EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El gringo de la marañona

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 17, 2021

 

(Cuarta de siete partes)

¿ Aquí vive Traven?

La inquietante pregunta se dejará escuchar nuevamente en el puerto a fines de 1948. La formula esta vez el capitalino Fernando López, detective privado aparentando ser un turista chilango. Lo envía el doctor Alfonso Quiroz Cuarón, jefe de investigaciones del Banco de México, en apoyo de su amigo el reportero Luis Spota con varios años ya en la cacería del enigmático personaje. Muy pronto, sin embargo, las pesquisas se aplazan por vivirse aquí un álgido proceso electoral para la renovación de las autoridades municipales. Gana el PRI, por supuesto.
El nuevo Ayuntamiento de dos años es encabezado por el licenciado Antonio del Valle Garzón, quien apenas el año pasado se había estrenado como el primer notario público de Acapulco. Colimense, Del Valle tenía al puerto como cárcel luego de ser defenestrado como gobernador de su estado por enemistarse con el presidente Obregón. Lo acompañan en el Cabildo el síndico Ismael Valverde y los regidores Delfino Moreno, Lucas Ventura, José Flores Díaz, Andrés Vázquez, Jesús González Adame y el empresario hispano Julio Fernández. El secretario municipal era don Crispín Pin Escobar y lo será hasta su muerte.

1949, el año de Acapulco

Acapulco está convertido en un espectacular frente de trabajo encaminado a darle un nuevo perfil urbano acorde con la modernidad y a sus inmensas posibilidades relacionadas por el fenómeno llamado turismo. Por ello, una de las primeras acciones del gobierno federal será alargar la ciudad hasta alcanzar las dimensiones de su bahía. Descubrir y entregar al mundo el “Paraíso de América”, así bautizado por el escritor y político Alejandro Gómez Maganda. Frustrado alcalde de Acapulco y más tarde gobernador inconcluso de Guerrero.
Entre muchas acciones estará la prolongación del paseo costero, a partir de Icacos a hasta la playa de Caleta, con 40 metros de ancho. Un proyecto iniciado en 1932 con la ejecución del tramo entre el Farallón del Obispo y el fuerte de San Diego. Se le llamará paseo costero general Juan Andrew Almazán.
Y era que el militar de Olinalá, Guerrero, ya se había adueñado de 22 hectáreas frente a la playa de Hornos para dedicarlas al hospedaje turístico. (Primero Bungalows Anáhuac, más tarde hoteles Hornos y Papagayo), siempre atendidos por personal militar delatado por el imprescindible “casquete corto”. Si bien el proyecto de la vía llegaba al Farallón del Obispo, solo se abrió al tráfico el tramo comprendido en entre los peñascales de San Lorenzo (Hornos) y el puente Morelos .
Este último, originalmente puente San Rafael, salvaba un arroyo corriendo hacia el mar en el punto conocido hoy como Las Siete Esquinas, convergencia de varias calles con la avenida 5 de Mayo. Se trataba de una hermosa forja sobre la que, según una leyenda local, el Jefe Chemita había tendido su humanidad para contener la desbandada de sus soldados negros, repelidos por las defensas de la fortaleza. Desaparecerá como muchas obras de arte en la vía pública. De esta se dice que el presidente de la Junta de Mejoras la obsequió para una residencia con arroyo interior.
El paseo proyectado por la Comisión del Programa de la SCOP, ejecutado por la Comisión Nacional de Caminos, dejará de serlo a la altura de Icacos para convertirse en carretera. Tocará Punta Bruja, Punta Guitarrón y finalmente Puerto Marqués (hoy, Escénica).

El sucio agandalle

El tramo costero entre el Farallón del Obispo y el Fuerte de San Diego estuvo sembrado con miles y miles de palmeras de coco, ofreciendo un hermoso y deslumbrante contraste entre el verdor intenso de aquél manto y el azul marino de la bahía. Un espectáculo que gozarán propios extraños hasta 1931, cuando se produzca el primero de los muchos sucios y perversos agandalles que le esperaban al puerto. Lo encabeza el propio presidente de la República, Pascual Ortiz Rubio, a sugerencia del general Juan Andrew Almazán, su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, la célebre SCOP, además de su socio.
Apodado El Nopalito (por arrastrado y baboso) el mandatario michoacano viaja al puerto para conocer sus nuevas tierras y ordenar al gobernador, general Adrián Castrejón, la inmediata expropiación de aquellas. ¿Por causa de utilidad pública?, pregunta aquél. ¡Por supuesto, mi general, ni modo que le ponga que por mis huevos azueles!, contesta enfadado el jefe de la Nación”. Muy apenado, Castrejón aprovechará el agandalle para escriturarse parte del cerro de la Garita de Juárez y parte de la planicie de Las Cruces.
Entre otros beneficiarios con tierrita acapulqueña, miembros todos de la Gran Familia Revolucionaria, estarán varios “entenados”. Entre ellos el empresario radiofónico Emilio Azcárraga Vidaurreta, public relations de Almazán, quien optará por varios terrenitos frente al mar y entre ellos la primera pista aérea de Acapulco (hoy el extinto auto hotel Ritz). Y un piloncito: un cerrito en sociedad donde instalará en 1960 la antena de su TV4
Mr. W, como le decían, se ufanaba de haber convencido a su jefe de la mutación del anacrónico “Anáhuac” por el florido de “Papagayo”.

La Costera

El trazo del nuevo paseo costero se unirá con el malecón mediante cortes de roca en la fortaleza de San Diego, con lo cual el nuevo camino podrá bordear el inmueble colonial hasta casi cien metros dentro de la bahía. Lo retrata la película Hombres de mar, de 1936, con Sara García y Víctor Manuel Mendoza. Hombres armados que viajan en canoas desembarcan en la rocosa ladera sur de la fortaleza, en pos de atacar a su guarnición.
El licenciado Del Valle Garzón se entera del proyecto de la nueva Costera en cuanto asume la presidencia municipal. También que ésta, por órdenes del propio presidente Alemán, llevará el nombre del general Nicolás Bravo. El llamado Héroe del Perdón por haber perdonado a los asesinos de su señor padre. Bautizo con el que personalmente está de acuerdo, pero que jamás comentará. Optará entonces jugarle las contras al propio jefe de la Nación. Para ello convoca a varios ciudadanos notables del puerto para que sean ellos, voceros del pueblo, quienes decidan tal nomenclatura. Llama a don Rosendo Pintos Lacunza, don Alfonso Uruñuela, don Efrén Villalvazo Alarcón, don Fidel Salinas y don Simón Funes Dueñas, quienes se comprometen a ser leales con Acapulco para que no se los reproche la historia.
Los cinco convocados deberán trabajar a marchas forzadas pues ya se ha anunciado que será el propio señor presidente de la República quien inaugure el paseo costero. Del Valle les pide sigilo pues sabe a quién se está enfrentado, llegando al extremo de recibirlos en un lugar ajeno al Palacio Municipal. Don Rosendo Pintos quien de a conocer el resultado de la misión:
–Se propone que la nueva avenida costera de Acapulco lleve por su extensión tres nombres diferentes. A saber: Paseo del Morro, el tramo entre la Base Naval y el Hotel Las Hamacas; Avenida de la Nao, del hotel Las Hamacas a Tlacopanocha y, finalmente, Avenida Caleta, de Tlacopanocha a la playa cantada por el maestro José Agustín Ramírez.
–¡Magnífico, magnífico, mejor no pudo haber salido!, adula el alcalde a los comisionados a quienes agradece el esfuerzo realizado.
Se despide apresurado anunciando que mañana muy temprano estará con don Melchor para entregarle el documento que ordena la voluntad de los acapulqueños.

La traición de Nicolás Bravo

Al día siguiente el alcalde Del Valle Garzón no podrá reunirse con el presidente de la JFMM pues éste sostiene una reunión urgente con las fuerzas vivas del puerto. En ella, Melchor Perrusquia asegura ante representantes de sociales gremiales, profesionales y políticos que la Costera y Aeropuerto preludian el despegue de Acapulco como primer centro turístico del país. La voz se la quiebra cuando habla de la humildad y nobleza del presidente Alemán al rechazar que el paseo del puerto lleve su nombre. Me ha ordenado, so pena de mi cese, que la vía lleve el nombre del general guerrerense Nicolás Bravo, el bien llamado Héroe del Perdón por lo que todos sabemos
–¡Señor Perrusquía, pido la palabra!, se escucha en el salón una voz potente que no espera la concesión.
–Hablo a nombre de por lo menos 20 mil acapulqueños (Censo de población de 1950: 28 mil 512 habitantes), para oponernos que la Costera lleve el nombre del chilpancingueño Nicolás Bravo al que consideramos un traidor. Fue él uno de los miserables que contrataron al marino genovés Francisco Picaluga para secuestrar con engaños al señor general Vicente Guerrero y llevarlo al cadalso en Oaxaca. ¡Damas y caballeros, la infame traición se consumó aquí enfrente, a bordo del bergantín Colombo del marino genovés, precisamente en la bahía de Acapulco a la que bordeará la obra de la que estamos hablando!
El orador, sin bajar el índice señalando a la bahía, alza todavía más la voz para exigir que, por voluntad expresa de los acapulqueños, la Costera lleve el nombre del presidente Miguel Alemán Valdez, un veracruzano que ha demostrar querer a Acapulco más que muchos de los aquí presentes.

El pueblo manda

–¡Que no se diga más!, ordena a gritos el presidente de la Junta de Mejoras para declarar inmediatamente: el pueblo de Acapulco ha dicho la última palabra. La Costera de Acapulco llevará el nombre de don Miguel Alemán Valdez, presidente de la República mexicana. ¡El pueblo manda!
Sobra decir que los cinco notables no fueron invitados a la reunión y que la propuesta presentada por ellos nunca llegó a conocerse.

Acapulqueño distinguido

Desde un balcón del hotel La Marina en la plaza Álvarez (hoy Bancomer) el presidente Alemán acciona, la noche del 28 de febrero de 1949, el switch que enciende la iluminación de la Costera con su nombre (del Morro a Caleta). El mandatario, siempre sonriente, agradece a los locales haberlo nombrado “acapulqueño distinguido” y ofrece serlo con dignidad. Enseguida corona a la reina de las fiestas del Carnaval de Acapulco, señorita Esther Galeana, acompañada por la princesa, la duquesa y el rey feo. Gran celebración.
Al día siguiente, la bella soberana y el mandatario encabezan el desfile de carros alegóricos y comparsas, a bordo de un Cadillac descapotable. La fiesta continúa mientras Miguel Alemán Valdez viaja a Pie de la Cuesta para poner en servicio el nuevo Aeropuerto de Acapulco.
Las obras, se dijo, costaron 32 millones de pesos.