EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El futuro de los partidos

Humberto Musacchio

Julio 05, 2018

La elección del domingo ha significado una violenta sacudida para los partidos. Por lo menos dos abandonan el escenario, otros se quedan en plan testimonial, algunos cambiarán de manos, el PRI tendrá que refundarse, el PAN entra en un periodo de guerra intestina y Morena, el ganador indiscutible, tendrá que dejar de ser movimiento y convertirse en un verdadero partido.
Para empezar, desaparecen el Partido Nueva Alianza y el Partido Encuentro Social. La defunción es en ambos casos sorpresiva, porque el Panal es la expresión partidaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que, en teoría al menos, parecía garantizarle votos suficientes para no perder el registro. En su caída, el PRI arrastró a ese aliado.
El caso del PES resulta todavía menos comprensible, pues forma parte de la coalición ganadora. Sin embargo, en las urnas se demostró que es un partido que vale muy poco en términos de votos, pues los electores no aceptaron respirar el aire evangélico en que se envuelve ese pescadito.
El llamado Partido Verde Ecologista de México seguirá medrando con su nombre, aunque por supuesto seguirá fuera del movimiento ecologista mundial, en el que está bien identificado como farsante. Su promoción de la pena de muerte lo muestra como lo que es: un grupo de mercaderes que ha logrado engañar a sus votantes. ¡Felicidades!
Para el Movimiento Ciudadano, el triunfo de su candidato a gobernador de Jalisco augura una feroz pelea por la gerencia de esa organización. Con Enrique Alfaro convertido en la figura más poderosa de esa franquicia, los días de Dante Delgado como dirigente máximo del Movimiento parecen estar contados.
Como se sabe, la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. El liderazgo de Ricardo Anaya, construido a fuerza de desplazar y aun pisotear a sus adversarios, tiene sus días contados. Está pendiente de aclaración el negocito de su bodega, pero lo más peligroso para él es que está en la mira de Felipe Calderón, que pese a todo conserva alguna influencia en ciertos sectores blanquiazules.
De poco le servirá a Ricardo Anaya la expulsión, apenas el sábado pasado, del ala priista de Acción Nacional, encabezada por el senador Ernesto Cordero, Jorge Luis Lavalle y Eufrosina Cruz, quienes después de apoyar la candidatura de José Antonio Meade, ahora, como hijos pródigos, demandan ser readmitidos en el PAN. Sea cual sea el desenlace de este episodio, vendrán otros que dañarán severamente al partido.Y será pronto.
Para el PRD, debe ser una tragedia que el país arribe a una revolución democrática y pacífica de la que se marginaron. El futuro inmediato del PRD es ser un nuevo PPS o, peor aún, un PARM sin más brújula que el olor del dinero. Triste fin.
En el PRI soplan aires de refundación. Se habla incluso de cambiar de nombre, símbolo y documentos básicos. Es difícil saber si el proceso se iniciará de inmediato o si tendrá que esperar hasta diciembre, cuando ya Enrique Peña Nieto no sea el factor determinante de las decisiones cupulares.
El neoliberalismo obligó a los priistas a renunciar a los aspectos positivos de su pasado, dejaron de considerarse herederos de la revolución mexicana y tiraron por la borda banderas que en otro momento levantaban orgullosos, como la expropiación petrolera, la gesta cardenista, el agrarismo y el obrerismo de dientes para afuera. Hoy, ese priismo renegado cosecha lo que sembró.
El Movimiento de Renovación Nacional obtuvo una victoria electoral rotunda y por eso mismo Andrés Manuel López Obrador seguirá siendo alfa y omega de la organización, la voz más autorizada y el factor decisivo en el nombramiento de dirigentes y el trazo de las políticas generales, pero ya no será el gran organizador ni podrá decidir sobre cada asunto de la vida partidaria. Él y sus hijos deberán replegarse si no quieren contribuir al deterioro de la obra que levantaron a costa de tanto esfuerzo suyo y de cientos de miles de mexicanos. Cierto es que la cultura política mexicana es caudillesca –o caciquil, si se quiere–, pero un México moderno requiere dejar atrás esa forma de existir del partido dominante.
En suma, asistiremos a una amplia y profunda recomposición del sistema de partidos. El régimen de la revolución mexicana murió hace tiempo, pero sus beneficiarios se habían negado a darle cristiana sepultura. Morena es hoy la fuerza predominante, pero no debe ni puede desplegarse como un nuevo PRI. Es la hora del cambio.