EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Centro Integrador para el Desarrollo Humano en José Azueta; la experiencia de San Ignacio

Silvestre Pacheco León

Octubre 29, 2006

San Ignacio es cabecera ejidal en los linderos del municipio de José Azueta, en la parte
más alta de la cuenca del río de Pantla.
La carretera que lo comunica con Zihuatanejo sigue siendo de temporal, a 10 años de
haberse construido. La energía eléctrica se introdujo en el último año del primer gobierno
perredista del municipio, pero su bajada para ser usada en las casas aún no se ha
concretado; sin embargo, la televisión ya se ve, antes que las lavadoras y que los molinos
eléctricos puedan funcionar.
San Ignacio está distante apenas 20 kilómetros de la carretera nacional costera. A
principios del temporal sus pobladores se preocuparon nuevamente por conseguir el
apoyo municipal para reparar el camino, pero su reparación solamente atendió el rastreo y
sin balastro el camino se convirtió en río a la hora de las lluvias. De manera que el contacto
de sus habitantes con la zona desarrollada del municipio se reduce a una parte de la
temporada de secas. En las lluvias el aislamiento por destrucción del camino es total,
como a principios del siglo pasado.
En estas condiciones o por ellas mismas, los habitantes no muy querían participar en los
talleres y reuniones planeadas por el Centro Integrador del municipio.
En el medio rural también el gobierno tiene poca credibilidad, por eso en el trabajo del
Centro Integrador para el Desarrollo Humano (CIDH) ayudó que el promotor no fuera
identificado como empleado o funcionario del gobierno, sino como persona vinculada al
ejido por su trabajo en el proyecto Coinbio que promueve la conservación de la
biodiversidad.
La tarea se antoja sencilla para quienes más habituados están a las juntas, pero no ha
sido fácil para los habitantes de un pueblo meterse en la dinámica de las reuniones para
autodiagnosticarse.
Pedro Jesús Gómez, el promotor comunitario, se apoyó en la experiencia que adquirió
como profesor del Conafe en poblados de este ejido. Con la ayuda de las autoridades,
visitando casa por casa, logró reunir a sus habitantes en una aula de la escuela. El
ejercicio se antoja interesante porque mediante palabras clave acerca de cómo es su
comunidad, los ahí reunidos construyeron una visión colectiva de su pueblo. Cómo era San
Ignacio, que han perdido como comunidad al paso de los años y qué es lo que han ganado
con lo que ahora tienen. Entre todos se esforzaron en identificar los problemas comunes y
pensaron en juntos en las posibles soluciones.
San Ignacio es un ejido con más de 7 mil hectáreas que si se hubieran distribuido
equitativamente, cada ejidatario tendría 100, pero así como en un principio todo el territorio
fue de uso colectivo, llegó el momento de parcelarlo con la llegada del alambre de púas
necesario para las cercas.
Antes las parcelas de cada quien sólo tenían como límite la capacidad del ejidatario para
desmontar, comprar el alambre y cercar.
Los habitantes reconocen que en pocos años han acabado con sus bosques y no por eso
su vida ha mejorada de modo sustancial. Las motosierras han sido el invento más
depredador que se conoce. Muchos de los habitantes del ejido ya no recuerdan los
nombres de árboles que abundaban hace años en el ejido, como el chilcahuite, los
fresnos, hujes y robles.
Había tigres, oso hormiguero, jaguar, leones, pintillas y muchos venados y jabalíes.
Abundaban los loros, cotorros, faisanes, guacamayas y perdices. Con las armas de fuego
modernas y el deterioro ambiental, también los animales sufrieron las consecuencias, se
acabaron, se fueron, no se pudieron mantener.
El agua de los arroyos nunca se secaba, las vacas no sufrían de sed y nadie peleaba por el
derecho a disponer del manantial que a todos abastecía. Hasta el clima, cuentan que era
más benigno. Ahora se siente cada día más caliente.
Hay mucha pobreza también. Los que saben hacen negocio con los animales silvestres y
son los únicos beneficiados porque los demás nomás sufren las consecuencias. Los
cazadores no respetan las vedas, ni las parcelas ni los ríos, y acaban con lo que pueden,
generando división y enemistades porque matan animales en terrenos ajenos y envenenan
el agua para capturar langostinos y truchas.
Recuerdan los vecinos que antes la tierra daba sin necesidad de fertilizarla. Las plantas
nomás de limpieza ocupaban y la gente siempre tenía que comer. Ahora se quejan que la
tierra ya no da y que las plagas acaban con casi todo lo que siembran. Piensan que los
agroquímicos son dañinos y saben que ellos no están capacitados para manejar tantos
líquidos modernos, muchos de ellos venenosos.
Dicen que antes bajaban los productos para venderlos en la costa: maíz, carne, quesos,
frijol, calabaza, arroz, piloncillo, aguardiente, aunque todo se los pagaban barato, pero
ahora, dicen que no bajan nada, y al contrario, tienen que llevar del pueblo lo que antes
producían.
Los niños crecen desnutridos y se enferman con frecuencia. La dieta alimenticia ha
cambiado drásticamente, los alimentos sanos han sido sustituidos por comida chatarra.
Hasta los chiles que consumen son ahora enlatados y se han acostumbrado a las galletas
y a la mayonesa. Comen sopa instantánea en lugar del caldo de frijoles y tortilla de maíz.
Aseguran que ahora hay enfermedades que antes no se conocían y que la medicina
moderna ha hecho que pierdan el conocimiento que antes cada familia tenía de las
propiedades curativas de las plantas del lugar.
Así explican el grado de vulnerabilidad al que ha llegado la población rural. Ahora nuestros
pueblos son dependientes hasta de la comida y las nuevas generaciones están
condenadas a mayor sufrimiento porque han olvidado hasta los más simples métodos de
cultivo.
En su reflexión señalan que quisieran recuperar su capacidad productiva y valoran
adelantos que ahora tienen y que permiten una vida más desahogada, como son los
vehículos como medio de transporte y los caminos, cuando están en condiciones de ser
transitados.
El servicio telefónico ayuda a no sentir tanto el aislamiento. Tener servicio médico
constituye un descanso por la preocupación por los enfermos, pero dicen que ahora lo
grave es la falta de medicinas en la comunidad y lo caro que cuestan.
Tener casas de material industrializado les da seguridad y protege mejor a las familias.
Las letrinas o fosas sépticas dan comodidad, lo mismo que el agua entubada.
Pero todos se quejan de que la educación ha desmejorado y añoran el ambiente de
respeto que reinaba en los años pasados. Los niños y jóvenes respetaban a los mayores.
No había males como el robo o los secuestros. Ahora hace falta autoridad en las familias y
en los pueblos. Le educación en las escuelas es de mala calidad y no prepara a los
estudiantes para resolver los problemas que aquejan a sus pueblos.
Los habitantes identificaron como problemas: pérdida del conocimiento sobre el uso de
plantas medicinales y alimenticias, ausentismo de los profesores y del médico de la
comunidad; autoridades poco confiables, contaminación del río, falta de mercado para los
productos del campo, pérdida de la biodiversidad. Ven como problema la pérdida de
conocimiento sobre los métodos de cultivo y el abandono de tradiciones y costumbres que
daban cohesión a la comunidad.
Se quejaron por la falta de medicinas en la casa de Salud, del camino en mal estado, de la
escasez del agua y del mal servicio del sistema hidráulico.
A la hora de priorizar pusieron en primer lugar la falta de medicina porque dicen que de
ningún apuro los saca tener médico que les recete si no tienen modo de adquirirlas. En
segundo lugar el mal estado del camino que si fuera transitable podrían bajar al pueblo
cuantas veces fuera necesario. El tercer problema fue el sistema hidráulico en mal estado.
El siguiente paso que darán consiste en buscar las soluciones estratégicas que permitan
fortalecer la organización y con ello la confianza en sí mismos. El promotor ya se prepara
para facilitar el nombramiento de los comités que integrará la comunidad para enfrentar
cada problema. No confían aún en la eficacia de la coordinación que se propone entre las
diferentes dependencias gubernamentales para atender sus demandas, pero entienden
que puede valer la pena el trabajo organizado para que el desarrollo que se propone sea
compartido.