EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

El despertar de los presidentes

Lorenzo Meyer

Noviembre 03, 2016

Es posible que, como señaló Peña Nieto, los presidentes no se propongan “joder a México”, pero lo hacen con frecuencia desesperante al anteponer su interés personal o de grupo al nacional.

El 25 de octubre Enrique Peña Nieto (EPN) aseguró que ningún presidente mexicano iniciaba su día pensando “como joder a México”. (Reforma, 26 de octubre). Quizá, pero resulta cuesta arriba aceptar un complemento de ese argumento: que los presidentes, él incluido, siempre se han propuesto “cómo hacer las cosas bien para México”. Y es que, en este contexto, el “hacer las cosas bien” y “para México” significan una cosa para los ciudadanos y otra para los personajes que han ocupado la jefatura del Estado en nuestro país a partir de 1821.
Imposible saber cuáles fueron los asuntos relacionadas con el país que cada mañana ocuparon la mente de esos seis y pico de decenas de personajes que la suerte puso al frente de México en los últimos 195 años. Difícil conocer cuál fue la concepción que cada uno tuvo sobre lo que era México, aunque es posible tener una idea fijando la atención en lo que realmente hicieron y asumir que su ejercicio del poder reflejó la naturaleza de sus preocupaciones y prioridades.
No tiene mucho sentido reconstruir la esencia de México y de su proyecto en personajes que pasaron por la presidencia fugazmente, como los generales Manuel María Lombardini (1853), Martín Carrera (1855) o Rómulo Díaz (1855). Sólo la imaginación literaria ha podido hacer interesante a Pedro Lascuráin, presidente por unos cuantos minutos en 1913. Tiene más sentido reflexionar sobre los despertares de los dos emperadores –Iturbide y Maximiliano– y, desde luego, de Santa Anna, Juárez o Díaz en el siglo XIX, cuando, y siguiendo la definición de Enrique González Pedrero, México parecía ser “país de un solo hombre”. La intensidad de la Revolución Mexicana lleva a reconsiderar lo que se propusieron e hicieron Madero, Huerta, Carranza, Obregón, Calles o Cárdenas, lo mismo que aquellos que por entonces llegaron a tener más poder que los jefes formales del débil Estado de la época, como Villa y Zapata.
En la postrevolución, lo relevante es analizar los proyectos del inicio y la conclusión de ese período, es decir, los de Alemán por un lado y los de Echeverría y López Portillo por el otro. A partir del neoliberalismo, lo más significante son el proyecto y acciones del padre fundador: Salinas. Sus continuadores, de Zedillo a Peña Nieto, resultaron meras variaciones no particularmente interesantes del tema original: poner en el centro de la escena mexicana al mercado y a la minoría de los beneficiados.
“Hacer las cosas bien para México”. Supongamos, como asegura EPN, que los jefes del Estado efectivamente se han propuesto hacer el bien “para México”. Desde esa óptica, el asunto es descubrir qué significó “México” para ellos. De las acciones de los personajes en la cúspide del poder –que al inicio de la vida nacional no era mucho– se puede deducir, por ejemplo, que para unos el bien del país les exigió proceder a eliminar a sus adversarios –los monárquicos a los republicanos, los federalistas a los centralistas y viceversa–, y que para otros la masa indígena o la Iglesia católica misma, entre menos fueran parte de México, mejor. Y lo mismo y más puede decirse respecto de los “indios bravos” del norte o de los mayas rebeldes del sur. Las reformas en torno a la propiedad de la tierra o los planes para traer colonos europeos son otras claves sobre lo que era y debía ser para ellos el “México” del siglo XIX.
En la post revolución y para Miguel Alemán, el bien de ese, “su México”, significó favorecer al máximo a una nueva burguesía montada en una industrialización enfocada en un mercado interno protegido en tanto que, mexicanos como los mineros de Santa Rosita y la clase proletaria en general, debían, para el “bien de México”, asumir sin protestar su condición de explotados. Para Díaz Ordaz el “bien de México” exigió excluir y reprimir a los comunistas, en tanto que para Salinas requirió neutralizar lo que quedaba del “nacionalismo revolucionario” y abrazar con entusiasmo la incorporación subordinada del país al mercado estadunidense y, por esa vía, participar de la globalización.
La manera indirecta de joder. Si bien podemos suponer que los presidentes no se levantan pensando específicamente en como “joder a México”, es obvio que muchos lo han hecho al anteponer sus intereses personales por sobre lo que en cada época se consideró el interés nacional. Así, Santa Ana estaba obsesionado por el poder como medio para cubrirse él con la gloria del guerrero, aunque no desdeñó dedicar algún tiempo y esfuerzo a manejar su relación con los grandes prestamistas de su época, como MacKintosh o Escandón y otros, para que “untaran al santo” (le dieran dinero) y facilitaran sus negocios.
Un siglo después, otro veracruzano, Alemán, debió despertarse muy seguido pensando en cómo traducir su poder institucional en jugosos negocios personales. Y esa costumbre arraigó al punto que hoy la imaginación ciudadana –apoyada en los escándalos cotidianos de corrupción– presupone que el amanecer presidencial se inicia con el planear y decidir qué contratos de obra pública o concesiones a petroleros se firmarán y de qué manera esas operaciones podrían redundar en beneficio de su patrimonio personal. Así, al final, ese tipo de despertar presidencial efectivamente jode, y cada vez más, a México.