EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El INE, el páramo y las ruinas

Gibrán Ramírez Reyes

Febrero 11, 2020

La semana pasada se presentó El fin del imperio cognitivo, un libro de Boaventura de Sousa Santos. Ahí y en otros espacios conversamos largamente sobre lo que llamo el páramo intelectual mexicano, a la izquierda y a la derecha, aquello que quedó en la conversación pública después de las lecturas que hicimos sobre la transición a la democracia y el neoliberalismo: una serie de épicas dislocadas de la realidad social, hoy en guerra contra el cambio. Una de esas épicas es la que cuentan los liberales de la conquista de las libertades, particularmente de la libertad de expresión. Otra, la de los idólatras del tránsito democrático sobre la construcción de una nueva institucionalidad que tiene al INE como paradigma. Una tercera es la de la construcción de un entramado de derechos humanos. Una cuarta, la de la transparencia. Se supone que todo eso, pero particularmente la segunda, es lo que nos ha traído a la democracia. Y hay relatos espejo en otras áreas: Julio Frenk y Salomón Chertorivsky, por ejemplo, han hecho el espejo correspondiente a la salud, cuyas reformas explican casi en los mismos términos que las de las leyes electorales.
El problema es que el relato de la transición a la democracia y el nuevo México, moderno aunque desigual (todos aceptan que hay ese pequeño pendiente), sirve para explicar la construcción de entramados institucionales, pero no de un país más libre (hoy se matan más periodistas que en el autoritarismo previo), más democrático (cada vez más cosas relevantes se deciden en espacios privados), mejor en derechos humanos (que se violan masivamente, en particular a partir de la guerra de Calderón), o menos corrupto por ser más transparente. En no pocas cosas, el país ha ido en sentido exactamente contrario, y eso puede acreditarse con cifras, pero no es esa historia la que se suele contar ni explicar. De manera que, en la conversación pública, pero particularmente en la oposición al presidente López Obrador, hay una serie de argumentos planos, infecundos, vacíos, poco rigurosos, llenos de prejuicio, que explican poco sobre el país, y por eso digo que estamos en un páramo.
Boaventura hizo una anotación sobre mi metáfora: no vivimos en un páramo nada más, sino que vivimos entre ruinas intelectuales, acaso las ruinas de lo que él llama el imperio cognitivo. Ciertas construcciones intelectuales, aunque no sirvan para explicar ya mucho de la realidad social, no han sido derruidas del todo y menos se ha colocado algo nuevo en su lugar. Son una realidad institucionalizada, una ruina actuante; la ciencia de la transición a la democracia, los dogmas de la economía neoliberal, las ciencias sociales que ven sobre sí mismas y se encargaron de hacer el diagnóstico que utilizamos en la formulación de políticas siguen existiendo en universidades e instituciones que defienden su visión del mundo y sus respuestas en diseños de política pública. No aceptan el yerro de los diagnósticos, mientras culpan siempre a la implementación de los problemas.
No solamente quedan, sino que actúan, son ruinas violentas, soberbias.
Eso es precisamente lo que ilustra la chacalada de Córdova, que la presume de un modo particularmente cínico en su entrevista con Gabriela Warkentin y Javier Risco. Ahora, cuando se le pregunta sobre la arbitrariedad de modificar los tiempos para elegir secretario ejecutivo, alude a una defensa de la autonomía respecto a iniciativas de diputados, a los vaivenes del discurso público, a la política, a los temores de él y sus amigos. La autonomía, que para ellos vale por sí misma, aunque se trate de ser autónomos del poder legítimo determinado por los ciudadanos (el mismo que instituyó al INE), se esgrime una y otra vez, como un comodín que no necesita de argumentación. Igualmente, cuando se le pregunta por sus altos salarios, Córdova dice que están dispuestos a recortarlos si la Corte lo mandata, porque esa es la manera de respetar el estado de derecho. Ahora a la arbitrariedad desde los entresijos de las leyes, a buscar agujeros en los meandros normativos, a torcer el espíritu de las reglas para mantener un poder de grupo que podría cambiar como consecuencia indirecta del cambio en la correlación de fuerzas, de la voluntad popular, se le dice autonomía. Ahora al salario del privilegio, ¡en contra de la letra de la Constitución!, se le defiende como causa grave, como la bandera misma del estado de derecho. Es ya un sinsentido. Somos chacales porque somos autónomos. Nos pagamos más que el presidente porque amamos el estado de derecho. Son las ruinas, soberbias.