EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El lenguaje popular I

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 07, 2022

 

Armando Jiménez

Picardía Mexicana, de Armando Jiménez Farías, es sin duda la más completa e inteligente antología del lenguaje popular del mexicano. Albures, calambures, refranes, letreros, calaveras, anécdotas, piropos, adivinanzas, aforismos, caló, jerga del hampa, epitafios, dichos y dicharachos reunidos en un libro único. Expresiones muchas de ellas de talante soez pero siempre cargadas de pícaro ingenio.
En palabras de Octavio Paz, Picardía Mexicana es un libro de imaginación; mejor dicho, una recopilación de las fantasías y delirios verbales de los mexicanos, un florilegio de sus picardías imaginarias… Así, el primer mérito del autor no es su erudición en materia de picardía, cuanto atreverse a decir en voz alta lo que todos repiten en baja.
Quien durante muchos años recopiló los más variados giros del habla popular en el mayor best-seller nacional (143 ediciones y más de 4 millones de ejemplares vendidos), contaba al morir con 92 años. Era, según sus propias definiciones, nonagenario, vejestorio, ancianísimo, matusalén, ruco, rucailo, vetusto, gruñón, tetraedad, chocho, viejo vergel, achaques mil, nono, más pa’llá que pa’cá, provecto, acabado, no paraguas, estropeado, ruinoso, hojarasca y viejo pérpera. Su deceso se produjo en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, muy lejos de su natal Piedras Negras, Coahuila. O como él hubiera dicho:
Felpó, colgó los tenis, se fue de minero, se entiesó, le hará al topo, fue al cielo a tocar el arpa, ya morongas, se difuntió, abona el pasto, dejó de respirar smog, entregó la tarjeta de circulación, se peló de casquete, hace la meme para siempre, fue a echarse unas cruzadas con San Pedro, se lo llevó la chingada, estiró las de galopar, está viendo crecer los rábanos por debajo, se lo llevó la chifosca mosca, lo fildeó la flaca, se murió toditito y dio el changazo.
Picardía mexicana ayuda a definir la sicología, la lingüística y la sociología del mexicano, anota la periodista sonorense Aurelia Fierros. Se trata, dice, de un libro prologado por cinco premios Nobel de Literatura: Miguel Ángel Asturias, Camilo José Cela, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Pablo Neruda. Y añade: “su autor derriba en la primera mitad del siglo XX los tabúes y las prohibiciones establecidas por la Iglesia y las gazmoñas Ligas de la Decencia. Airea sin tapujos ni subterfugios al lenguaje críptico de los bajos fondos capitalinos”.

El Gallito inglés

Fue él –consigna la periodista– quien difundió por primera vez en los años sesentas la representación gráfica de un pene con pico y patas de gallo, localizada en un sanitario cantinero de la colonia Tacubaya de la Ciudad de México. Dibujo que hará célebre con el nombre de El gallito inglés y que incluso adoptará como rúbrica.

Este es el gallito inglés,
míralo con disimulo,
quítale el pico y los pies
y…
(optativo)

Acapulques

Desde que llegó a la Ciudad de México para estudiar arquitectura en el Instituto Politécnico Nacional, Jiménez fue un consumado “pata de perro”. Armado con un cuaderno de apuntes y más tarde con una cámara fotográfica, caminó de día y de noche la traza urbana de la gran capital. Preguntando, anotando, fotografiando. En los camiones, los tranvías, las cantinas, los salones de baile, las carpas, los teatros de revista, las pulquerías, etcétera. Toda la ciudad le ofrecerá algo interesante para su propósito final. He aquí algunos nombres de pulquerías recopilados en su Nueva Picardía Mexicana (Diana):
La Derrota de Baco, La hija de la Traviata, Aquí me quedo, Las Mulas de don Cristóbal (aludía a la orden de Los Caballeros de Colón por lo que el propietario fue demandado penalmente), El Recreo de los de Enfrente (la Cámara de Diputados), Las Tristezas de Tutankamen, La Conquista de Roma por los aztecas, Los triunfos de Mimí Derba (escultural diva del teatro de revista de los años 20, más tarde odiosa abuelita de Chachita en Ustedes los ricos) y, finalmente, una a la que debió cobrársele derechos: Acapulques.
Letrero en el sanitario de una de ellas: Lo importante no es miar mucho sino hacer espuma.

Salones de baile

Cuando inicia sus incursiones por los salones de baile de la Ciudad de México, el joven Armando ya contaba con 18 años por lo que no tendrá ningún problema con los policías, polizontes, serenos, gendarmes, azules, vecinos, cuicos, cherifes, genízaros. En algunos de aquellos como el Salón México, Smyrna, California y Colonia (conocidos respectivamente como El Marro, El Esmeril, El Califa y El Piojo) el investigador conoció a muchas damas siempre dispuestas a zorrajarse con él un cadencioso danzón, a la mitad de precio por tratarse de un señoritingo, entre ellas La Chilindrina, La Rondana, La Garzopeta, La Cuadrilona, La Nalgabruta, La Mantarraya, La Pechugona, La Jaleas, La Petocha y La Memirabas.

Atole, pozole y vinagre

Los paseos del arquitecto Jiménez por la ciudad se intensificaban los domingos, aprovechando que casi todos sus habitantes se dejaban ver y escuchar ese día. Al pasar alguna vez por una plazuela de barriada se topa con un tumulto agitando banderas a los acordes de la música de viento. Un mitin político. Se queda únicamente para esperar la llegada del candidato y registrar un catálogo de mentiras, zalamerías y abyecciones. Sin embargo, cuando aquél aparece su sorpresa será mayúscula al escuchar una porra monumental:

¡Atole, pozole y vinagre!
¡Atole, pozole y vinagre!
¡López Díaz, López Díaz!
¡que chingue a su madre!

“¡Vaya –se dice el investigador–, esta gente sí es sincera!”. Luego continúa su marcha pues ahí no hay nada más que ver. Sabe que la política y los políticos son cosas que temor dieran.

Arquitecto

Nuestro personaje ejerció la arquitectura durante veinte años, especializado en instalaciones deportivas con 17 de ellas en diversos países. Abandona su profesión en 1960 para dedicar todo su tiempo a la edición de su Picardía Mexicana y a dictar conferencias sobre el tema. También escribió Nueva Picardía Mexicana (1971) Vocabularios prohibido de la Picardía Mexicana (1974) Grafitos de la Picardía Mexicana (1975), Tumbaburros de la picardía mexicana (1979) y Dichos y refranes de la Picardía Mexicana (1981).

Profesiones y oficios

Callejeando y callejoneando por la gran metrópoli, Armando Jiménez conocerá los nombres aplicados por el pueblo a las personas según su profesión y oficio.

TAXISTA: Chifirete, cháfiro, ruletero o ruletas (por estar siempre dando vueltas).
TRABAJADORA DOMÉSTICA: Criada, miau, fámula, gatígrafa, felina y lasi (la sirvienta).
CILINDRERO: Paderewski de manija, filarmónico de la manivela.
SASTRE: Chaquetero.
BAILARINAS: Bataclanas, exóticas, ombliguistas.
CARPINTERO: Guajolote, cócono.
LECHERO: Curita (por aquello de bautizar la leche).
ABOGADO: Huizachero, chicanero, enredador, leguleyo.
MÉDICO: Lavativero, matasanos.
INGENIERO: Ingeniebro, malmedido, aplanacalles.

Hay más:

PELUQUERO: Rapabarbas , sacapunta.
MOZO DE PELUQUERÍA: Chícharo, morrongo.
CARTEROS: gastasuelas, tarzanes (porque les rugen las panteras).
MOZO DE CARNICERÍA: Canchanchán.
ESCRIBIENTE: Evangelista.
ALBAÑIL: Mateo, calidra, matacuaz.
APRENDIZ DE ALBAÑIL: Media cuchara.
AYUDANTES DE ALBAÑIL: Chalán y cabrito.
AGENTE DE TRÁNSITO: Gua gua, mordelón.
MOTOCICLISTA DE TRÁNSITO: bacinico (por el casco).
REPORTERO: Tundemáquinas, plumífero, chismosero.

Tratado de lenguaje popular

Humberto Musacchio, autor del Diccionario Enciclopédico de México y colaborador de El Sur (La República de las Letras) recuerda por su parte que la obra de don Armando recibió elogios de Alfonso Reyes, Salvador Novo, Octavio Paz, Alí Chumacero, Jorge Portilla, Santiago Ramírez, Antonio Alatorre, Carlos Monsiváis y Camilo José Cela, entre otros escritores célebres.
Todos ellos –anota– reconocieron que Picardía Mexicana es un amplio y preciso tratado del lenguaje popular y sus diversos empleos. Una extraordinaria recopilación de letreros recogidos de excusados públicos, defensas de camiones y otros lugares; versos satíricos, albures –esas muestras saladísimas de nuestro folclor, dice Antonio Alatorre–, giros propios del hampa, adivinanzas, aforismos y otras muchas expresiones ingeniosas.

Rosas de la infancia

Con el subtítulo de un libro infantil de antaño –Rosas de la infancia–, Jiménez recrea en Nueva Picardía Mexicana los inocentes juegos y diversiones de quienes hoy son abuelos, bisabuelos e incluso tatarabuelos. Algunas:

Párvulos:

Mira pa’rriba,
¡come saliva!
Mira pa’bajo,
¡come gargajo!

El sacristán

Al muchacho descuidado con la bragueta desabotonada (todavía lejanos los cierres), se le apercibía:
La sacristía abierta y
el sacristán en la puerta

El diablo

En una reunión de mayorcitos, cuando alguno de ellos se agachaba surgía la advertencia:
–¡Así perdió el diablo!.

Completar

Juana la lo…
tiene su bo…
llena de ca….
para tu bo…

Botellita

La clásica respuesta a un insulto:

Botellita de jerez
todo lo que digas
será al revés.
(También había botellita de vinagre).

Melón y Melambes

No menos clásicos, estos versos deben andar todavía por ahí en boca de chamacos léperos:

Entre Melón y Melambes
mataron un pajarito,
Melón se comió las plumas
y Malambes el pajarito

Los Güeros

Agresión verbal contra niños rubios:

Güero güerumbo
de un pedo te tumbo,
de dos te levanto,
de tres te ataranto
y de cuatro te mando
al frío camposanto

Cine, triple estreno

Bésame mucho
El Rifle y
Los de abajo.

Cine gringo

Qué tiempos aquellos –recuerda el escritor acapulqueño José Agustín–cuando los refrigeradores se enfriaban con bloques de hielo; los excusados tenían el tanque en la parte superior del tubo alimentador y se accionaban con cadenas y las camas eran de rigurosa cabecera de latón. Fue entonces cuando surgió esta glosa en doble sentido sobre algunas compañías cinematográficas jolibudenses:

No me la Movietone porque si se me Paramount la Twentieth Century Fox, te la Metro Goldwyn Mayer por la Columbia Pictures.