientes del narcotráfico, el paso siguiente es simple: recibe con agrado todos estos bagazos de  la violencia. La violencia no sólo es una máquina de parir muertos sino la causa por la que mucha gente se atornilla a la miseria. En un país donde la distribución de la riqueza es terrible y la violencia golpea tanto, empobrece tanto y destruye tanto, ¿es conveniente seguir hablando de ella y sus efectos en pos del beneficio del autor?
Los latinoamericanos dialogan con la violencia día con día, llevarla al papel resulta inevitable.  Por ejemplo, si usted se da un paseo por el centro de Acapulco verá que los restaurantes pequeños repentinamente subieron los precios, aunque el servicio y los productos sean los mismos; incluso, algunos bajaron la calidad. ¿Por qué? Porque las extorsiones han subido, porque el Estado no puede ni quiere resolver este asunto que afecta a todos. ¿Si usted vive en Acapulco, sería prudente narrar una historia de amor ubicada en Venecia? Hagamos más grande el ejemplo, si usted vive en la parte alta de la colonia Morelos y transita por las avenidas Constituyentes y Cuauhtémoc, e ingresa al centro diariamente para laborar, sabe que no puede estar en la calle después de las 7 de la tarde. Se debe cuidar. En constante tensión, me temo, no es posible escribir con libertad y soñar con Venecia. ¿Sería peor sacar provecho de la violencia?
La realidad se impone y modifica cualquier proyecto escritural. Se cuela, digamos, hasta el texto. En este punto, creo, es prudente repetir esa pregunta que se hicieron varios escritores durante la segunda mitad del siglo pasado, ¿de qué tema debe escribir un autor/autora de América Latina? Obviamente se puede escribir de todo lo que uno quiera, pero la realidad es un factor determinante. Para ilustrar mi aseveración regreso a la charla entre Vargas Llosa y Juan Gabriel Vásquez. El final de esa conversación es totalmente latinoamericano. Un espontáneo empieza a gritar frases que parecen formar parte de la Historia de Mayta (1984): “Usted no puede estar aquí, va contra la revolución”. El público se inquieta, abuchea al polemista. Juan Gabriel Vásquez increpa al saboteador: “Lo que usted está siendo es muy descortés”. Al final, el peruano agradece al saboteador su presencia. “¡Muchas gracias, señor, le deseo una larga vida!”, grita y emocionado agrega: “No saben qué aburridas pueden ser unas conferencias literarias, las presentaciones de libros, en un país como Inglaterra. ¡Qué maravilla! Se levanta un señor, grita, truena, rompe un libro. ¡Fantástico! Este país está lleno de vida. América Latina está llena de vida. Gracias a gente como esa escribimos los libros que escribimos, los necesitamos, son provocadores fundamentales que están detrás de las grandes aventuras literarias”. Quizá ese gesto, romper un libro y provocar a un autor sea la enseñanza mayor de vivir en Latinoamérica, porque la realidad termina imponiéndose y obliga a replantear el tema de un narrador; pero si un escritor elige contar la realidad sin matices uno sabe que hay algo de oportunismo en todo eso. Y si el autor lo sabe, el editor ya lo esperaba para capitalizarlo. También habría que poner en perspectiva un asunto, los contratos con las editoriales exigen mucho y a veces logran que la intimidad violenta de un autor se convierta en sustancia narrable, pero no precisamente en literatura.
La conversación entre Juan Gabriel Vásquez y Mario Vargas Llosa puede apreciarla en el siguiente enlace http://youtube.com/watch?v=6me1OQdJCU8.