EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El desafuero de López Obrador

Florencio Salazar

Septiembre 11, 2018

Me llamó el asistente del Estado Mayor –yo era secretario de la Reforma Agraria–, y me dijo que el presidente Fox me esperaba a las 17:00 horas. Por supuesto, llegué media hora antes. Al pasar al despacho, estaban reunidos el secretario de Gobernación, Santiago Creel, –con el rostro rojo rojo, sumido en un sillón–, el procurador Rafael Macedo de la Concha y Ramón Muñoz –quien en los hechos era el Jefe de la Oficina de la Presidencia– y el presidente de la República.
Apenas entré a la oficina, de pie –como estaban Rafael y Ramón– sin más el Presiente me preguntó: “¿Qué piensas del desafuero de López Obrador?”. “Sería un error. Si hay elementos legales para desaforarlo, eso debió haber ocurrido antes del proceso electoral. Nadie va a creer que se vaya a actuar por respeto a la ley; se va a ver como una maniobra para quitarlo de enmedio”, respondí.
Alguien replicó: “Señor presidente: los líderes del sector privado con los que he hablado, ven en usted a un patriota y lo apoyarán con el desafuero”.
Intervine con vehemencia: “¿Es que ustedes no escuchan la radio, no ven los programas de televisión, no van al teatro, no oyen a la gente de la calle? Todo el tiempo se burlan del Presidente, poniéndolo en ridículo. Hay que querer al Presidente, que se le tenga respeto. Y el desafuero lo va hacer pasar a usted –me dirigí al Presidente–, como un arbitrario. Además, a López Obrador victimizado, la población lo va a sacar de la cárcel para sentarlo en la Presidencia”. Nadie dijo nada, solo habló el Presidente: “Vamos a tener otra reunión, te llamamos”, lo cual no ocurrió.
Lo comento ahora porque creo que la solución de los graves problemas que vive el país serán resueltos con el respeto a la ley, emprendiendo todas las acciones que nos conduzcan a ese fin. Y debe preocuparnos que desde el poder fáctico del próximo mandatario se promueva la violación a la Constitución, bajo un criterio que lejos de ser pragmático, es burda maniobra para concentrar un mayor número de legisladores en su partido, Morena.
Un gobierno sin contrapesos es de alto riesgo para la democracia. Ya escuchamos el discurso inaugural en la nueva Legislatura federal. Mario Delgado intervino, en nombre de Morena, con una alocución amenazante, altisonante, ajena a cualquier protocolo. Y eso que, según declaración de Tatiana Clouthier, Mario Delgado es un hombre educado y culto.
El Senado prácticamente inició otorgando toda la “gracia” al amigo verde. Primero el rechazo y después la aceptación de la solicitud de licencia al cargo de senador al ex gobernador constitucional, y actual gobernador sustituto de Chiapas, Manuel Velasco; decisión que no deja duda alguna del respeto que la siguiente administración federal tiene a la Constitución.
Respecto al gobernador de Chiapas, como acredita el politólogo Ricardo Raphael (El güero que derrotó a los morenos), el artículo 125 de la Carta Magna dice que “ningún individuo podrá desempeñar a la vez dos cargos federales de elección popular, ni uno de la Federación y otro de entidad federativa que sea también de elección”.
Y el analista refiere también al 116 Constitucional: “Los gobernadores de las entidades, cuyo origen sea la elección popular, ordinaria o extraordinaria, en ningún caso y por ningún motivo pueden volver a ocupar ese cargo, ni aun con carácter de interinos, provisionales, sustitutos o encargados del despacho”.
El Senado de la República no sólo retorció su Ley Orgánica al presentar en una misma sesión dos veces el mismo asunto; lo grave es que violó la Constitución al aceptar a un senador inelegible y luego al otorgarle licencia para que pudiera ocupar el cargo de gobernador sustituto en Chiapas, con la complicidad del Congreso de aquel estado.
Como se advertirá, se podría presentar una controversia constitucional, sobre la cual tendría que pronunciarse la Corte; pero aun sin esa demanda ante el tribunal supremo, los actos del Congreso del Estado de Chiapas, del Senado de la República y los que lleve a cabo el gobernador sustituto, por la ilegalidad que los sustenta, son nulos de pleno derecho, pues prima sobre ellas la Constitución General de la República.
Lo anterior es una muestra de la concentración –y posterior liberación– de energía política y social con el fin de provocar otro tsunami, que siga al del primero de julio. Las elecciones expresaron la voluntad mayoritaria de los electores para otorgarle un enorme poder a Andrés Manuel López Obrador; y tal parece que ahora ese poder pretende avasallar a las instituciones y a la ciudadanía con el propósito de reponer al tlatoani en su trono.
Si la Constitución no se respeta, no hay forma de que opere la división de poderes. Y quienes se oponen a los abusos del poder son más referencias testimoniales que fuerza de contención. El poder moral de los intelectuales es una nube de avispas en torno a un cuerpo blindado; las élites empresariales y financieras se alinean para favorecer los intereses que representan; los medios impresos han sido advertidos de que la publicidad oficial se reducirá al 50% y algunos de ellos ya están reduciendo su número de páginas y su nómina de colaboradores; ¿y en dónde está la sociedad civil? (no confundir con organizaciones patrocinadas por el sector privado).
Las redes que, en otros países como Egipto, han provocado la caída de gobiernos, son el continuo de chismes, chistes e insultos, que terminan por marginar opiniones, denuncias y llamados a crear conciencia social. Los críticos son múltiples voces en el desierto, en los que hablan unos con otros sin un auditorio que verdaderamente los escuche y menos atienda.
Por si hiciera falta, como lo comenté en mi cuenta de twitter antes de las elecciones, llegó lo que se venía venir: la destrucción o el reblandecimiento del sistema de partidos. De sus dirigentes se hubiera esperado al menos un debate inteligente, políticamente honesto, pero están ahí enfrascados en sus miserias internas o de plano subordinados al poder que somete aun antes de llegar. Debe importarnos lo que pasa en el ámbito nacional porque desde las entidades federativas también se gobierna a la República.
López Obrador acierta al decir que “el pueblo es sabio”. Es como “Funes el memorioso”, que registra todo lo que ve y nada escapa a su memoria. No escapa la luz, la sombra, las conversaciones, las visitas, los inútiles movimientos del cuerpo. En la metáfora de Borges, Funes representa desde la oscuridad, para pasar inadvertido, al ser colectivo, a la historia. Al pueblo sabio. Al que nada y nunca olvida.