EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El dolor Ayotzinapa: cuatro años

Tryno Maldonado

Septiembre 25, 2018

A mis queridas tías y tíos de Ayotzinapa.

¿Cómo describiría este dolor? A esta pregunta que suelo hacerles a las madres y padres de Ayotzinapa durante los últimos cuatro años de búsqueda y de lucha de su movimiento por encontrar la verdad sobre el paradero de sus hijos y de una justicia que esté a la altura, ellas y ellos suelen responderme cosas como las siguientes:
El dolor que sentimos es como si nos desgarraran el corazón. El dolor que sentimos no se compara con nada. El dolor que sentimos no se lo deseamos a nadie.
El dolor Ayotzinapa es un dolor inmenso que nos infringieron a todo un país. El dolor Ayotzinapa es un dolor que no conocíamos antes como nación. El dolor Ayotzinapa es un dolor que requiere una justicia igual de grande, pero que ningún gobierno capitalista, sea cual sea, podrá otorgar. El dolor Ayotzinapa requiere una sanación colectiva como país que aún no hemos alcanzado a cuatro años de distancia. El dolor Ayotzinapa le quedó muy grande a los políticos mexicanos.
¿Qué consideran ustedes necesario para decir que se ha hecho justicia en su caso? Ante esta pregunta que también suelo hacerles a las familias y sobrevivientes de Ayotzinapa, las respuestas han ido evolucionando, en su proceso de organización y de articulación de un espectro mucho más amplio del concepto de justicia. Las primeras semanas después del 26 de septiembre de 2014, las familias consideraban suficiente la aparición de su hijo para llenar las expectativas de lo justo. Sin embargo, conforme sus procesos de lucha avanzaban, esta idea se fue ampliando: más allá de la mezquina justicia punitiva que les ofrece el Estado mexicano como migajas (encarcelamiento de policías que no estaban en activo, investigaciones manipuladas, confesión bajo torturas tan terribles como la violación presencial de familiares de sicarios en el último eslabón de la cadena para construir la “versión histórica” de Enrique Peña Nieto), las familias de Ayotzinapa no dudan ahora en que una justicia a la talla del caso debe implicar no sólo la aparición de los 43 normalistas, sino la de los más de 40 mil desaparecidos en esta guerra. Y no sólo eso: además, garantizar que nunca más una familia vuelva a experimentar el horror que ellas y ellos han atravesado. Que nadie más vuelva a sentir cómo se les desgarra el corazón por un acto de terrorismo de Estado.
La justicia que requiere un caso emblemático para el país y las familias y sobrevivientes de Ayotzinapa no vendrá de gobiernos verticales que pretenden “barrer de arriba hacia abajo” la corrupción y los cadáveres de una guerra que ellos mismos perpetuarán con la continuidad del Ejército y la Marina sembrando horror y muerte en todo el país. La justicia que requiere Ayotzinapa y que requerimos como nación es una justicia que se construye desde abajo en las muchas rebeldías, luchas y resistencias que se tejen con dignidad y a contracorriente del Estado criminal. Y es una justicia que parte del afecto, la empatía, la escucha y el acompañamiento como categorías políticas. Nombrar a interlocutores no solicitados por las víctimas –ya sea Alejandro Encinas o Alejandro Solalinde–, realizar foros nacionales sin consultar a las víctimas, exigir perdón y olvido a las víctimas cuando las víctimas no se han cansado de gritar que no quieren ni perdón ni olvido, ¿no son acaso las mismas prácticas verticales, insensibles y autoritarias de los últimos gobiernos priistas y panistas? No nos engañemos. El único objetivo de estas prácticas institucionales no ha sido otro sino burocratizar y administrar el horror y el sufrimiento. Esa burocratización del dolor no es más que una segunda etapa en esta guerra en la que los cuerpos los ponen las colectividades no combatientes, las colectividades sometidas y explotadas.
México padece la estrategia de un narco-Estado que instauró una abierta pedagogía del terror. Ejército y Marina deben volver a los cuarteles. Las cadenas de mando deben ser enjuiciadas civilmente.
El dolor Ayotzinapa y el dolor de las decenas de miles de víctimas de la guerra informal que esos mismos gobiernos capitalistas han promovido, requiere un nuevo tipo de justicia que surja desde abajo. La justicia digna y la sanación que necesita México jamás vendrán de arriba, mucho menos de una voluntad individualizada. No hay procesos de sanación y justicia reales si no toma parte de ellas la colectividad. Cualquier intento de darle continuidad a las prácticas impositivas de burocratizar las pérdidas, pasando incluso por encima del dolor de las víctimas, está destinado al fracaso. Las víctimas no quieren más consultas a modo. Los derechos no se someten a consulta.
El dolor Ayotzinapa es un dolor que, como país, nos ha dejado sin palabras. Y hay que reconocerlo. El dolor Ayotzinapa es un trauma del que todavía no nos recuperamos. Ya no nos alcanza el llanto mientras acompañamos el caminar de las madres, los padres, los hermanos y de los hijos de Ayotzinapa. El dolor Ayotzinapa nos ha arrancado el sentido. De pronto contar hasta 43 en las marchas se vuelve tan descorazonador como contar el día de mañana hasta 300 por los cadáveres de los tráileres de Jalisco. ¿Hasta cuándo? El dolor Ayotzinapa nos demanda que pasemos a otra etapa del duelo y que recobremos ese sentido, que recobremos y que acuerpemos la palabra. Que pasemos a la ofensiva. Que nos acuerpemos como colectividad y recobremos la palabra valiente, humilde, honesta, fuerte y digna que, como pueblos y ciudades, nos quieren arrebatar a base de la pedagogía del terror. Necesitamos recuperar la palabra digna que nos haga no sólo gritar “Yo digo ya basta”, sino “Nosotrxs somos muchxs, decimos ya basta y nos organizaremos y actuaremos en consecuencia”.
Enrique Peña Nieto, y quien lo proteja dentro del nuevo gobierno para no llevarlo a juicio, será recordado como un criminal.