EL-SUR

Lunes 15 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El ejército declara la alerta

Jorge Zepeda Patterson

Febrero 23, 2004

 

El ejército mexicano es una especie de tótem en la vida política de la aldea. Todos pasan al lado, rara vez se le ve, pero cuando se habla de él o se le roza infunde un respeto inspirado en poderosos motivos, algunos buenos y otros malos. Como todo tótem casi nunca se mueve pero cuando lo hace más vale estar atento porque sus pasos suelen desencadenar trepidaciones.

El jueves pasado Clemente Vega García, secretario de la Defensa Nacional, pronunció un discurso tan interesante como extraño durante la celebración del Día del Ejército, en el Heroico Colegio Militar. Es una fecha clave la que escogió el titular de la Defensa, porque es el día en que los tres poderes acuden a festejar –y a escuchar– al ejército. Fox también habló, pero su discurso obsequioso fue prácticamente el mismo que los presidentes han pronunciado cada año: una oda plagada de elogios para la institución castrense, pero que en realidad esconde una condescendencia paternalista mediante la cual se compra el derecho de ignorar al ejército los siguientes 364 días. El mensaje real parecería ser algo así como: “Lo están haciendo muy bien; manténganse allí; sigan entrenando y nos vemos dentro de un año”.

Pero el discurso del general claramente intentó romper este confinamiento. Habló fuerte y claridoso: “De cara al futuro, entenderemos lo que es nuestra nación; no la perdamos, urgente es conciliar, el ejército en esta tarea es y será el primero en decir, presente”. Para el buen entendedor estas palabras pueden ser percibidas como la expresión de una inquietud o francamente de un malestar.

Desde luego es una advertencia a la clase política que se encontraba presente. El general transmitió la preocupación que inspira la incapacidad de los poderes para llegar a los acuerdos que requiere la nación. Vega García explicó que la democracia es un triunfo de todos y el fruto de sacrificios y muchas batallas en el pasado. Por lo mismo, urgió a los poderes a cuidarla y para ello insistió en la necesidad de llegar a consensos de manera productiva y a favor de los intereses del país.

Sus palabras también podrían interpretarse como un aviso, quizá incluso, una amenaza. En la tarea urgente de conciliar para sacar adelante los acuerdos, el ejército “será el primero en decir, presente”. En otras palabras, los militares no quieren ser exclusivamente carne de desfiles, fumigadores de sembradíos o asistentes de Protección Civil en los desastres naturales. Y si quedaba alguna duda, el general dejó en claro que al margen de la clase política, el ejército tiene una especie de mandato popular, porque es “el brazo armado del pueblo, un brazo que se nutre con las gentes de la ciudadanía mexicana, que proporciona a sus Fuerzas Armadas su legitimidad, esa fortaleza que otorga también legalidad y dignidad al ser libres y soberanos”.

Estas líneas van mucho más allá de un arranque retórico o emotivo sobre el carácter nacional y popular del ejército. En realidad son una tesis de filosofía política que establece el derecho del poder militar de erigirse en alter ego, en representante del pueblo y de sus intereses, en tanto que constituye un brazo que emana del pueblo mismo.

Pero en realidad no es así. La verdadera proyección del pueblo son las leyes que la sociedad se ha dado a sí misma para gobernarse y vivir en convivencia. De estas leyes ha resultado una forma de gobierno y un aparato de seguridad, incluyendo el ejército, que garantiza la preeminencia de esos mandatos que emanan de la voluntad popular. Las fuerzas armadas son el resultado de esas formas de gobierno y no al revés. No existe “un brazo armado del pueblo” al margen de la estructura jurídica que la nación se ha dado para gobernarse y el ejército está subordinado a ella. No está al lado ni por encima. En otras palabras, no hay un ejército del pueblo en términos abstractos. En algunas regiones podrían decir que ese ejército popular sería el EZLN; en Atengo seguramente consideran a sus macheteros como su “brazo armado”.

Quizá por ello, el general inmediatamente matizó. Reconoció que la Constitución “marca el desempeño de las misiones” e insistió en que los militares tienen las armas para la defensa del país pero nunca para perseguir el poder político.

En suma, las palabras del secretario de la Defensa tienen un carácter inédito y son preocupantes. A mi juicio el general envió un doble mensaje; uno hacia adentro y otro hacia fuera. Por un lado constituyen una severa advertencia para la clase política: “Si no asumen su responsabilidad podríamos hacerlo nosotros” parecería decir el militar. Con esa amenaza satisface a los sectores castrenses más duros que se muestran inconformes con la parálisis del régimen. Pero, del otro lado, el secretario también parece advertir a los propios militares que el poder político les está vedado y que fuera de la Constitución no se hará nada.

Un discurso histórico, plagado de claroscuros. Las fuerzas armadas han hecho un diagnóstico de la situación y claramente señalan que no es positivo. Sugieren, también, que además del diagnóstico podrían tener una propuesta. El tótem habló; más vale escuchar y prever.

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