EL-SUR

Sábado 27 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El componente espiritual de la construcción de la paz

Jesús Mendoza Zaragoza

Febrero 27, 2023

Hace unos años escuché, durante una conferencia, a un académico de la Escuela de Estudios de la Paz Joan B. Kroc, de la Universidad de San Diego y me llamó la atención su visión del sujeto (persona) de la construcción de la paz. Él decía que se necesitan, simultáneamente, la cabeza, las manos y el corazón. La cabeza representa la inteligencia, la comprensión de la paz y de su construcción, la visión teórica y estratégica para entender los conflictos y transformarlos, y, además, las capacidades de análisis de contextos locales y globales. Hay instituciones y universidades dedicadas a los estudios de paz y de resolución de conflictos y, también, a las investigaciones específicas, de manera que se promuevan las capacidades de la inteligencia para diseñar estrategias de construcción de paz.
Las manos representan la acción directa o indirecta mediante la cual se construyen relaciones, alianzas, proyectos específicos y estrategias para dar pasos en la construcción de la paz. Es la operación de procesos de paz y de transformación de conflictos mediante la intervención de actores institucionales o territoriales. Y, por último, el corazón representa la pasión, en forma de convicciones, principios, actitudes y motivaciones, que se empeñan en estas tareas, que se pueden sintetizar en un amor apasionado por la paz. Del corazón procede la lucidez, el autodominio, la fortaleza, la paciencia histórica, la libertad interior, la empatía y demás actitudes espirituales básicas, tan necesarias para los procesos de paz. Después de todo, estamos hablando de una espiritualidad, que cada quien elige según las propias opciones, ya religiosas o seculares.
Inteligencia, acción y espiritualidad se complementan y se articulan entre sí, dando a quienes trabajan por la paz una serie de capacidades teóricas y operativas para dar mayor eficacia a los procesos de paz. La ausencia de inteligencia da lugar a las ocurrencias, al voluntarismo y a frustraciones, pues carecen del análisis y de diagnósticos acertados, y también carecen de una visión integral de los conflictos que hay que transformar. Suele suceder esto cuando se anteponen intereses políticos o facciosos. Por otro lado, la ausencia de la acción transformadora de la realidad reduce la construcción de la paz a un discurso o a las buenas intenciones pregonadas por los medios, pero sin impacto en la realidad. O se reduce a acciones inconexas, carentes de proyectos y procesos. Y, por último, la carencia de la pasión reduce la construcción de la paz a la superficialidad y a la frivolidad cuando no hay motivaciones o convicciones patentes o latentes y se vuelve una rutina sin alma o en una actividad meramente formal. Se da la incapacidad para afrontar la realidad con empatía, con lucidez y con la paciencia necesarias.
Hoy quiero poner el acento en el componente espiritual, tan fundamental como los otros dos componentes. Hay que aclarar que hay una distinción rigurosa entre la espiritualidad y la religión. La espiritualidad está vinculada a la vida interior que cada persona construye para vivir y para contar con las capacidades que necesita para buscar y encontrar sentido a su vida y afrontarla en toda su complejidad, mientras que la religión se conforma de ritos, creencias y de una referencia grupal y social. La espiritualidad es más interior y la religión es más exterior. Pueden coincidir ambas en quienes vinculan lo interior con lo exterior, en quienes viven con una espiritualidad que se construye a partir de una tradición religiosa.
La pasión por la justicia o la espiritualidad es una expresión del amor, que tiene el alcance necesario para movilizar pensamientos, sentimientos, emociones y convicciones. Moviliza también la inteligencia y la acción transformadora; ofrece una visión del pasado y del futuro deseado para contextualizar el presente. Una de las más importantes actitudes espirituales es la esperanza, capaz de sortear los peores contextos locales o nacionales, y de sostener los procesos con una mirada utópica imparable.
La utopía puede tener un diseño social, que dibuja el futuro con determinadas características específicas, tales como la igualdad y la justicia, la sostenibilidad y la democracia; pero tiene también una dimensión que rebasa los diseños sociales y las concreciones históricas. Por eso es, precisamente, utopía; porque ese futuro deseado siempre está más adelante y genera la esperanza que nada ni nadie puede detener. La utopía tiene un carácter inagotable, pues ningún proyecto histórico la puede alcanzar, pues es obra de la imaginación creadora que impulsa la historia, de manera permanente hacia el futuro. La inteligencia, vinculada a la espiritualidad, hace razonable -no racional- la utopía. Es algo así como una inteligencia espiritual la que activa la creatividad para impulsar los procesos históricos y sus transformaciones.
Hay un autor y activista norteamericano, John Paul Lederach, que ha participado en procesos de paz y de transformación de conflictos en diversas latitudes del planeta quien, en uno de sus libros, La imaginación moral: el arte y el alma de la construcción de la paz, propone precisamente una visión estética y espiritual de la misma. Habla de la imaginación moral como la capacidad de imaginar una red de relaciones que incluye, incluso, a los enemigos; la habilidad de fomentar la curiosidad de lo complejo; la capacidad para creer y buscar el acto creativo y; la habilidad para adaptarse al riego avanzando sin temor hacia lo desconocido, considerando que, en ciclos de violencia, el conflicto es lo que se conoce y la paz es lo anhelado. Esto quiere decir que los procesos de transformación social de conflictos requieren de recursos espirituales que necesitan ser procurados y cultivados para contar con las capacidades necesarias y suficientes.
¿Qué es lo que animaba a esas grandes figuras reconocidas por su autoridad moral para la transformación de conflictos, orientada hacia la justicia social y la paz? ¿Qué sucedía en las conciencias de Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Nelson Mandela? ¿Por qué tuvieron tanta fuerza moral para aglutinar a grandes movilizaciones que transformaron contextos nacionales? Gandhi convenció a multitudes de la necesidad de la lucha no-violenta para lograr verdaderas transformaciones y de la necesidad de formar el espíritu para lograrlo. Insistía, por ejemplo, en la necesidad del ayuno y la oración. En fin, ellos supieron extraer el gran potencial amoroso que hay en las personas y en los pueblos para construir los cambios deseables en sus naciones. Su paradigma de construcción de la paz tuvo un componente espiritual que les dio tal capacidad.
La espiritualidad fue para ellos una fuente inagotable de lucha para que sus pueblos bebieran la esperanza que necesitaban y mantuvieran la utopía, y, además, para ser consecuentes con su sueño de justicia y de paz. Así, Gandhi nos dejó dicho: “la paz es el camino”. Por eso, la paz es un bien espiritual con el que se puede hacer un diseño de sociedad a la medida de las necesidades de todos, incluyendo a las víctimas y a sus victimarios.