Silvestre Pacheco León
Abril 22, 2007
En la Tierra vivimos, y de ella nos nutrimos. Los animales y las plantas realizan su proeza de vida gracias a la capa fértil del suelo, la que a su vez se asienta en el núcleo duro de la roca. Sin saberlo, cada campesino, en el devenir del tiempo, ha buscado mantener en equilibrio los elementos naturales de los que toma el sustento. El quiebre se dio cuando los avances de la ciencia y de la técnica transgredieron los principios sobre los que se edificaba la cultura campesina del autoconsumo. Ningún Estado se ha hecho cargo de educar a la sociedad para adecuarse a los cambios tecnológicos y entonces estos avasallan, siempre con los costos a cargo del proletariado. En el Guerrero campesino los cambios son dramáticos y tan vertiginosos que pocos ven su trascendencia y menos sus derroteros. Hubo una época donde la economía familiar giraba en torno a la milpa, y no digo el maíz porque la “milpa” constituye un concepto más amplio que el grano dorado. La milpa y sus maíces criollos, característicos de la diversidad de climas, latitudes y suelo, no sólo significaba el maíz, sino también el frijol, la calabaza, el pepino, el pasto, la jamaica y, consecuentemente, el animal de carga, el cochino para la engorda y las gallinas en el traspatio. La vida en el campo seguía las estaciones del año porque eran estas las que marcaban el calendario de las actividades. El ciclo de siembras que desde el gobierno llaman Primavera- Verano, en realidad comienza en el principio del año con los desmontes del área nueva abierta para el cultivo. Las ferias de los pueblos eran en su origen la exposición de las herramientas y equipo para la labranza del campesino. Una buena silla de montar, los aperos de la montura, el azadón y el machete. Una reata, el sombrero, los huaraches y algún cambio de ropa para estrenar. La misma iglesia organizaba su calendario al modo de la vida campesina, marcada esta por el ciclo lunar y el cultivo de la milpa. Los intercambios de semilla para la siembra eran lo común. Cada quien su milpa, de la variedad de semillas criollas que le acomodara. Entonces había modo de cultivar el maíz para el pozole; el preferido para los elotes. El maíz rápido o breve para quienes se retrasaron en el trabajo. El maíz colorado para hacerlo en conserva, reventado, o el negro, que da la masa azul y morada. Ya se sabe, si se trata del frijol asociado con la milpa, este debe ser propio del temporal y, de preferencia, del que crece con guía para enrollarse en ella buscando el sol. La calabaza y el frijol van espaciados. Se procura sembrarlos cuando la milpa ha tomado ventaja, así las guías no sufren el ajetreo del arado. En el domingo de pascua los feligreses de la iglesia católica llevaban su agua para la bendición del cura; parte del ritual religioso para que esta abunde. Los paganos ofrendan en mayo tomando como pretexto el Día de la Santa Cruz. La tierra entonces se prepara con anticipación a las lluvias. Si se puede conviene tener las parcelas barbechadas y con el primer porrazo de agua sembrar el maíz. El calendario escolar por eso dice que las clausuras de cursos deben ser en junio, pues la mano de obra liberada va entonces al campo para las labores culturales de la milpa. Las exposiciones de manualidades en las escuelas se hacían entre las primeras lluvias y el pulular de hormigas chicatanas, esos insectos alados, que salen de la tierra en enjambres, volando como perdidos en un mundo que no les corresponde. Son 15 días penosos y cansados de trabajo entre los surcos, con la espalda al sol rindiendo tributo a la madre tierra. Los jóvenes toman entonces el color del barro por sus baños de sol y el contacto con la tierra. Es una delgadez colectiva la que indica que el joven estudiante cumplió la tarea del peón. Antes del 25 de julio y de las fiestas del Señor Santiago, las milpas en el llano deben quedar en lo limpio, y si alguien se atrasó conviene ayudarle en combate para que no se sienta mal. Por las tardes, con la milpa que ya tapizó de verde el paisaje, van los muchachos presurosos a dejar las yuntas al cerro para el sesteo. Lo hacen con prisa por la amenaza de lluvia que ya la nube negra anunció oscureciendo el horizonte. Después se entregan las yuntas porque ya ganaron para el dueño las dos cargas de maíz por concepto de renta. Los campesinos toman entonces una pausa de descanso dejando en manos del temporal lo que éste decida para la milpa. Las visitas a las parcelas son entonces esporádicas, pero se está al tanto del crecimiento del cultivo, sobre todo para conocer la presencia de plagas y poderlas combatir con oportunidad. En septiembre ya la milpa está espigada y en algunos surcos las cadenas de flores se pueden colgar de los elotes en ciernes. Es el 14 cuando las familias enteras se congregan en el campo para bendecir sus milpas, una cruz de palma en cada esquina es un buen artilugio contra cualquier asechanza. Entre la milpa, con suerte, se encuentran calabazas tiernas y ejotes que son el preludio de una buena cosecha. Ya el pasto está en su apogeo y los animales domésticos tiene su mejor época para la engorda. Con lo elotes tiernos ya hay comida para la familia, el maíz de la troje puede darse a los animales para evitar que los gorgojos sean los únicos gananciosos en el festín. El elopozole es un guiso de maíces tiernos con calabacitas y ejotes. Los tamales se envuelven en la misma hoja de elote y si son de ejote van envueltos de la hoja de milpa. Esa hoja igual que la cañuela tierna son el manjar de los animales de carga y también de las vacas, chivos y ovejas. Cuando el elote madura, el pozole se prepara con frijol negro. Si se guisa con carne, la de cerdo es la mejor, aunque el queso seco es excelente acompañante. En noviembre, en el aniversario de la Revolución todo mundo se prepara para la pizca. Los tecolpetes o chundes sirven para la cargar la mazorca. Las personas los cuelgan a su espalda con ayuda de un mecapal que sostienen con la frente. Las bestias pueden con dos de estos recipientes, uno por cada lado. Es época de las cosechas cuando los torneos deportivos y alusivos a la Revolución entretienen a las familias de los pueblos. Los patios lucen sus montones de mazorca. Por lo general, un montón completamente deshojada y otro con hoja. El primero se trata de las mazorcas con algunos granos expuestos que las hacen vulnerables al ataque de plagas y conviene que sean las primeras que se consuman. Las mazorcas cubiertas totalmente de hoja, sin son grandes mejor, se apartan para guardarse en la troje. En todo caso, la hoja de la mazorca es excelente forraje para el ganado, de modo que su uso para tamales resulta una exquisitez. Con la cosecha en la casa, si el deber del campesino le impuso pagar el diezmo a la iglesia, tendrá su producción disminuida pero no así su fe de que en el futuro su trabajo seguirá recompensado. El desgranado de una parte de la mazorca es obligado si hay que pagar la renta del la yunta, y más si para los trabajos que requirieron una inversión extra se acudió con el prestamista, porque el pago casi obligado es al ciento por ciento. Si le vendí al tiempo una carga de maíz, me veré precisado a entregarle dos cargas. Después de haber pagado las deudas propias del temporal, el campesino se siente contento si su troje está llena. Claro que eso no ocurre siempre y menos si, como el mercado lo ha impuesto ahora, el campesino cada vez más se somete a las reglas de la oferta y la demanda. El molino, la luz eléctrica, la liberación de la mujer, la escuela de los hijos, todo ha revolucionado la vida campesina. Los rendimientos más allá de la capacidad natural de la tierra facilitaron el ingreso de los químicos a la cultura campesina. El fertilizante químico lo hizo dependiente y vulnerable. La idea de producir para vender fue engañosa pero moderna porque los rendimientos para ése sector campesino que he retratado nunca han podido ser superiores a su inversión, aún con el “milagro” del sulfato. Han sido tres largas décadas de infortunio para el campesino de subsistencia. La milpa es ahora el complemento a los ingresos que logra obtener con su trabajo temporal en la ciudad, porque ni su tortilla es ya la que antes lo alimentaba. Este sector mayoritario de campesinos guerrerenses, antes del mercado subsidiaba con su trabajo en el campo a los acaparadores del grano. Ahora el subsidio es mayor porque también aportan parte de lo que ganan como trabajadores temporales en la ciudad, y aún más: el subsidio que el campesino recibe de parte del gobierno del estado y del municipal, vía impuestos de los contribuyentes, va a parar al bolsillo del mismo acaparador del grano que sigue tan campante en los pueblos. |
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