EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Gringo de la Marañona

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 02, 2021

 

(Segunda parte)

 

Identidad amenazada

Leonora Amar, la diosa brasileña del celuloide, enseñorea las noches acapulqueñas de la posguerra. Eleva sus altares en el cerro de La Pinzona (Ciro’s del Hotel Casablanca) hasta donde peregrinan devotos y febriles adoradores nocturnos, Una adoración puramente contemplativa por así obligarlo una razón casi de Estado. Y es que la majestuosa garota está ligada sentimentalmente al presidente de la República, Miguel Alemán Valdés. Y, como nadie duda de la vocación panamericanista del sonriente mandatario, la frustrada grey habrá de sudar sus calenturas bailando con las orquestas de Everett Hoagland y El Pelón Riestra.
Por aquellos días se dan las primeras amenazas contra la identidad del Gringo de la marañona. Reporteros y detectives mal disfrazados de turistas visitan asiduamente el Parque Cachú, el merendero atendido por su familia. Lo hacen no solo por sus especialidades culinarias y la gratuidad de los frutos del marañón sino interrogantes sobre la identidad del propietario. Pregunta, preguntan. ¿Habla alemán? ¿Escribe libros? ¿Con cuanta frecuencia visita Chiapas?, etcétera, etcétera.
El rechazo para aquellos preguntones es enérgico por parte del personal del establecimiento encabezado por la esposa, María de la Luz Martínez, su hermana Bertha y los hijos de ésta: Juana Elba, José Publio y Rogelio Marcelino. Cuando el asedio resulta molesto, las mujeres no repararán en lanzar contra aquellos la jauría de canes recogidos por el señor de la casa.
Por su parte, el Gringo de la marañona no altera el ritmo de trabajo ni sus rutinas habituales y entre ellas la de caminar cada tercer día a la oficina de Correos en busca de la correspondencia, nunca a su nombre sino a la de la señora Martínez. Así como tomar café y coñac en el restaurante Colonial, frente al Zócalo.

Mozimba

Los camiones que pasaban frente al Parque Cachú llevaban al fraccionamiento Mozimba, poco más adelante, con fuerte tufo a transa inmobiliaria como todas las empresas inmobiliarias de la ciudad. La publicidad adjudicaba la propiedad del mismo a los empresarios de la Ciudad de México José Alberto Bustamante, Ignacio G. del Valle Villagrán e Ignacio Villagrán y Espinosa .
¿Que cómo chingados se hicieron esos señores de tantísima tierra acapulqueña?, es una vieja pregunta porteña formulada apenas por el gobernador, el general Alberto F. Berber, al alcalde, Carlos E, Adame. La respuesta de este: “¡eso mismo quisiera saber yo”!, provoca el enojo del mandatario que lo llevará a tomar una drástica determinación. Ordena a su secretario general la “expropiación ipsofacta” de aquella enorme superficie que va de las goteras de la ciudad, al túnel sin salida en el camino a Pie de la Cuesta, incluido el cerro de La Mira.
Acapulco, se ha de decir, tenía respeto y gratitud para el militar chilapeño pues había sido el único interesado en la pavimentación del tramo entre el barrio de Tlacopanocha y Caleta. Y era que antes sólo por la vía marítima se llegaba a la “playa coqueta de manso oleaje”, cantada por José Agustín Ramírez. Por ello se lamentará aquí la defenestración del gobernante.
Ocurrirá ésta casi al final de su mandato, acusado de traición por su propio partido de la Revolución Mexicana, cuando Berber se niegue a entregar el poder al ganador de las elecciones de 1941, general Gerardo Rafael Catalán Calvo, y sí lo hace a su compadre Francisco Carreto. La Cámara de Senadores lo echa faltando días apenas para el fin de su mandato, siendo sustituido por Carlos Carranco Cardoso.
El rescate de Mozimba por parte del gobernador Berber no será diferente a similares habidos antes y después. Sus nuevos operadores volverán a entregar el predio a poderosos empresarios particulares, saliendo más caro el caldo que las albóndigas. Ocho años más tarde el fraccionamiento Mozimba estará parcialmente ocupado gracias a los planes de venta de sus nuevos dueños: plazos de tres a cinco años con pagos de 5 a 29 pesos mensuales: “Donde usted elija y como pueda pagar”.

Leonora y las tortugas

Las hablillas porteñas del momento se refieren al voto de censura aplicado por los miembros del Cabildo al alcalde interino de Acapulco, José Ventura Neri, cuñado del gobernador del estado, general Baltazar Leyva Mancilla (1946). Los ediles Pedro Castrejón, Fernando Heredia y Enrique Lobato reprochan al primer edil sus frecuentes correrías nocturnas. Contrarias, pontifican, al “decoro institucional, a la moral republicana y al sano ejercicio de la función pública”. Aluden concretamente a sucesos recientes escenificados en las alturas del cabaret Ciro’s del Hotel Casablanca, una noche cualquiera con Leonora Amar, música, vino y tortugas. ¿Tortugas?
Leidis and gentlemen; Blumy Blumenthal y Ciro’s de Acapulco introducing their first tutle ray tonight. Here there are the pleasant littles turtle Rabit y Ligerita. Wich one will be the first to get the finish’. We implore you don’t wager because is no allowed hi mexican laews. Realdy go!
El Hotel Casablanca ofrece, en efecto, un espectáculo novedoso y exótico importado seguramente de alguna isla del Pacífico. Se trata de las “carreras de tortugas” celebradas en la alberca del lugar y cuyo goce morboso es el cruce impune y sin límite de apuestas Una de aquellas noches –documenta el trío de ediles– el alcalde Ventura Neri apuesta una suma importante a la tortuguita favorita llamada Rabit quien pierde finalmente la carrera ante su similar de nombre Ligerita. Entonces, el señor presidente municipal ,“pasadito de copas”, como se dijo, saca su Parabellum enfurecido seguramente por la cuantiosa suma apostada, hace tres disparos con la intención de inmolar a Rabit. No lo logra, por supuesto.
Surge entonces la presencia del dueño y gerente del Hotel, Blummy Blumenthal –judío, rubicundo, chaparro y redondito apodado The Boss–, para salvar la situación. Lo consigue mediante un conjuro con efectos mágicos: ¡“Aquí no ha pasado nada!… ¡aquí no ha pasado nada!… ¡todo corre por cuenta de la casa!… ¡champaña para todos!
Ya frente al Cabildo, el alcalde Ventura explicará su conducta culpando “a los enemigos del gobierno por haberle echado algo a su bebida”. Irá más allá al pedir una investigación sobre el personal del Ciro’s del que dijo no quererlo por no dejar propinas estilo gringo. Vendrá luego el regaño del cuñado, el gobernador Leyva Mancilla, y el juramento de de que en adelante sólo tomará limonada Trébol (embotellada aquí por la familia Pintos). Ventura Neri será nuevo presidente municipal constitucional de Acapulco, ahora por dos años (1947-1948) .

Acapulco difamado

Doña María de la Luz Martínez, esposa del Gringo de la Marañona, es una de las firmantes de la carta abierta con la que las fuerzas vivas del puerto condenan las mentiras de dos columnistas del diario Excelsior sobre Acapulco. Son ellos Carlos Denegri y Jorge Piñó Sandoval quienes, coincidentemente, denuncian “una pavorosa escalada de precios y abusos en Acapulco”, para luego diagnosticar:
“¡Acapulco será pronto una playa exclusiva para millonarios!”,
La respuesta del Comité Coordinador de Turismo ocupa una página entera del propio Excelsior (mil 300 pesos) y son sus principales rubricantes los dirigentes del organismo: Melchor Perrusquía y Francisco de P. Carral. El texto desmiente categóricamente la afirmación de Denegri y Piño Sandoval y se les reta para que citen un sitio turístico del mundo –tan solo uno– con una oferta hotelera como la de Acapulco: ¡Veinte pesos por habitación y tres alimentos diarios!
Carlos Denegri tenía una bien ganada fama por ser el creador del columnismo periodístico tarifario (“toda mención causa honorarios”), siendo entonces el periodista más influyente de México. Su columna era la primera que leía cada mañana el señor presidente de la República, presumía.
Borracho o drogado, su estado habitual, resultaba un auténtico peligroso social. Aquí en el hotel El Presidente, que no le costaba, agredió a un bell boy por tardarle su bebida. Lanzó sobre él la máquina de escribir que el muchacho eludió hábilmente. En su trayectoria, el artefacto romperá un ventanal del cuarto piso cayendo junto a la puerta del hotel provocando lesiones a un taxista. El periodista, hoy por cierto tan imitado, será finalmente censurado por un balazo en la nuca disparado por su propio esposa.
Piñó Sandoval, por el contrario, será el azote de los amigos del presidente de la República a quienes exhibe con mordacidad y humorismo devastador. No obstante que su semanario Presente tiene los tirajes jamás igualados en la historia del periodismo, la maquinaria en la que se imprime amanece destrozada mientras Piñó vuela hacia el autoexilio rioplatense.

¿Y quién es él?

Cualquier esbozo biográfico sobre Bruno Traven, el escritor que prefirió el anonimato a los honores de la Academia y el reconocimiento público, resultara muchas veces un ejercicio especulativo. Buen cuidado tuvo el misterioso narrador en sepultar orígenes, nombre, familia, amores y amigos. El sacrificio de la personalidad en aras de una vida libre y plena dedicada a su obra literaria. Así lo explicaba él:
Lo importante del escritor son sus libros no su vida. Mi trabajo es lo importante, no yo. Yo soy un simple trabajador común y corriente.
Habría nacido nuestro hombre en Chicago, Illinois, el 3 de mayo (o 5 de agosto) de 1890, en el seno de un hogar de inmigrantes obreros –sueco, el padre, noruega, la madre– quienes lo bautizan como Traven Torsvan Croves. Su tierna infancia, necesariamente penosa y sin oportunidades de escolaridad formal, transcurre de oficio en oficio para ayudar a la familia numerosa. Hoy vocea periódicos, mañana asea calzado y más tarde lava excusados pero siempre se dará tiempo para la lectura.
Pronto el joven Torsvan se trepa en un barco mercante del que sólo bajará convertido en hombre. Conoce como grumete y fogonero las contrataciones forzadas y padece las condiciones inhumanas del trabajo casi esclavista. Las vivencias de casi 10 años en el mar dará estructura a su primera novela titulada precisamente El barco de la muerte. Un relato arrebatador sobre el criminal hundimiento de barcos en altamar para el cobro fraudulento de los seguros. Otra reminiscencia marítima de Traven será Skipper (capitán), como lo llamarán más tarde su familia mexicana.
Cuando en México estalla la Revolución, Torsvan ha dicho adiós al mar para asentarse en Alemania con el nombre de Ret Marut. En Essen, donde es vecino de la poderosa casa Krup, armeros primero del kaiser y más tarde de Hitler, Marut se dedica extrañamente al arte escénico para luego hacer mutis sólo ante la Primera Guerra Mundial.