EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

EL FIN Y LOS MEDIOS

Juan Angulo Osorio

Noviembre 26, 2006

Casi 15 millones de mexicanos votaron en las elecciones presidenciales del 2 de julio pasado por un cambio de rumbo en la política y la economía del país.
Ganó oficialmente el candidato de la continuidad, pero por una diferencia mínima, de apenas medio punto porcentual, un poco más de 200 mil votos.
Pero si se ven los nombramientos en los gabinetes económico y social hechos por el presidente electo, pareciera que Felipe Calderón hubiese arrasado en la contienda presidencial.
Predominan en el primer caso irredimibles neoliberales, como Agustín Carstens y Luis Téllez convencidos de que el modelo que se aplica desde 1982 debe mantenerse al menos 20-30 años más. Que desde entonces haya crecido el número de pobres en el país y haya aumentado la concentración de la riqueza en unas cuantas familias es –según los neoliberales– solamente una fase del modelo. Ya que los ricos sean todavía más ricos de lo que son ahora; ya que todo servicio público se haya convertido en mercancía –la educación, la salud, el agua–; ya que hayan sido privatizadas las grandes empresas estatales –Pemex y CFE– entonces comenzará el reparto de la riqueza, pues no se puede repartir lo que no hay.
La actitud temeraria que se observa en los nombramientos de Calderón se consolidará si se impone en la Secretaría de Gobernación al ex gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, y en la Secretaría de la Defensa al general de división Alfredo Oropeza Garnica, ambos claros exponentes de la mano dura contra los movimientos populares.
Tal vez Calderón y su entorno se sientan alentados por la aparente caída en las encuestas de la figura de Andrés Manuel López Obrador, y supongan que de aquí no surgirá ningún movimiento capaz de detener la imposición de una tercera generación de reformas neoliberales que terminen de desmantelar el patrimonio nacional, impongan sacrificios mayores a los pobres, los asalariados y las clases medias y afiancen un Estado que abdique de sus obligaciones sociales.
Existe, sin embargo, otra posibilidad. Que el inminente gobierno de Calderón esté decidido a aplicar, no una sino varias medidas espectaculares para legitimar su gobierno, y que el ortodoxo equipo que ocupará las secretarías de Hacienda, Comunicaciones, Economía, Energía y Trabajo sea sobre todo un mensaje para tranquilizar a “los mercados”, como eufemísticamente se llama a los centros financieros internacionales, el verdadero poder en el mundo globalizado, en el sentido de que ningún cambio pondrá en riesgo los fundamentos del régimen económico basado en el libre mercado.
Diversos analistas como Raymundo Riva Palacio en estas páginas, y Jorge G. Castañeda en Reforma, están llamando la atención hacia evaluaciones del Banco Mundial y de la influyente revista británica conservadora The Economist, que señalan que el principal problema de México –léase, del capitalismo mexicano– es la descomunal concentración de la riqueza y la persistencia de monopolios en actividades clave de la vida nacional.
Castañeda incluso retoma una frase del Che Guevara –“crear un, dos, tres Vietnam”–, para sugerir a Calderón que dé al principio de su gestión “un, dos, tres quinazos”, pues a diferencia de Carlos Salinas tras las también controvertidas elecciones de 1988, al panista no le será suficiente un solo quinazo para legitimar a su gobierno y presentarlo a los ojos de los mexicanos como un gobierno fuerte y capaz de tocar inclusive a los poderosos.
Castañeda llega a dar una lista de los objetivos de este política y menciona a Carlos Slim, Elba Esther Gordillo, Emilio Azcárraga y José Woldenberg, entre otros. En el primer caso propuso que se desmantele el monopolio de Telmex, por la vía de desprenderse de Telcel y del servicio local, o mediante la creación de diversas empresas regionales que permita a otras la competencia en este nivel.
Y ante el monopolio de los sindicatos, propone la libre afiliación, entre otras medidas como la transparencia sobre el uso de las cuotas. En el caso de la televisión propone que se abran posibilidades para un tercer gran canal. Y la mención a Woldenberg es porque el ex consejero presidente del IFE es el más firme defensor del actual sistema de partidos que ha dado lugar a la partidocracia, la cual también hay que desmantelar sacando al dinero y, por ende, a los medios electrónicos, de las elecciones.
A lo que voy es que Calderón no se quedará con los brazos cruzados para afianzarse en la Presidencia. Y que de allí también pueden venir intentos diversos para desmantelar el capitalismo de compadres que existe en México.
Quienes desde el entorno calderonista proponen esta vía, consideran riesgoso para todo el régimen económico que se continúe por la senda actual. Y le apuestan a que Calderón se atreva a desafiar, con tal de salvar al sistema, incluso a quienes hicieron posible su victoria, como el monopolio televisivo y la cacique sindical Elba Esther Gordillo, o que se unieron al movimiento legitimador tras las fraudulentas elecciones, como el poderoso empresario Slim y Woldenberg.
Más allá de la coyuntura de la toma de posesión de Calderón, lo que debería preocupar a la izquierda es cómo hacer para que el enorme caudal electoral que recogió su representación partidista influya en el rumbo de la nación. Qué tácticas y qué estrategia seguir para, como propuso el grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados, “obligar” al PAN y al PRI, a los poderes fácticos “a la discusión y acuerdo de un nuevo pacto social entre los mexicanos”.

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Obligar es la palabra adecuada. Exigir es otra palabra del momento. Nada vendrá de los poderosos de siempre si no se ven obligados a negociar con los de abajo.
Andrés Manuel López Obrador ha fijado una estrategia sintetizada en la frase de “paso a paso hacia una nueva República”, que es el lema de su “presidencia legítima” y que apunta a construir bases organizadas en los casi 2 mil 500 municipios, para desde allí contender por las diputaciones en el 2009 y por la presidencia en el 2012.
Ello no excluye la movilización de millones de ciudadanos a un llamado suyo ante eventuales medidas antipopulares de Calderón.
Y en medio, no perder el espacio de la propuesta y enviar iniciativas de ley al Congreso mediante las representaciones parlamentarias de los partidos del Frente Amplio Progresista (PRD, Convergencia, PT). Una novedad de la estrategia lopezobradorista, ausente en su campaña presidencial, es su llamado explícito a los gobernadores y alcaldes de su partido a tomar medidas desde sus ámbitos de poder en favor de los intereses populares y democráticos.
Pero a diferencia del saliente jefe de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, y de su sucesor Marcelo Ebrard, ninguno del resto de los gobernadores se reconocen en aquella estrategia e incluso hacen un deslinde abierto de su militancia partidista pues “gobiernan para todos” y, dicen, su aporte a la causa de la democracia es “gobernar bien”.
Se trata, por supuesto, de una falacia para encubrir su falta de compromiso con un programa de transformaciones democráticas y con un sentido popular, que es sobre todo evidente en el caso del gobernador de Guerrero.
Aquí, por las inercias autoritarias dejadas por un régimen que duró por más de 70 años, el gobernador mantiene la iniciativa política y arrastra a la izquierda representada en el PRD hacia posiciones que lo alejan de los intereses populares.
Por primera vez en su gestión, Zeferino Torreblanca se reúne con todos los presidentes municipales, y el gran tema de la misma fue convencerlos de que el recorte impuesto por la Secretaría de Hacienda a sus recursos presupuestales no era un recorte. Y el segundo gran tema fue el del gobernador magnánimo que les liberará las partidas federales antes del 15 de diciembre y que hasta “explorará” que un banco les conceda un crédito para hacer frente a sus obligaciones de fin de año.
Ninguna palabra de los alcaldes –ya se sabe que el gobernador y su secretario de Finanzas son neoliberales– contra la política económica que está detrás de las restricciones presupuestales que tienen los gobiernos para hacer frente a los enormes rezagos sociales.
Toda la estrategia se resume en la frase de conseguir más recursos para el estado, como si fuese posible conseguir más que migajas en el marco de una política económica que privilegia el pago de los intereses a los bancos y que considera un sacrilegio incurrir en déficit presupuestales.
Y para conseguir esos recursos el gobernador propuso a los alcaldes la siguiente estrategia: “No hay que exigir, hay que negociar, hagamos política de la manera más inteligente, hay que tener una buena relación con el gobernador y con el presidente de la República”.
Y se puso como ejemplo: “Nosotros hemos hecho gestoría federal y gracias a las buenas relaciones… con el gobierno federal tenemos más apoyo”, aunque es la hora en que no informa a los guerrerenses en que se ha manifestado ese apoyo.
Por cierto que esa estrategia es otra falacia. Rubén Figueroa Figueroa era compadre del presidente Luis Echeverría y no se sabe que Guerrero haya dejado de ocupar los últimos lugares en los índices de desarrollo social. Don Alejandro Cervantes Delgado era amigo cercanísimo de José López Portillo, y Guerrero tampoco dejó de ser un estado pobre. Qué mejor ejemplo para el gobernador actual que el de su admirado José Francisco Ruiz Massieu, que formaba parte del círculo de políticos que gobernaba el país, que se asumía como par de Carlos Salinas, y Guerrero siguió allí, hasta abajo. Rubén Figueroa Alcocer, un poderoso cacique, era compadre del presidente Ernesto Zedillo y ni la gubernatura terminó.
De modo que el problema va muchísimo más allá de “ser inteligentes y negociar”, y de que los alcaldes tengan buenas relaciones con el gobernador –se entiende que de subordinación– y que éste asimismo las tenga con el presidente.
¿Tuvo buena relación el alcalde Zeferino Torreblanca con el gobernador René Juárez Cisneros? ¿Negociaba con él, en lugar de exigirle lo que necesitaba Acapulco?

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“–¿Tiene salvación Tijuana?
–No. El problema es que se dejó crecer esto desde los noventa. Se dejó que penetrara a la sociedad, a la policía, al gobierno. Se necesitaría que pasaran dos sexenios en donde el presidente de la República le pusiera muchas ganas, y no digo que para terminar con el narcotráfico, nunca se va a acabar, pero sí para disminuir todos los crímenes”. (De la entrevista de Alejandro Almazán y Óscar Camacho a nuestro amigo y colaborador don Jesús Blacornelas, que aparece en el semanario Emeequis que circula desde mañana. Con un abrazo solidario para la familia y los compañeros de trabajo del fundador del semanario Zeta, uno de los principales defensores del periodismo local y de quienes lo hacen posible, por su lamentable fallecimiento).