EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El laberinto de las agresiones a periodistas

Silber Meza

Febrero 26, 2022

Por allá en 2004-2005, cuando empecé a conocer el periodismo, las agresiones a reporteros eran mucho menores que ahora. Comencé a ver más violencia conforme los cárteles de la droga se fueron fragmentando, mientras cambiaban las generaciones de criminales. La llamada “guerra contra el narco” que inició el ex presidente Felipe Calderón catapultó la inseguridad del gremio, y hasta el momento no se ha podido detener.
Vivía en Culiacán, Sinaloa, y conforme pasaron los años vi la forma en que el narcotráfico cada vez más se inmiscuía en la política y en los partidos. Elección tras elección el crimen organizado ganaba más espacios: ora una narcobancada, ora un narcorregidor, ora un narcoalcalde, ora un narcogobernador. El PRI era el partido local dominante, y como buen jugador, el narco apostaba por él y se mezclaba con él, pero con el crecimiento del PAN se empezaron a ver enlaces políticos de panistas con el narcotráfico. Ahora se observa al crimen infiltrando al partido Morena a nivel local. La delincuencia organizada no tiene partido, tiene intereses, y sus intereses están más seguros con el grupo político que tiene más oportunidades de ganar.
Esta amalgama que se ha creado entre narcotraficantes, criminales y políticos –también llamados “narcopolíticos”– es el peor de los escenarios de seguridad para todos. De alguna manera uno aprende a tratar con el político, de alguna manera –porque no queda de otra– uno aprende a coexistir con el narcotráfico, pero es muy complicado lidiar con el “narcopolítico” porque se halla en una ambigüedad peligrosa: se disfraza de político pero tiene las prácticas y las ligas con los narcotraficantes. Funciona como enlace de ambos mundos, como mediador de intereses, y tiene mucho que perder si es descubierto.
También es cierto que con la “guerra contra el narco” no sólo se incrementó la violencia contra periodistas y defensores de derechos humanos, en realidad esta espiral ha afectado a todas y a todos: personas que se dedican profesionalmente a la medicina, enfermería, ingenierías, abogacía; personas que son técnicas en comunicaciones, mecánica, electricidad, carpintería, agronomía; gente que crea y maneja empresas de todo tipo, que son comerciantes o viven gracias a sus muy diversos oficios. El periodismo es uno más de los sectores vulnerados.
Nos están matando a nosotros, sí, y a los demás también. Nos están matando a todos.
De acuerdo con Artículo19, organización civil experta en defensa de la libertad de expresión, la mayor parte de las agresiones a periodistas vienen de actores políticos y funcionarios, sobre todo contra reporteras y reporteros que cubren fuentes de política y corrupción. Siempre me he preguntado: ¿cuántos de esos políticos agresores tienen contacto con el narcotráfico, con la trata de personas, con la mafia de los casinos, con el narcomenudeo, con el lavado de dinero? ¿Qué iban a perder que los llevó a asesinar –ordenar el asesinato– a un periodista o a un activista?
La descomposición en materia de seguridad es tan grande que nadie puede decirse seguro en un país como México. Y no, no pretendo abonar a la polarización social que vivimos. No diré que esto empezó con Andrés Manuel López Obrador porque no es verdad, y porque ahí están los datos que lo demuestran. Lo que es cierto es que el presidente no ha podido detener las agresiones a periodistas y defensores de derechos, y en vez de eso usa la tribuna de la conferencia mañanera para descalificar a periodistas que él considera adversarios de su proyecto: Carlos Loret, Joaquín López Dóriga, Carmen Aristegui. El nombre puede cambiar según la coyuntura. Si alguien le incomoda suelta una frase que lo descalifica, si le agrada entonces lo legitima como un buen profesional.
El periodismo, lo sabemos, no se ejerce para quedar bien con el poder, con los poderes, sino para mantener a la sociedad informada, de forma plural y veraz.
El gobierno federal acaba de presentar una estadística en la que nos dice que los asesinatos en México disminuyeron un 14 por ciento, ¡qué bueno!, sin embargo aún es poco ante la magnitud del derramamiento de sangre en México (tan sólo en enero y febrero de este año han perdido la vida a manos de sicarios al menos seis periodistas en distintos puntos del país).
El asesinato de periodistas y de defensores de derechos va a disminuir cuando se compacte la violencia que azota al país, cuando las muertes violentas en la población bajen 40, 50 por ciento. Mientras la gente no esté segura, tampoco lo estarán los periodistas y los activistas. En esto todas y todos estamos en el mismo callejón oscuro.