EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

El de Chavarría, un discurso perfecto

Juan Angulo Osorio

Noviembre 22, 2005

EL FIN Y LOS MEDIOS

Siempre con el ánimo de ofrecer cada día un mejor servicio a nuestros lectores, todos los martes y jueves aparecerá esta columna en la cual, como su nombre lo indica, trataremos de encontrar en la nota diaria aquellas prácticas y actitudes que desde nuestro punto de vista alejan a los actores de la vida política de los fines que dicen perseguir. En general, nos fijaremos asimismo en aquellos actos o declaraciones de los funcionarios que contradicen la realidad.

El escritor estadunidense de origen portugués, John Dos Passos, célebre por sus novelas de la segunda y tercera décadas del siglo pasado sobre la ciudad y la clase obrera de Nueva York, fue uno de los tantos intelectuales del mundo que participaron en la guerra civil española del lado de las fuerzas de la República.

José Robles Pazos, un refinado intelectual español muy amigo de Dos Passos desde antes de la guerra, dejó un bien pagado y confortable trabajo de profesor de literatura en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, para regresar a su país a ponerse a las órdenes del gobierno antimonárquico. Robles fue asignado como traductor de los generales soviéticos que encabezaban la defensa de Barcelona, y de un día para otro desapareció. Dos Passos era un escritor con gran influencia en los círculos de la izquierda, y amigo muy cercano de otro gurú de entonces, el también escritor Ernest Hemingway, que a la postre sería galardonado con el Nobel de Literatura. Y busca a Robles por cielo y tierra, es recibido por funcionarios influyentes del gobierno republicano que le dan largas hasta que sabe que su amigo fue encarcelado, torturado y asesinado como parte de las purgas que caracterizaban entonces a los stalinistas rusos y de otros países, en este caso la propia España, que acudían a todos los medios –incluido el asesinato– en aras del gran fin de defender la llamada gran patria socialista.

Fue un crimen sin sentido y las acusaciones de que Robles era un espía no se sostenían. En una discusión con uno de estos stalinistas que le pedía a Dos Passos que ya no le moviera al caso, porque en la guerra todo se vale y el fin justifica los medios, el autor de la portentosa novela Manhattan Transfer respondió a su interlocutor más o menos lo siguiente: los medios son más importantes que los fines, porque contribuyen a modelar instituciones que a su vez modelan el comportamiento de las personas; en cambio, los fines nunca se consiguen.

El proceso que llevó a la estrepitosa caída de la ex Unión Soviética le dio trágicamente la razón a Dos Passos, quien murió en 1970 desencantado de la experiencia del socialismo real y vituperado por los defensores de éste.

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En su discurso del domingo por el 95 aniversario de la Revolución Mexicana, el secretario general de Gobierno, Armando Chavarría Barrera, dijo que “cambiar estructuras, modificar comportamientos, destruir redes de complicidades y corrupción, construir los nuevos consensos e instaurar la institucionalidad democrática es una labor que requiere tiempo”.

Tiene razón. No se puede cambiar todo de la noche a la mañana para alcanzar tan loables fines como los arriba señalados. No es fácil. Pero será más difícil aún si se mantiene en puestos decisivos del gobierno a personajes que son enemigos probados de cualquier cambio de estructuras. ¿Modificar comportamientos significa que la labor de espionaje desde el gobierno era mala cuando se hacía para el PRI y buena cuando se hace para el PRD? ¿Y cómo se van a destruir las redes de complicidades y corrupción teniendo al lado a los mismos que las construyeron o han sido sus beneficiarios? Porque resulta una exageración perversa suponer que se les tiene allí para aprovechar su experiencia y construir las nuevas redes con nuevos beneficiarios.

Ciertamente también requiere de tiempo “construir los nuevos consensos”. Pero mucho más se necesitará cuando se rompe el consenso original con los electores que lo llevaron a uno al poder, y que se sienten defraudados, desencantados por no decir traicionados. Perder la confianza y el respeto de los votantes del pueblo raso, de los ciudadanos de a pie, debilita a los gobernantes ante los intereses de los poderosos de siempre, reacios de por sí a cualquier cambio que beneficie a las mayorías.

También se necesita tiempo para “instaurar la institucionalidad democrática”. Pero no parece que en la nueva clase política gobernante haya alguien que realmente esté pensando en la institucionalidad democrática como un fin a alcanzar. Lo que allí se ve en estos días es una sorda lucha en busca del poder por el poder mismo, donde el enemigo principal es el compañero del propio partido. Lo que allí se ve son amigos y familiares en los puestos altos, medianos y bajos no sólo de la administración pública central, sino de los organismos desconcentrados y autónomos, de los municipios y hasta del Congreso.

Muchos y loables fines los mencionados por el secretario Chavarría, que suenan a palabras huecas si se observan la trayectoria y la práctica del personal político y administrativo de varias de las áreas del gobierno.

 

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Hay otras verdades de a kilo en el discurso de Chavarría. Por ejemplo, cuando critica a quienes piensan que la democracia se agota en la emisión del sufragio el día de la elección y reprocha que “quienes votan y se van a su casa a esperar ver pasar los cambios, no han superado la cultura autoritaria”.

Es cierto. Tiene toda la razón el secretario en pedir la participación cotidiana de los ciudadanos en los asuntos públicos. Pero entonces ¿por qué a quienes así proceden y en consecuencia se organizan para defender sus derechos el gobierno los persigue, los golpea, los desprestigia como ha hecho con los opositores a La Parota, los ecologistas de la sierra de Petatlán, los normalistas, las ONG? ¿Por qué los ataques del mismo gobernador a una institución prestigiada como la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos (Codehum) y a su respetado y respetable presidente?

Así, los que sólo van a votar, que son los más, y los abstencionistas, que son todavía más, se preguntarán ¿para qué vamos a organizarnos y a participar en los asuntos de la comunidad si corremos el riesgo de que el gobierno nos tache de violadores, delincuentes, corruptos cuando no nos mande a la policía?

Si el secretario Chavarría realmente está convencido de que el gobierno en el que participa quiere efectivamente “cambiar estructuras, modificar comportamientos, destruir redes de complicidades y corrupción, construir los nuevos consensos e instaurar la institucionalidad democrática”, que comience ese gobierno por poner el ejemplo.

Porque no se puede abrir camino a la democracia participativa, que se supone es uno de los fines del PRD, desde un gobierno en el que abundan los no demócratas, y en el que son notorios comportamientos elitistas y clasistas de desprecio a todo lo que huela a pobre.