EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El golpe contra el presidente Guerrero en 1829, una venganza colonial

Fernando Lasso Echeverría

Junio 14, 2016

(Segunda y última parte)

A finales de 1827 –durante el periodo presidencial de Guadalupe Victoria– la Logia Escocesa, que representaba los intereses políticos de los españoles y de los criollos conservadores, estaba muy disminuida políticamente. Esto provoca un nuevo pronunciamiento, acaudillado por don José María Montaño, quien se levantó en armas en Otumba, exigiendo la desaparición de las Logias a las que llamaba sociedades secretas, el cambio de ministerio y la expulsión del embajador de Estados Unidos, Joel R. Poinssett. Iniciado el movimiento armado, sale de la Ciudad de México el general Nicolás Bravo –vicepresidente de la República y Gran Maestro de la Logia Escocesa– para ponerse al frente de él, siendo secundado por un gran número de jefes y oficiales que se hicieron fuertes en Tulancingo. Entonces, el gobierno envía en su contra al general Vicente Guerrero –Gran Maestro de la Logia Yorkina– quien a pesar de llevar fuerzas inferiores, vence a los rebeldes que amenazaban derribar al gobierno instituido. A Nicolás Bravo y a sus principales hombres, se les condonó la muerte y fueron penados con el exilio.
Al acercarse el fin del periodo gubernamental de Guadalupe Victoria, se presentaban dos candidatos para la Presidencia de la República: los generales don Manuel Gómez Pedraza y don Vicente Guerrero. El fracaso de los escoceses, hizo entonces que los yorkinos se dividieran y los más extremistas apoyaran la postulación de Guerrero, a quien don Lorenzo de Zavala –hombre manipulador y demagogo que apoyaba a don Vicente– llamaba “el ídolo de la plebe y caudillo de los yorkinos”. Esto provocó que los escoceses, los iturbidistas y los españoles se inclinaran a favor de Gómez Pedraza, hombre de finos modales y buen orador, pues no veían con simpatía que un individuo campestre, sin educación, de acentuado color moreno, emergido de las últimas clases sociales, y rodeado de gentes peligrosas para ellos, llegara a la Presidencia de la República. La elección la decidían las legislaturas estatales y en ellas dominaban los conservadores; por ello, Gómez Pedraza triunfó, pues 11 legislaturas de las 18 existentes sufragaron por él.
Este resultado provocó que los partidarios de Guerrero en vez de conformarse con el resultado de la elección se levantaran en armas. El primer alzado lo fue Antonio López de Santa Anna en Xalapa en septiembre de 1828, encerrándose en el Castillo de Perote, con la proclama de que la elección de Gómez Pedraza debía nulificarse por haberse falseado el voto público, y declarando que el legítimo presidente era Vicente Guerrero, al mismo tiempo que incitaba al pueblo contra los españoles, a quienes acusaba de haber comprado a los legisladores. Atacado y luego perseguido por fuerzas que lo superaban, Santa Anna fue obligado a retirarse a Oaxaca, en donde –sitiado por sus enemigos– estuvo a punto de rendirse, pero la Revolución de la Acordada en la Ciudad de México, lo salva; Zavala –que era gobernador del Estado de México– había entrado a la capital del país el 29 de noviembre de 1828, y había tomado esta cárcel del tribunal que había funcionado durante la colonia, y que estaba provista de cañones y parque en abundancia, declarándose contrario a Gómez Pedraza, a pesar de que curiosamente, antes había reconocido públicamente el triunfo de éste.
Un día después se pone al frente de los sublevados el general José María Lobato quien exigió al gobierno la expulsión de los españoles; pero como éste se negó se iniciaron los enfrentamientos, a los cuales el 2 de diciembre se agregó don Vicente Guerrero, atacando el Palacio Nacional y otros edificios de la ciudad. Los yorkinos –autores de este pronunciamiento– para atraerse al pueblo permitieron el asalto al Parián, edificio ubicado en la plaza principal, que albergaba al comercio de lujo de la ciudad, y que era manejado exclusivamente por españoles y el cual fue saqueado y quemado por la plebe. Gómez Pedraza huyó de la capital, no sin antes renunciar a su nombramiento, y Victoria se vio obligado a cambiar su gabinete a causa del cuartelazo, entrando Guerrero como ministro de la Guerra, apoyado por todos los estados que se declararon en favor de la revuelta. Todo esto fue facilitado por el odio que se les tenía a los españoles en toda la República.
Guerrero tomó posesión como presidente el 1 de abril de 1829; sin embargo, el origen ilegal de su gobierno no se olvidaba, y pronto, comenzaron los ataques contra su administración, tanto en la prensa –pagada por españoles– como en corrillos y pasquines, donde se vengaban pintando al presidente Guerrero como un mulato semisalvaje e inmoral a quien llamaban “el negro”, y asegurando que estaba rodeado de la plebe más vil, ruin y corriente del país. Durante su corta administración, el gobierno de Guerrero sufrió asedios, el embate cotidiano de las logias, rebeliones y diarias amenazas, y no sólo eso, también llegó a las cercanías de Tampico una expedición militar española al mando del brigadier español Isidro Barradas, que pretendía reconquistar el país. Este ejército provenía de la Cuba española, y los invasores pensaban –mal informados– que continuaban existiendo en la ex colonia miles de partidarios de Fernando VII, y que éstos sólo esperaban una expedición realista para derribar al gobierno existente.
Guerrero, al tener noticias de esta irrupción española con fines de reconquista, había procurado levantar tropas y hacerse de recursos para combatir la invasión, viéndose obstaculizado por la oposición –dominada por españoles– quienes declaraban que el ejército antes de combatir la invasión, debía derribar al gobierno. No obstante las fuerzas mexicanas al mando de Santa Anna (gobernador de Veracruz) y de Manuel Mier y Terán –ayudados por la fiebre amarilla, que imperaba en las zonas pantanosas donde desembarcaron los españoles– vencieron y expulsaron a los invasores, quitándoles las armas, banderas y municiones; por otro lado, los mandos españoles se comprometieron a no volver a tomar las armas contra México. Las banderas capturadas fueron exhibidas con orgullo en el balcón central de Palacio Nacional.
Estos acontecimientos, que debieron haber disminuido la presión de los enemigos contra el general Guerrero, obraron al contrario, pues acentuaron la oposición contra él y su gobierno, y la prensa –pagada por españoles– se excedía contra el presidente con groseros insultos, calumnias y falsedades que no excluían su vida familiar y social, y ofendían gravemente a don Vicente, demostrando el odio tan terrible que le tenía al suriano toda la alta y pudiente sociedad de la ex colonia, formada por el alto clero, el ejército ex realista y los ricos terratenientes españoles, que aspiraban a fortalecer al partido escocés y acabar con los yorkinos.
De las palabras se pasó a los hechos, y pronto había levantamientos en varios lugares, terminando por ponerse a la cabeza de los pronunciados el mismo vicepresidente Anastasio Bustamante, realista decidido que combatió incansablemente a los insurgentes; iturbidista apasionado, pues su carácter, educación y tendencias lo inclinaban a simpatizar y pertenecer a las clases aristocráticas. El levantamiento y liderazgo del vicepresidente fue facilitado por el hecho de que cuando la invasión de Barradas, a Bustamante lo pusieron al mando de 3 mil hombres bien armados, que se situaron en las villas de Xalapa, Córdoba y Orizaba, en previsión de que más fuerzas españolas invadieran el país por Veracruz, y éste lo aprovechó para sublevarse el 4 de diciembre de 1829 –mediante el Plan de Xalapa– contra el mismo gobierno del que él formaba parte.
Ante esta situación, Guerrero, prácticamente abandonado por todos, y viendo que la sublevación crecía y alcanzaba ya a la capital con el ex realista Luis Quintanar al frente, solicita al Congreso hacer valer sus facultades extraordinarias para poder ponerse al frente de tropas leales, que defendieran su posición, pero el Senado y los diputados en forma amañada congelan la urgente solicitud del presidente, tratando de impedir que Guerrero se pusiera al frente de contingentes militares para someter a los sublevados; al ver esto, Guerrero ya resignado, dimite ante el Congreso y deja el gobierno a don José María Bocanegra, quien rápidamente es removido por el mismo Congreso y suplido por un triunvirato formado por Pedro Vélez, Luis Quintanar y Lucas Alamán, el enemigo sempiterno de la independencia americana y que coadyuvó al levantamiento militar.
Al día siguiente, ya con la presencia de Bustamante como presidente, el Congreso se reúne y justifica plenamente el pronunciamiento de Xalapa y cesa en funciones –ignorando a propósito su renuncia voluntaria– al presidente Guerrero, no sólo argumentando la inconstitucionalidad de su ejercicio gubernamental, sino declarando a éste inmoral e incapaz para gobernar. Este hecho innecesario, de ofender y humillar públicamente a don Vicente, revelaba una vez más el odio tan marcado que le tenían al suriano los conservadores ex realistas, quienes no se conformaban con destituir de la Presidencia a Guerrero, sino que deseaban hacerlo con toda la majadería posible, burlándose exageradamente de sus orígenes, su impreparación, el color de su piel y otras sandeces que –entre burlas– fueron repetidas hasta la saciedad.
Al salir don Vicente de México rumbo al sur, con un grupo reducido de hombres, los pueblos en su tránsito se sumaban a él con sus fuerzas y auxilios para apoyarlo en su lucha, sumando entre cinco a siete mil hombres, que él rechazaba con los siguientes argumentos: ¿Sería cuerdo señores, exponer en el campo de batalla, a todo un ejército de ciudadanos por defender mi propia causa? Lejos, muy lejos, están de mí estas ideas, y por consiguiente debo retirarme a aguardar que las augustas cámaras decidan las razones y las leyes que no tocan a las bayonetas; y seguía su camino hacia su amado sur.
Al discutirse el dictamen en la Comisión de la Cámara de Diputados, Andrés Quintana Roo pronunció un discurso en el que se advierte la oposición al gobierno de Bustamante, con las limitaciones que una política adversa al gobierno en funciones podía sostenerse: reprobaba solamente en el dictamen, el término de moral como argumento para la persecución de Vicente Guerrero. “¿Qué quiere decir imposibilidad moral?, preguntó Quintana Roo a los diputados. ¿Hemos de hacer juez al Congreso de la capacidad mental de Guerrero, para complacer al que lo ha reemplazado? Y ¿cuál sería en este caso, la regla, el modelo que se propondría seguir esta asamblea en semejante calificación? ¿No es el mismo Guerrero, a quien la Nación ha colmado de honores, a quien ha declarado Benemérito de la Patria; a quien los mismos que hoy pretenden llamarlo imbécil, lo exaltaron otras veces, hasta compararlo con los más ilustres personajes históricos? ¿Desde cuándo ha perdido el uso de la razón? ¿Qué alteración se ha notado en sus facultades morales? ¿Qué muestras ha dado de fatuidad? Y ¿cómo se quiere señores, que los representantes de los Estados Unidos Mexicanos, pronuncien un fallo semejante, declarando demente al hombre que no lo está en realidad; añadiendo de esta manera a la injusticia, el insulto y la ignominia? Pero ésta recaerá sobre nosotros que hace un año lo nombramos presidente de la República, sobre nueve eEstados que le dieron sus sufragios, sobre los otros que han obedecido tranquilamente por ocho meses; sobre el ejército, que ha triunfado sobre los enemigos del exterior, y por último, sobre la nación entera, que ha admirado su patriotismo, y reconocido sus servicios eminentes. Contentémonos y contentemos al poder que domina, con decir que Guerrero está imposibilitado para gobernar, sin meternos en el examen de las causas de semejante imposibilidad”.
El centralista gobierno de Bustamante, que tuvo la misma inconstitucionalidad que le alegaban al de Guerrero, fue retrógrado, sanguinario y justamente odiado por el pueblo. Disolvió los congresos estatales, sometió a la prensa y a la opinión pública, persiguió implacablemente a todos los individuos de ideas liberales, a quienes encarcelaba o fusilaba sin motivo alguno, pretendiendo implantar una administración semejante al gobierno colonial. El terror se extendió por todo el país y dio origen a nuevos levantamientos y coaliciones de los estados y a juntas militares, que fueron reprimidas con mano de hierro pero no vencidas totalmente, hecho que provocó que el desesperado gobierno ultraconservador, recurriera al crimen y a la traición para intentar acabar con ellos, y que por cierto, originó el plan para capturar a Vicente Guerrero mediante su “amigo” el marino genovés Francisco Picaluga, a pesar de que Guerrero no intentó nunca volver al poder máximo; pero sus verdugos sabían que había gente en todo el país, esperando solamente un llamado de don Vicente para acabar con el gobierno de Bustamante. Ese era su temor permanente, hecho que provocó la conspiración y en la cual estuvieron involucrados fundamentalmente el presidente Bustamante, el ministro de Guerra José Antonio Facio (quien trató directamente con Picaluga), José Antonio Espinoza, el ministro de Justicia y Asuntos Religiosos y Lucas Alamán, que funcionaba como ministro de Relaciones Exteriores y ciertamente como “rey atrás del trono”. Ya prisionero don Vicente Guerrero, ellos cuatro decidieron en una reunión privada, matarlo en vez de mandarlo al exilio, o mantenerlo preso en México. Guerrero no sólo fue el último insurgente en el poder… era la última amenaza liberal para el conservadurismo, y ello lo llevó a la muerte; por otro lado, había que castigar el significado histórico de la insurgencia, y el asesinato de don Vicente fue el último acto rencoroso y vengador de la Colonia, contra la generación que logró la independencia de México.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.