EL-SUR

Sábado 01 de Junio de 2024

Guerrero, México

Opinión

El hombre de las tempestades políticas

Netzahualcóyotl Bustamante Santini

Julio 10, 2023

 

Vivió en París donde estudió su doctorado en Derecho Constitucional, también en Nueva York cuando fue embajador ante Naciones Unidas y en Bruselas como representante de México ante la Unión Europea. Era hombre de mundo que conocía el territorio nacional como pocos, Guerrero señaladamente. Cosmopolita en la provincia. Referente político en el mundo. Yasser Arafat, el histórico líder de la Organización para la Liberación de Palestina lo identificaba como uno de los políticos latinoamericanos más sobresalientes, lo mismo que Fidel Castro, Mitterrand o Gorbachov.
Porfirio Muñoz Ledo falleció en julio, un mes de simbolismos en su dilatada carrera política. El 4 de julio de 1976 fue electo, en solitario, José López Portillo como presidente; Muñoz Ledo confió siempre que sería favorecido por el entonces mandatario Luís Echeverría que murió el año pasado en el mismo mes. El deceso de Porfirio, que creía fervientemente en la reforma del Estado y en la implantación de un régimen semiparlamentario en el país, ocurre 72 horas después de haberse cumplido 35 años de la elección federal del 6 de julio de 1988 en la que fue actor prominente.
De oratoria encendida y memoriosa, creyó siempre que estaba llamado a refundar el nacionalismo revolucionario y a actuar en una lógica disruptiva del poder. Siempre quiso ser el primero en todo, y casi lo fue. El primero en ganar el Senado en el infranqueable Distrito Federal en 1988, el primero en interpelar a un presidente en San Lázaro (Miguel de la Madrid en su último informe); el único que ha sido presidente de dos partidos nacionales, el PRI y el PRD; el coordinador del PRD y del bloque opositor en la Cámara de Diputados en 1997 cuando el tricolor, al no lograr la mayoría simple tuvo que ceder la Gran Comisión. Fue también el que colocó la banda presidencial al primer mandatario en México emanado de un partido distinto al PRI y al PAN.
En un país donde el legado político revolucionario de caudillos parece mutar y no perder vigencia, el apellido Cárdenas lo ensombreció. Cuauhtémoc era la figura de la Corriente Democrática; fue el candidato presidencial del PRD en 1988, en 1994 y en 2000. Fue fundador y primer presidente de ese partido y el primer jefe de gobierno de izquierda en la Ciudad de México, luego de ganar la elección interna el 2 de marzo de 1997, en la que obtuvo 56 mil votos contra 24 mil de Porfirio.
Muñoz Ledo interpretaba, comprendía y conocía como nadie las contraseñas de la política mexicana. Anticipaba los golpes de los adversarios. Tenía claridad del deber ser y el quehacer; estaba convencido del papel relevante que tenía el Parlamento para la gobernabilidad y la transición democrática, en un país carcomido por el centralismo desde su nacimiento. Fue candidato a todo: a gobernador de Guanajuato “por derecho de sangre”, a constituyente de la Ciudad de México que redactó la Carta Magna de la capital en 2017, a presidente de la República por el oxidado PARM y una agrupación a la que bautizó como Nueva República.
Asumió la dirigencia nacional del PRD en 1993, en otro julio, el día 3, hace treinta años. En octubre de ese año libraría su primera batalla electoral en Guerrero, la primera desde que Rubén Figueroa asumiera la gubernatura meses antes, en abril. Muñoz Ledo recorrió la Montaña, las Costas y la Zona Norte. En sus incendiarios discursos de campaña arengaba a terminar con el caciquismo que representaba Figueroa a quien le ofrendó un mote que provocaría la furia del gobernador.
En ese 1993 Félix Salgado intentó por vez primera conseguir la gubernatura del estado con el acompañamiento solidario de Cárdenas y Muñoz Ledo, y fue también en ese año cuando Zeferino Torreblanca realizó su primer intento por conseguir la alcadía de Acapulco. En 2008 al arrancar los trabajos para la reforma del Estado en Guerrero, invité a Porfirio a disertar sobre el tema en una conferencia magistral que tuvo lugar en Acapulco. Estaba convencido que Zeferino –ya gobernador– debía impulsar la transición política y a generar un amplio consenso para diseñar una nueva Constitución. No sucedió ni lo uno ni lo otro. Entonces le endilgó el alias de Solferino por su ambigüedad.
De carácter recio y verbo ácido, a Muñoz Ledo se le reprochó su apoyo a Vicente Fox y aceptarle el cargo de embajador ante la Unión Europea, que fue más bien una propuesta de Jorge Castañeda quien también promovió a Adolfo Aguilar Zínser como representante ante la ONU y su Consejo de Seguridad. Tras una sonora renuncia acusando a Fox de abandonar el propósito de cambiar el modelo político, Porfirio apoyó todas las aspiraciones de López Obrador a la presidencia en 2006, 2012 y 2018.
En el inter fue responsable de (variaciones sobre el mismo tema), los trabajos para la reforma política de la capital que dejó de llamarse Distrito Federal y que consagró, de la mano de Porfirio, la Constitución local más avanzada del país tomando como experiencia modelos de éxito de naciones pluriculturales como Bolivia o socialdemócratas como España.
El resto de la historia es conocida. Muñoz Ledo quiso ser presidente de un tercer partido, Morena, en octubre de 2021, en el ecuador de la pandemia. Su edad y los cuidados le obligaron a hacer campaña frente a una computadora en maratónicas reuniones virtuales. Era práctico, sostenía, porque podía charlar con militantes de Mérida o Sinaloa en cuestión de horas. Alegó que la encuesta levantada por el INE que arrojó un empate técnico de 25 puntos entre él y Mario Delgado “de ideas”, para encabezar a la formación guinda, había sido una farsa. La del desempate dio a Mario la dirigencia.
En los últimos dos años se convirtió en un mordaz crítico del régimen. Y alertaba una vez más, ante la probabilidad de que se frustrara la transición. La leyenda política murió como lo que siempre fue en la vida, rupturista, contestatario, flamígero. Ya será el tiempo el que lo coloque en su justa dimensión. Para muchos, la carrera del actual mandatario no podría entenderse sin la creación de una corriente democrática del PRI de la que Porfirio fue pieza clave y quizá el articulador de la insólita fractura al interior del tricolor.
Julio, el mes de sus momentos políticos cumbre, el mismo que lo vio nacer, fue también, el que lo vio partir.