EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El déficit de Astudillo

Abelardo Martín M.

Octubre 28, 2015

Dice el refrán popular que “no hay deuda que no se pague, ni fecha que no se cumpla”. Al tomar ayer posesión como gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo se encontró con un futuro amenazado por un huracán de nivel 5, como amagó ser Patricia y por fortuna se degradó y en un clima de miedo generalizado. El llamado bono con que inicia todo nuevo gobierno, en este caso, no existe, la esperanza se perdió hace mucho tiempo, los engaños sucesivos de gobernantes de todo color y estilo terminó por matar cualquier indicio de un mañana mejor.
Al gobernador Astudillo no le queda un mañana, lo que no concrete día tras día no se le permitirá tolerancia ninguna. Recibe un estado con déficit en todo, sin exagerar. Descomposición política y social, economía sin horizonte y un estado de ánimo de decepción. La violencia es latente en todos los rincones del estado y no hay sector socioeconómico que se salve, y ni siquiera los habitantes de Las Brisas, en Acapulco, pueden declararse y mucho menos estar a salvo de nada. El propio Astudillo lo acaba de vivir en una zona del Acapulco tradicional considerada “segura” y “blindada”, en donde sufrió en piel propia el flagelo de la inseguridad.
Lo que el nuevo gobierno no implemente en los primeros días, después será imposible, más bien los nuevos funcionarios podrán ser absorbidos por la inercia del elogio y el “nunca antes nadie” hizo lo que ahora se ve.
En las finanzas, el escenario es mucho más que difícil. Dicen los que saben que los adeudos acumulados a la fecha en las cuentas públicas suman más de 15 mil millones de pesos, lo cual representa una tercera parte del presupuesto anual del estado. La ironía es que más de la mitad de ese débito, unos 8 mil millones de pesos, se concentra en la Secretaría de Educación, rubro en el que, a contraluz, los estudiantes de Guerrero reciben las peores calificaciones del país en las diversas pruebas y comparaciones que se realizan.
Pero ojalá fueran los financieros los únicos rubros deficitarios para el gobierno que se inicia. El panorama en materia de seguridad pública, criminalidad y violencia es tal vez más preocupante que el problema del dinero.
La confusa balacera ocurrida a unos metros de donde hace diez días cenaba el ahora gobernador Astudillo, en la que resultaron heridos dos de sus guardaespaldas, es una muestra en realidad menor, aunque espectacular, de lo que vive el puerto de Acapulco y la entidad completa.
La cifra de asesinados, desaparecidos, cuerpos inhumados clandestinamente o simplemente abandonados en calles y caminos, es tan incierta como alarmante, pues en ningún caso es pequeña.
El narcotráfico, presente por decenios en los pueblos de la sierra, y ahora factor de poder económico y político incrustado en todos los niveles de la vida y la geografía guerrerense, es el gran tema insoslayable si se quiere realmente transformar nuestra realidad.
Como gran transfondo se encuentra la pobreza padecida por la mayor parte de la población, la desigualdad tan extrema como la miseria, y el estancamiento del desarrollo que perpetúa carencias y falta de oportunidades.
Tal es la causa de la inestabilidad política y social, que ha magnificado la perversión político sindical de la CETEG, pero que viene desde la fundación del estado, hace 166 años.
En las últimas décadas del siglo pasado y en el tránsito a esta centuria esa inestabilidad pareció superarse, pero desde septiembre de 2014 la entidad parece retrotraerse a sus épocas de mayor perturbación.
Ahora que llega Astudillo el tramo por remontar es grande y complejo. A corto plazo, el financiero pudiera ser el flanco más sencillo. En contraste, el peso y la distorsión en todos los ámbitos que introduce la acción del narcotráfico, es el asunto más delicado y de difícil salida.
En medio de todo ello, volvemos al tema de la pobreza de la mayoría de los habitantes de las ciudades y las zonas rurales del estado. Ni los programas sociales federales, ni la redundancia de los programas estatales, ni otras iniciativas, han tenido éxito. En todo el país los resultados son más bien magros, pero en Guerrero de plano no se ven.
Ligado a lo anterior, y en realidad causal, en materia de desarrollo económico el estado no tiene nada notable que ofrecer.
Acapulco, la joya de la corona en el ámbito turístico, vive días de decadencia, pese a que esa industria es una de las más vitales en el país y en el mundo. El puerto hace tiempo dejó de ser el principal destino vacacional de México, e Ixtapa, la gran opción desarrollada junto con Cancún y la Riviera Maya, se quedó chiquita, chiquita…
La industria, que nunca llegó en gran forma a Guerrero, hoy es prácticamente inexistente, y varias de las grandes empresas comerciales de la región han preferido cerrar sus puertas y liquidar a su personal, antes que seguir lidiando con las pérdidas y la incertidumbre generadas por la impune actividad de asalto y secuestro de sus unidades y robo de su mercancía, todo ello ante la pasividad pasmosa de una autoridad que así se hace llamar, pero que evidentemente ignora o pretende ignorar cuál es su función.

Mientras en el país y en el mundo entero se ve hacia el futuro y se apuesta a desarrollar la sociedad del conocimiento, el alto nivel cultural y tecnológico, y la innovación permanente para competir y sobrevivir en el siglo actual, en Guerrero la economía y la producción se paraliza, en tanto la sociedad y la política se encaminan a la anomia.
A ese gran déficit, que tiene que ver con la viabilidad y la gobernabilidad de la entidad, se enfrentará Astudillo a partir de hoy.
Al gobernador quién sabe cómo le vaya, pero a la sociedad guerrerense no le podrá ir bien mientras no caiga en la evidencia de que tiene que cambiar radical y positivamente, si se quiere salir del abismo en el que nos encontramos. Una realidad. Para el gobierno que hoy empieza con Hector Astudillo a la cabeza, no hay mañana. Solo existe el hoy, ojalá no solo se entienda, sino se actúe en consecuencia. La resistencia de Guerrero y los guerrerenses es mucha, pero nunca infinita. Los signos de deterioro grave se han repetido desde hace mucho tiempo y muchos gobiernos, pero no es eterna. Se puede ir a peor, a mucho peor, si la ceguera de la soberbia invade al gobierno entrante, como sucumben la gran mayoría de los políticos que se creen infalibles e inmunes.