EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El dictador, la familia y la escritura

Adán Ramírez Serret

Agosto 18, 2017

Los aportes de Edgar Allan Poe a la literatura han sido y siguen siendo deslumbrantes. Su poesía fue un parteaguas para la lírica moderna al grado que fue influencia fundamental para Charles Baudelaire. Sus narraciones definen la estructura del cuento moderno a la vez que comienzan el género policiaco y consolidan el de terror. Por si fuera poco, uno de sus ensayos ha adquirido cada vez más importancia. Se trata de La filosofía de la composición, un texto en donde Poe pretende presuntamente explicar cómo es-cribió su poema más célebre: El cuervo. Sin embargo, lo más importante, lo que nos concierne ahora de este ensayo, es el plan-teamiento de otro tipo de literatura, la reflexión de que deben nacer otro tipo de textos; unos en donde lo más importante, la trama misma, fuera la escritura. Poe desea leer un texto en donde aparezcan los intentos, fracasos y logros del proceso creativo.
Tuvo que pasar el tiempo para que nacieran estos textos. Marcel Proust, sin duda, toma esta premisa. Pero en los últimos años ha aparecido la “autoficción”, algo muy similar a lo que Poe imagina. Pienso, por tan sólo citar algunos, en la obra de Karl Ove Knausgard, Javier Cercas o Laurent Binet. Son novelas en las cuales lo más importante, el eje central, es la escritura y el problema creativo que conlleva.
Precisamente en esta sintonía escribe César Tejeda (Ciudad de México, 1984) la novela Mi abuelo y el dictador. La trama gira alrededor de un escritor en ciernes, el narrador, que toma la decisión de escribir sobre sus ancestros guatemaltecos, en específico, sobre su abuelo que padeció la mano dura del dictador Manuel Estrada Cabrera; personaje inmortalizado por Miguel Ángel Asturias en El señor presidente.
César Tejeda es un autor sumamente inteligente, pues toma como guía de sus pesquisas, no sólo a su familia que se quedó en Guatemala y los diarios y epístolas de sus ancestros; sino que adopta como herramienta, de cierta manera ideológica, al propio Asturias y a otros dos extraordinarios escritores guatemaltecos que estuvieron en México, Luis Cardoza y Aragón y el genial Augusto Monterroso. Por lo tanto, la escritura es un constante diálogo con sus abuelos y con la obra de estos escritores.
Tejeda, con una prosa magistral, divertida y sarcástica a lo Jorge Ibargüengoitia, nos cuenta una parte fundamental de la historia de Guatemala y México al mismo tiempo que la relación cercana y distante de estos dos países. Además del complot fallido para asesinar al dictador Estrada Cabrera, en el cual estuvo involucrada su familia, y las diferentes historias de amor que hicieron posible que el presunto autor naciera.
Inscribiéndose en la tradición de las novelas sobre dictadores que van desde El señor presidente, El otoño del patriarca a La fiesta del chivo, y una larga lista, Tejeda con Mi abuelo y el dictador, adopta este nuevo estilo, esta nueva forma en la cual el narrador es el personaje central y los problemas que tiene para hilar la trama. Es una posición a la cual saca bastante jugo. Pues puede detenerse a reflexionar, sacar hipótesis y juzgar los actos de sus ancestros, las causas por la que su padre lo trataba de esta o de aquella otra manera, a la vez que valora de manera histórica al tirano.
En esta historia sobre el dictador, la familia y la escritura, Tejeda no tan sólo logra su primera gran novela, sino que abre un nuevo camino en la generación de escritores mexicanos nacidos en los 80, en donde la forma, la literatura, es lo principal. Un obra en la que aparece el sueño de Edgar Allan, donde podemos ver (como lo explica Poe con este símil entre teatro y escritura), “los pernos y engranes –el aparato de la tramoya– las escalerillas, las pasarelas, los entretelones… y los parches negros que noventa y nueve veces cien constituyen las propiedades del histrio literario”.

(César Tejeda, Mi abuelo y el dictador, Ciudad de México, Caballo de Troya, 2017. 402 páginas).