EL-SUR

Jueves 14 de Noviembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El miedo en la piel

Silvestre Pacheco León

Julio 03, 2016

Un tanto para evitar, si no la vigilancia de que éramos objeto, la presión de quien se siente vigilado, Suria Elba y yo decidimos tomar un respiro que a nuestro parecer también podía servir para desconcertar al enemigo, metiéndonos al museo de la bandera que est en la contra esquina de la plaza municipal de Iguala.
Descendimos rápido de nuestro vehículo estacionado a unos cuantos pasos de la entrada, y los tres cruzamos la sombreada explanada para entrar al también llamado Santuario a la Patria, en cuyo salón luce la bandera nacional acompañada de un ejemplar de la bandera trigarante con sus franjas diagonales de color blanco, verde y rojo, cada una con su estrella dorada al centro.
–Es muy llamativa en sus colores, aunque son los mismos de la actual, observó Suria.
–Lo que cambia es el orden en que están dispuestos, y el corte.
–Pero las estrellas le van bien, respondió Elba.
–Bueno, la bandera actual tiene el escudo en el centro, dije también como observador.
–¿Saben que el ejército que comandaba Iturbide también se llamaba trigarante?, siguió Suria.
–Platícanos la historia, dijo Elba provocadora.
–Para consumar la independencia se sabe que Guerrero e Iturbide convinieron unirse en torno a tres principios que fueron el origen del nombre que recibió el ejército comandado por Agustín de Iturbide: Independencia de España, religión católica oficial y la unión de los distintos grupos que peleaban por el primero.
–Exacto, ése fue el contenido fundamental del Plan de Iguala, dije.
Después, sentados los tres en las bancas que hay dispuestas en el salón de las banderas permanecimos callados escuchando el silencio de la ruidosa ciudad atrapado entre los muros de piedra del edificio que antes funcionó como cárcel municipal.
Era el medio día de aquel mes de diciembre, y en vez de decidir si nos quedábamos a comer en Iguala, pasó a ser nuestra preocupación la manera de cómo salir de la ciudad evadiendo la vigilancia que la maña tenía sobre nosotros.
Como si los tres hubiéramos estado pensado en voz alta de pronto Suria tomó la iniciativa.
–Iré a ver a los federales de la esquina para pedirles que nos den resguardo hasta la salida, dijo decidida.
Elba asintió con la cabeza secundando la idea mientras yo me levantaba tras ella acompañándola hasta la puerta.
Después volví a reunirme con Elba quien esperaba curioseando en una de las vitrinas las fichas técnicas de la bandera.
–Ha sido un día intenso ¿No te parece?, le dije para que notara mi presencia.
–A veces pienso en que son tantos los riesgos que corremos en el trabajo de investigar y exponer lo que sucede que me pregunto si valdrá la pena lo que hacemos, me dijo mientras me abrazaba con un gesto como de ternura.
–Esa pregunta siempre está presente, y la prueba para saber si vale la pena nuestro trabajo depende de lo que suceda después de lo que se ha descubierto aquí, ¿no crees?
–Pues sí, los cambios tendrán que ser tan profundos como la sociedad sea capaz de exigir, me dijo mientras me acariciaba una oreja.
–Es increíble lo que nos contaron sobre la huida del matrimonio Abarca Pineda, ¿no?
–En eso pensaba. Mira que refugiarse tan cerca de Iguala bajo el resguardo de la maña en las narices de las autoridades.
La historia que nos contaron dice que la llamada “pareja imperial” se escondieron varios días en un pueblo vecino de la minera Media Luna, dominado por la maña; que la mujer viajaba constantemente en avioneta a Iguala para retirar dinero del banco, y aunque se cubría el rostro con un velo, su presencia no pasó inadvertida para los vecinos. Después, ya se sabe, que estuvieron escondidos en Puebla, que después viajaron al estado de Veracruz y finalmente a la ciudad de México donde fueron capturados.
Elba y yo hacíamos recuento del sin número de historias recogidas sobre los sucesos de Iguala en espera de Suria quien regresó contenta de su empresa con la noticia de que había logrado su propósito, luego nos contó que en la esquina, uno de los llamados halcones había relevado a nuestro perseguidor de la moto y que se dedicaba a tomar nota de quienes salían del museo.
–Eso me lo dijo la pareja de gendarmes con quienes platiqué, y el tipo se dio cuenta de que pedíamos ayuda porque inmediatamente se desapareció.
La Gendarmería Nacional era el nuevo cuerpo federal que había llegado a la ciudad a principios de octubre de ése año con el objetivo de reforzar la seguridad y buscar a los involucrados en el ataque y desaparición de los normalistas.
Suria nos explicó que convino con los gendarmes que nos acompañarían hasta la salida de la ciudad, y que uno de ellos viajaría con nosotros mientras su pareja nos seguiría en la patrulla.
La noticia de Suria nos alegró, y como no teníamos ya que regresar al hotel, en seguida organizamos la marcha.
Camino al auto nos alcanzó el gendarme quien con toda gentileza nos saludó, subió al automóvil y emprendimos la salida.
El policía era un hombre joven de uniforme camuflajeado, casco militar, arma corta el hombro y pistola escuadra al cinto, se veía imponente.
El apoyo recibido nos dio seguridad y pronto tomamos confianza con el agente federal a quien le comentamos la opinión negativa que escuchamos sobre la presencia de su corporación en la ciudad.
–La gente tiene la percepción de que no ayuda mucho la presencia de la gendarmería en el tema de la seguridad, hay todavía mucho temor de los vecinos que no ven ningún cambio positivo.
El agente nos explicó que en realidad existía un plan seriamente trazado para lograr la tranquilidad y seguridad que la población demandaba.
–Además de los gendarmes que ustedes vieron en las calles, se realiza una labor de inteligencia con un equipo de civiles que buscan y detienen a los cabecillas de las bandas a quienes se puede acusar fundadamente para remitirlos a la cárcel.
Nos dio una amplia explicación de los operativos que habían realizado, y de las decenas de detenidos que nos asegura darán pistas exactas sobre el paradero de los jóvenes estudiantes desaparecidos.
En la plática rumbo a la salida de Iguala le comento al agente federal que una familia de las entrevistadas nos dijo, alarmada, que habían presenciado una escena que no sabían si se trataba de un secuestro o levantón donde participaba un grupo de civiles contra un joven lugareño. Que todo eso pasó muy cerca del mercado, a la luz del día, y que los vecinos se quejaban diciendo que la maña seguía actuando con toda impunidad a pesar de la presencia policiaca.
–Esa fue la última detención que realizamos y se trata de un asesino peligroso que pertenece a la banda de Los Tilos, dijo el gendarme.
–Pues ojalá que el trabajo de inteligencia que realizan tome en cuenta el comentario para abonar a la tranquilidad de la ciudad, le dijo Suria.
Cuando estuvimos seguros de que la maña había dejado de seguirnos, nos detuvimos a la orilla de la carretera para agradecer la compañía y el apoyo de los gendarmes quienes se regresaron al momento, deseándonos buen viaje.
–Somos un buen equipo, dijo Elba relajada.
–Lástima que nos tengamos que separar, ¿no creen? Respondió Suria.
–Sólo porque así lo quieran, yo encantado me seguiría con ustedes, les contesté en tono provocador mientras nos alejábamos de Iguala rumbo al puerto de Acapulco.

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