EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

El discurso que vino del norte

Lorenzo Meyer

Enero 26, 2017

Al delinear su política nacionalista en las escaleras del Capitolio, el nuevo presidente norteamericano mandó un mensaje bastante claro y agresivo. Nosotros deberíamos intentar hacer de la necesidad virtud y recuperar independencia.

El muro va. La amistad puede ser un lazo de unión fuerte y sin que medie contrato. La amistad implica lealtad, solidaridad y altruismo. En la relación entre las naciones este concepto se usa mucho, pero en realidad carece de sustancia. Ahí lo que domina es el egoísmo nacional, según lo interpreten sus líderes.
Hoy Estados Unidos está justo en el proceso de redefinir su interés nacional frente al mundo, en particular frente a México, y pareciera que se propone hacerlo de manera radical y sin importarle el daño que pueda causar a su vecino del sur, pese a haber usado innumerables veces en el pasado el concepto de amistad para caracterizar la relación con México. Debemos prepararnos, que no sorprendernos, al comprobar, una vez más, que entre las naciones lo único que opera es el juego del poder y que esta vez ese juego pudiera llegar a ser de suma cero: que lo que el país fuerte se propone ganar es lo que el débil puede perder.
Hoy, la relación de México con su vecino del norte, e indirectamente con el resto del mundo, ha entrado en el terreno del realismo político puro, donde la supuesta interdependencia se quita el velo para quedar en dependencia. Por definición, en el juego de la política del poder, el débil entra teniendo las probabilidades en contra, aunque si la suerte le favorece, concentra su energía y actúa con decisión e inteligencia, cabe la posibilidad de que minimice el daño e incluso que logre algo positivo. En el caso que nos ocupa, México podría disminuir su enorme dependencia del vecino del norte y recuperar algo de su independencia… y dignidad.
El discurso como amenaza. Algunos párrafos del discurso presidencial inaugural pronunciado en Washington el 20 de enero de 2017, quizá se redactaron teniendo en mente a México, aunque esta vez y contra su costumbre, el nuevo mandatario norteamericano no usó a nuestro país como ejemplo de los obstáculos a remover en el camino hacia esa grandeza del suyo. Sin embargo, a buen entendedor pocas palabras.
En la visita de Estado que hizo Vicente Fox a Estados Unidos en septiembre de 2001 cobijado por lo que se suponía era el “bono democrático” que acababa de ganar, el presidente George W. Bush declaró que México era el país más importante para Estados Unidos. A saber si Fox y los suyos se lo creyeron, pero de inmediato y a ojos de Washington, México pasó de ser importante a muy secundario como resultado del atentado del 11 de septiembre. Tres lustros y pico más tarde, y según la visión del actual mandatario en sus discursos de campaña y entre las líneas del discurso inaugural leído desde las escaleras del Capitolio, la Casa Blanca ha vuelto a considerar a México como un país importante, pero ahora por las malas razones.
El presidente recién estrenado reiteró que convocaba a un gran movimiento nacional, “histórico”, como no se ha visto nunca en el mundo, para hacer a un lado a la clase política tradicional, poner a “los hombres y mujeres olvidados” de su país en el centro de un proceso que devolvería a Estados Unidos su grandeza y, también, determinaría el curso que seguiría el mundo en su conjunto.
Para tan ambiciosa meta, propone un cambio de prioridades y emprender grandes transformaciones. Para empezar “traer de nuevo nuestros empleos, recuperar nuestras fronteras”. Según esta visión, por mucho tiempo Estados Unidos ha defendido las fronteras de otros países, pero se olvidó de las propias. ¿Y de quien habrá que defender y amurallar esas fronteras hoy indefensas? Pues, según lo planteó en la campaña, y además de los terroristas islámicos, de los millones de inmigrantes mexicanos y centroamericanos indocumentados. Pero no sólo de ellos, sino también de los estragos causados por los productos fabricados por compañías norteamericanas, para el mercado norteamericano, pero manufacturados en el extranjero, pues eso ha significado un auténtico “robo de nuestras empresas y la destrucción de nuestros empleos”. Aquí el ataque es contra proyectos como el TTP y, sobre todo, contra realidades de casi cinco lustros como la creada por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que, desde esta perspectiva, es un acuerdo que opera en contra de un interés vital norteamericano.
En este gran proyecto nacionalista, Estados Unidos buscará el apoyo del resto del mundo, pero finalmente ejercerá el derecho de anteponer sus intereses por sobre los de cualquier otro país. Para llevar a cabo esta empresa de “América primero”, el nuevo presidente supone que contará con el apoyo de sus conciudadanos, pero también “con la protección de Dios”.
Esta visión del presente y futuro norteamericano no tomó en cuenta que la destrucción de empleos tradicionales se debe, sobre todo, al cambio tecnológico ni tampoco que, en realidad, la producción industrial del país es hoy la mayor de su historia. Y en cuanto a que maquilar en el extranjero es un “robo de empleos” norteamericanos, resulta que algunas de las propias empresas del nuevo presidente y su familia cometen ese pecado y no cumplen con “hacer en Estados Unidos lo que Estados Unidos consume” pues maquilan productos en al menos doce países ¡incluido México! (The Washington Post, 20 de enero).
Vivimos la apertura de un nuevo capítulo en la compleja historia México-Estados Unidos. Ojalá sepamos y podamos –debemos– convertirla en oportunidad.

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