EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El CIDE, las universidades…

Humberto Musacchio

Diciembre 09, 2021

 

En tres años más será cincuentenario el CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económicas). Su creación ocurrió durante el sexenio de Luis Echeverría y fue producto de los empeños de Trinidad Martínez Tarragó, quien sería su directora entre 1973 y 1986. La institución es formalmente una asociación civil, aunque en los hechos se sostiene con fondos gubernamentales, depende del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y es, para todos los efectos, una institución educativa del sector público.
Como en toda universidad –el CIDE lo es aunque la palabra no figure en su nombre oficial–, en sus aulas coexisten y debaten diversas concepciones de la realidad, enfoques distintos de la vida pública y mentalidades avaladas por sus títulos o su obra, pese a lo cual, el presidente López Obrador cree que se trata de “un grupo de académicos muy conservadores” que están formando jóvenes “para hacerle caso al FMI”.
Desde luego, en una comunidad plural puede haber profesores de notorio o disfrazado conservadurismo, pero eso no significa que los estudiantes no reciban orientaciones diversas y opuestas, como ocurre en todo centro educativo de carácter universitario, donde además, en el plano de la investigación, los académicos analizan la realidad con diferentes instrumentos y con el respaldo de la formación que ellos mismos recibieron.
Por lo anterior, resulta inaceptable que se diga que el CIDE recomiende a los educandos remedios neoliberales, recetas como esa, según la cual, en las crisis la receta es darle más a los de arriba o que el papel del Estado es mostrarse poco y sólo para reprimir. En la visión del Ejecutivo, el CIDE se ha derechizado y sus integrantes “no estuvieron a la altura de las circunstancias frente al saqueo más grande que se ha cometido en la historia de México” (el de los neoliberales).
Lo cierto es que el CIDE está muy lejos de ser esa horda detestable que describe el presidente de la República. Tan no lo es, que muchos de sus egresados trabajan para el mismo gobierno que los condena, sirven a México desde diferentes trincheras porque cuentan con una sólida preparación. Son hombres y mujeres acostumbrados a pensar con su propia cabeza, lo que explica el rechazo que ha suscitado la grosera imposición de José Antonio Romero Tellaeche.
No es un dato menor que Tellaeche –recomendado de Enrique Semo, no de Lorenzo Meyer, según aclaró ayer Sergio Aguayo–, haya tenido desplantes que son causa de la irritación que priva entre profesores y alumnos. De manera despótica despidió a funcionarios de la institución, a la que ha llegado bajo custodia de guaruras, lo que resulta ofensivo para una comunidad en la que esas expresiones de autoritarismo resultan intolerables.
Para colmo, después de fungir como director interino durante más de tres meses, Romero Tellaeche fue nombrado formalmente director por María Elena Álvarez-Buylla –léase AMLO– y ratificado por la Junta de Gobierno del mismo Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, pero sin tomarse la molestia de recoger la opinión de quienes hoy conforman el CIDE.
Para AMLO, la elección de Tellaeche la hicieron quienes debían hacerla, lo que es una manera más de mostrar el desprecio oficial por la comunidad del CIDE. Por fortuna, María Elena Álvarez-Buylla, directora del Conacyt, ya tuvo una junta con representantes de profesores y alumnos, y si bien no hubo acuerdo por el empeño en sostener a Tellaeche, se ha programado para hoy (jueves 9 de diciembre) otra reunión, esta vez en el campus de la institución educativa.
Lo deseable es que el diálogo de hoy lleve a la conciliación, porque en las universidades de todo el país hay una muy perceptible irritación por el maltrato del gobierno federal. Cuando la pradera está seca, resulta altamente peligroso jugar con fuego. Ojalá lo entiendan en Palacio.