Héctor Manuel Popoca Boone
Febrero 27, 2016
En la parte final de su estancia reporteril en Etiopía (1963), el periodista R. Kapuscinski entrevistó al ex gran consejero Imperial, cuya reflexión inicial fue: “No hay que perder de vista que el palacio era un nido de altos funcionarios mediocres y que éstos, en momentos de crisis, siempre eran los primeros en perder la cabeza y lo único que les importaba era salvar el pellejo. La mediocridad se convierte en algo muy peligroso pues al sentirse amenazada se vuelve implacable e impredecible. Empiezan las arbitrariedades y las represiones populares”.
“Yo aconsejaba a mis compañeros de la corte que no había que marearse tanto con el poder conferido por nuestra ‘Magnánima Majestad’, porque no era para siempre, sino hasta que él lo determinara. Que el poder no nos convirtiera en personas cuadradas, engreídas y soberbias; porque tarde que temprano volveríamos a ser simples ciudadanos y el no tener conciencia de eso, después nos haría sentir desnudos, al grado de no querer salir a caminar por la calle sin escolta, sin chofer y sin aura imperial.
“Las muertes, el hambre, en la ciudad y en el campo, la simulación y las mentiras en palacio, hicieron que viviéramos en la infamia, en la ignorancia crasa y en la barbarie premeditada. Algunos que éramos hombres de palacio estábamos avergonzados de lo que ocurría, nos daba pena nuestro país, sin embargo, nada hacíamos por enmendar dicha situación porque corría peligro nuestra privilegiada estabilidad económica y social. Otros consejos eran hacerles ver la conveniencia de cultivar la cualidad de saber esperar, de mantener la discreción, la silenciosa reserva y la circunspección. Si uno no posee esa resignación paciente y sumisa, en espera de la oportunidad para crecer y ascender, aun cuando fuera al cabo de unos años, podría trastocarse fácilmente la carrera política personal, por la desmedida avidez de poder y dinero demostrada”.
Haciendo memoria, el ex consejero principal imperial aseveraba que tal era la corrupción y la impunidad imperante, que la normalidad, lo común, consistía en robar el dinero del pueblo; mientras que el no hacerlo era una deshonra y torpeza, el no robar se veía como una cierta deformidad, una discapacidad, una impotencia penosa y digna de conmiseración.
“Los del ejército imperial, sabedores de su importancia para mantener el endeble orden social, cada vez más le exigían a nuestro ‘Todo Poderoso Soberano’ canonjías y dinero. Así empezó la rapacidad y el descaro de los generales y comandantes de la policía. Olvidándose que los privilegios corrompen y que la corrupción, a su vez, mancha el honor del uniforme. Otra cosa era la vida precaria del soldado raso o el mando de rango inferior al interior de los cuarteles. Eran carne de cañón en reserva”.
“Error grave y grande fue que los que estábamos arriba no veíamos la gravedad de lo que estaba sucediendo abajo. La destrucción del Imperio no se debió a los que tenían mucho ni a los que tenían nada, sino aquellos que tenían un poco y con hijos con cierta educación. Los muertos fueron los jóvenes que ofrendaron su sangre para que cobráramos conciencia que el mundo que les dimos no era el que ellos deseaban. A la vista estaba que el derrumbe del Imperio se produciría con un suceso de lo más insignificante, una minucia, una tontería de nada, que a su vez desencadenaría una revolución y una guerra civil.
“En una sociedad tan abrumada por la miseria, privaciones y penalidades, como era la del Imperio, nada actuaba con más elocuencia sobre la imaginación, nada provocaba más ira, más indignación y más odio que una imagen de la corrupción y de los privilegios de la élite imperial, que se movía con la arrogancia, altivez y seguridad de saberse impune”. Así finalizó el visir su testimonio.
PD1. Si es inminente tu caída, trata que sea una caída dirigida, controlada, porque si intentas detenerla a toda costa puede ser causa de que sea más dolorosa (Osínski y Starosta. Patinaje sobre hielo).
PD2. Políticamente es válido que el gobernante entrante repruebe la administración del gobernante saliente para tomar adecuada distancia. Pero hágase con fundamentos y pruebas fehacientes. Así lo demanda una democracia sana y transparente.