Lorenzo Meyer
Enero 06, 2020
Ya es costumbre que al final de cada cuenta decenal de años se intenten evaluaciones del período que concluye. Claro que pretender juzgar de manera objetiva la naturaleza del pasado, especialmente del que de tan cercano es casi presente, es un imposible. El color del cristal con el que elijamos ver y juzgar lo que acabamos de vivir, teñirá nuestro juicio. De todas formas, es tan inevitable como necesario tener una opinión y una posición frente a lo que acabamos de vivir y seguimos viviendo.
Un buen ejemplo de lo anterior se tiene en la prensa norteamericana. Por un lado, están los análisis optimistas y elaborados desde la óptica de una gran potencia con intereses mundiales que, aunque en una fase menguante de su papel como centro del sistema de poder internacional, sigue teniendo la mayor capacidad militar y económica del planeta. Quienes allá subrayan el lado positivo de lo acontecido a nivel mundial en los últimos años destacan hechos como estos: hace un siglo, uno de cada tres niños moría antes de cumplir cinco años y hoy es uno de cada veinte. Desde tiempo inmemorial, el hambre afectó a una parte mayoritaria de la humanidad, pero en este siglo la proporción de malnutridos pasó de 14.8% a 10.8% (2016). Y si en la década de los 1940 perecieron por hambre un promedio anual de 78.6 millones de personas, en la segunda década de este siglo el número se redujo a medio millón (cifras de: Our World in Data). También se valora, y mucho, que en los últimos diez años no haya estallado ningún conflicto directo entre Estados Unidos y otra gran potencia ni tampoco una gran crisis financiera al estilo de la de 2008. En fin, los datos positivos pueden seguirse acumulando, pero también los negativos.
Si bien no ha estallado ningún nuevo conflicto entre las grandes potencias, las guerras sin sentido en el mundo periférico siguen sin resolverse. La de Afganistán acumula ya 150 mil muertos y la de Siria medio millón. Ross Douthat, columnista del New York Times, eligió poner el acento de su evaluación sobre los procesos internos norteamericanos en la parte obscura, en lo que él llama tiempo de desilusión, (28/12/19). Douthat ve a su país al final del siglo XX como una sociedad llena de optimismo tras su triunfo sobre la URSS y su consolidación como centro indiscutible y benigno del orden mundial. Sin embargo, esa situación se tornó diferente al inicio del nuevo siglo que trajo consigo terrorismo, guerras inconclusas en países remotos, olas de migrantes indeseados, narcotráfico en ascenso, las crisis, financiera primero (2008) y la de los opioides después, para rematar con una notable polarización política interna y el desencuentro con una China cada vez más dispuesta a reclamar su lugar como la potencia mundial en ascenso. En suma, desde esta óptica, lo que se vivió en Estados Unidos fue “una década de estabilidad desconfiada y prosperidad sin confianza.”
En México y en materia política, el decenio que concluyó puede interpretarse como uno marcado por el fracaso del PAN como conductor de un proyecto nacional y el retorno sin gloria del PRI a la presidencia. El viejo partido de Estado simplemente careció de capacidad de adaptación a un entorno donde ya le fue imposible recrear la presidencia fuerte del pasado. La violencia criminal se impuso en toda la línea sobre las fuerzas gubernamentales. La corrupción de la élite del poder se hizo más evidente que en el pasado, socialmente más disfuncional y más insoportables su descaro e impunidad.
En ese escenario, en 2018 tomó el relevo de la conducción nacional una izquierda post Guerra Fría que ya no aspira a la superación del capitalismo sino a atemperar su brutalidad. La biografía y la propuesta de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lograron despertar la imaginación de la mayoría de un electorado desilusionado con los nocivos resultados de la falsa transición encabezada por el PAN y continuada por un “nuevo PRI” que resultó más corrupto que el antiguo.
El principio del nuevo sexenio se puede evaluar enfatizando la persistencia de la violencia y el estancamiento del PIB o por su voluntad de echar los cimientos de un nuevo régimen en lucha frente a la herencia secular de la corrupción, por su disposición a dar sentido al lema de “primero los pobres” o por su esfuerzo por mantener un contacto sistemático con su base social. Como sea, el color del cristal con que examinemos el pasado inmediato es de nuestra elección; elección muy determinada por nuestros intereses, prejuicios y conocimientos.
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