Gaspard Estrada
Junio 08, 2016
Las elecciones presidenciales en Perú han simbolizado para algunos analistas la continuidad del proceso de alternancia política vivida en América Latina. La llegada a la segunda vuelta de dos opciones políticas de centro derecha y derecha (Keiko Fujimori, la hija del ex presidente Alberto Fujimori, y Pedro Pablo Kuczynski, un antiguo banquero de 77 años) vaticinan un cambio en la orientación política del sucesor de Ollanta Humala, actual presidente de Perú. Sin embargo, ¿cambiará el próximo(a) presidente(a) de Perú la política económica? Muy probablemente no será el caso. En efecto, desde la caída del fujimorismo en el 2001, Perú vive una gran paradoja: por un lado, el país tiene tasas de crecimiento económico muy elevadas en relación al promedio de la región. Por otro lado, este crecimiento no se ve reflejado en las urnas: desde 2001, ningún presidente en ejercicio ha conseguido tener un sucesor de su línea política. Este hecho político evidencia la fragilidad de los gobiernos, y de manera más amplia, del sistema de partidos en ese país. En este caso, el presidente Humala no consiguió, a la imagen de sus antecesores, crear una fuerza política nacional. Como lo vimos en este proceso electoral, Perú sigue atado a su pasado y, en particular, al fujimorismo.
Durante la campaña, el partido de Keiko Fujimori logró imponer su discurso, lo que le permitió ganar la primera vuelta con casi 40 por ciento de los votos. A nivel territorial, su partido demostró tener la más sólida estructura, al obtener 71 de los 131 escaños en disputa durante las elecciones legislativas que se llevaron a cabo el mismo día. Esta misma estructura le permitió a Keiko Fujimori obtener los votos de los peruanos más humildes, en particular de los que viven en las zonas rurales. Sin embargo, a pesar de estas victorias estratégicas, el fujimorismo también constituyó el principal lastre de la candidatura de Keiko. En efecto, el gobierno de Alberto Fujimori, durante los años 1990, dejó recuerdos muy amargos para una buena parte de la población. En particular, los peruanos continúan teniendo en mente las múltiples violaciones a los derechos humanos, a la par de la multiplicación de escándalos de corrupción y del amiguismo en el nombramiento de los principales cargos públicos. Por estos motivos, si bien Keiko Fujimori tenía la estructura de campaña más importante, también fue la candidata con la mayor tasa de rechazo entre los electores. Este repudio a la herencia de fujimorismo constituyó durante toda la campaña el activo más preciado de los candidatos de oposición no fujimoristas, empezando por Pedro Pablo Kuczynski.
La oposición sufrió durante esta campaña por la fragmentación de su oferta política, así como por la eliminación de varios de sus candidatos por la justicia electoral –con argumentos más que discutibles– como Cesar Acuña y Julio Guzmán. Pero, como lo dijimos, la existencia de dudas recurrentes en el electorado sobre la voluntad oculta de Keiko Fujimori de sacar a su padre de la cárcel, provocaron que progresivamente estas oposiciones fragmentadas se cristalizaran en la figura de un candidato, que terminó siendo Pedro Pablo Kuczynski. Este último, a pesar de no tener una imagen fresca frente al electorado, consiguió mantenerse en la pelea hasta la final de la primera vuelta como un candidato creíble a los ojos de los mercados financieros, y de la clase alta de la capital, Lima. Ante el riesgo de ver regresar al poder a la familia Fujimori, sectores importantes de la izquierda –incluyendo a la ex candidata Verónika Mendoza– decidieron apoyar a Pedro Pablo Kuczynski, no sin antes anunciar que se mantendrían en la oposición en caso de una victoria de este último. De esta manera, pocas novedades se esperan en el plano de la economía de parte de este nuevo gobierno, a pesar de la alternancia.
* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.
Twitter: @Gaspard_Estrada