EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El mundo en estos días. México y  el Papa Francisco

Rogelio Ortega Martínez

Febrero 15, 2016

A Monseñor Carlos Garfias Merlos, con especial respeto, devoción, esperanza y fe.

Estarán de acuerdo mis cuatro lectores en que el mundo de hoy es cada vez más complejo. Distinto, muy diferente al de nuestra infancia, adolescencia y madurez. El mundo que cambió con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS. El mundo que conocí en mi infancia fue el de la polaridad entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de Norteamérica, el de la confrontación política e ideológica entre quienes priorizaban la democracia liberal representativa con acento en la libertad y, quienes ponderaban la democracia popular y la esencia de la igualdad; el mundo de la trágica guerra de Vietnam; el mundo de las revoluciones comunistas; el mundo del rock, el amor libre y la paz del movimiento hippie; el mundo de los grandes movimientos sociales y en especial de los movimientos estudiantiles como la Primavera de Praga, el Mayo francés y el verano y otoño del 68 en México.
Pero el mundo y México cambió con la Cuarta Onda de las transiciones a la democracia; ya es ahora el mundo del primer presidente afro descendiente en Estados Unidos; el del restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales de este país y Cuba; el mundo de la Unión Europea; el mundo del resurgimiento del fundamentalismo islamista; el México del fin del régimen del presidencialismo autoritario y de partido hegemónico; el México de la narcoviolencia, de la corrupción extrema y de la narcopolítica. El mundo y el México de hoy, con la fe y la esperanza en el nuevo apostolado del papa Francisco.
Argentina nos sorprende de cuando en cuando. Como sabemos, hay una serie de tópicos sobre los argentinos –alguno de ellos quizás merecidos, por la arrogancia petulante de los porteños, suele decirse para evitar la generalización– lo que hace que no se les quiera mucho en los lugares que pisan, fuera de su tierra.  Pero, paradójicamente, surge de cuando en cuando alguien de ese país que nos cautiva y con especial admiración nos hace olvidar los prejuicios sobre ellos. Así, Ernesto Guevara, El Che, es un referente mítico indiscutible de la juventud rebelde de América Latina y del mundo, por su quijotesca vida, tan cargado de virtudes, valores, principios y especial congruencia entre el decir y el hacer, tantos acumulados y de magna trascendencia que a un amigo mío algo xenófobo, le hace afirmar con rotundidad que El Che no pudo haber nacido en Argentina.
En estos días se conmemora el fallecimiento de otro argentino de los grandes, Julio Cortázar, cuya literatura nos sumergió en un mundo de fascinantes juegos literarios, dotado de una honda dimensión ética con la que el propio Cortázar, a veces ingenuo, fue siempre congruente. Gabriel García Márquez escribió una maravillosa columna en su homenaje, titulada “El argentino que se hizo querer de todos” como si, en la misma línea de lo escrito en el párrafo anterior, un argentino no pudiera ser querido por todos.
Y hay otros argentinos grandes y trascendentes, queridos y venerados en el mundo, incluida una argentina. Carlos Gardel por su voz, temperamento e inspiración; Evita Perón, por su compromiso con los descamisados, con su venerado pueblo argentino; Maradona y Messi en el futbol; sus músicos, literatos, filósofos y cientistas sociales como Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Alberto Cortez, Borges, Sabato, Sarmiento, José Ingenieros y Chantal Mufe, entre otros y otras. Y, para orgullo de América Latina, hoy tenemos a otro gigante nacido en Argentina, al papa Francisco (y aquí mi deuda con Julio Cortázar y su libro Un tal Lucas).
Me imagino al padre, el obispo, el arzobispo y al cardenal Jorge Mario Bergoglio, en el Metro de Buenos Aires, la sonrisa amplia, el gesto afectuoso y sintiéndose cálidamente rodeado de conciudadanos que, fieles o no, respetan su humilde dignidad. Sí, va en el Metro a la sede del obispado: allí puede escuchar mejor las voces de las gentes sencillas y de a pie que tras los oscuros cristales de los automóviles blindados y rodeado de custodios, muchas veces innecesarios.
Lo imaginamos también con el gesto grave y a la vez dolido, al escuchar de sus hermanos en el sacerdocio el relato terrible de las barbaridades cometidas por militares en los años oscuros de la última dictadura en su país.  Quién sabe si esos relatos lo llevaron a colaborar con una red que permitía salir del país a perseguidos por su activismo opositor al régimen. Algunos le han criticado que su voz no fuera todo lo intensa que pudo ser para denunciar a la dictadura. Quizás pensó, en línea de congruencia con una de las mejores tradiciones de la diplomacia católica, que la discreción es la mejor vía para la ayuda a los perseguidos políticos y dar solidaridad, desde la Iglesia, a las causas justas.
También lo vemos perplejo ante la decisión del Cónclave cardenalicio, el 13 de marzo de 2013, de encargarle la enorme responsabilidad de gobernar a la Iglesia católica en tiempos tormentosos, como lo muestra la renuncia de su predecesor Benedicto XVI.  Francisco no se arredró ante la magnitud de la tarea por delante. Y los símbolos de su determinación y de su perspicacia fueron surgiendo desde el principio. Así, decidió no residir en los lujosos aposentos papales del Vaticano, un lugar lleno de fantasmas y oscuras historias, un espacio capaz de torcer, como si tuviera vida propia, la mejor de las voluntades.  Mejor vivir en la residencia de invitados, lugar austero que le permite el contacto cotidiano con religiosos y seglares de todos los orígenes y matices dentro de la comunidad católica.
Si mis cuatro lectores me permiten la osadía, observo en Francisco y en el ex presidente del Uruguay, José Pepe Mujica ciertos paralelismos, más allá de que hayan nacido en las orillas opuestas del río de la Plata. Tienen en común la campechanía y el sentido del humor, pero también haber hecho de la austeridad un distintivo de sus comportamientos en un mundo, el de las elites políticas, culturales, económicas y también religiosas, en el que la ostentación y la exuberancia de los símbolos del poder han sido la norma, así como la arrogancia, la soberbia, el lujo y el dispendio. Uno lo ve, con su sotana blanca, con el mismo crucifijo que llevaba cuando era obispo en Argentina, con sus bastones modestos –tiene uno de madera hecho por reos de la prisión de San Remo– la misma actitud que la del ahora ex presidente Mujica, con su bicicleta, su viejo vocho y sus sandalias.
También comparten algunas prioridades: la justicia social, por ejemplo. Aunque su sensibilidad procede de fuentes intelectuales y vitales distintas, ambos han dado buena muestra de su quehacer en la mejora de las condiciones de vida de las gentes. De Pepe Mujica lo hemos visto en sus años de presidente. De Francisco lo vimos desde el primer día, nada más haber elegido su nombre para el pontificado. Francisco, el Pobre de Asís (1181-1226) considerado el santo cuya vida fuera la más similar a la de Cristo, que renunció a los bienes mundanos y cuyo carisma lo convirtió en un ser querido desde otras convicciones religiosas. Y ahí tenemos al Francisco actual, en los hangares del aeropuerto de La Habana conversando con el hermano Cirilo, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, viendo cómo cerrar una herida que lleva abierta desde el siglo XIII y acercar las por otro lado tan parecidas confesiones católica y ortodoxa.
Acercamiento con otras creencias, sensibilidad social y humildad son tres rasgos que dan perfil al pontificado de Francisco. Pero también es un jesuita – el primero de dicha orden en acceder a la silla de Pedro.  Y ser jesuita marca carácter. “Quien no está apto para servir en la vida, no está apto para ser jesuita”, así nos decía David Fernández Dávalos, cuando militábamos en la ACNR, actualmente sacerdote jesuita y rector de la Universidad Iberoamericana. Seguramente ninguna de las diferentes órdenes religiosas posee la identidad de la Compañía de Jesús. Vista con recelo por los poderes terrenales tiene en su biografía, por ejemplo, dos expulsiones emitidas por autoridades españolas de muy distinto signo.
En la época contemporánea, bajo la dirección o la comprensión de su máxima autoridad, Pedro Arrupe, la orden mantuvo una posición muy crítica con los poderes autoritarios en América Latina y desempeñó un papel clave en los procesos revolucionarios centroamericanos de los años 80 del siglo pasado. Y no sin altos costos: el rector y varios colaboradores de la jesuita Universidad Centroamericana de El Salvador (UCA) fueron asesinados por un comando del ejército cuando la guerra civil estaba concluyendo.
Aprovecho la remembranza del asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros de la UCA para destacar otro rasgo de la Compañía de Jesús y es su compromiso con la educación de calidad, con valores éticos de solidaridad y servicio. Soy y seguiré siendo un defensor militante de la buena enseñanza pública, pero si tuviera que confiar en una institución privada para la educación, esa sería, sin duda, la que está vinculada a la Compañía de Jesús.
Y ahí, en el ámbito de la educación y del conocimiento, Francisco es también un jesuita modelo. Su intensa espiritualidad se complementa con una creativa inquietud intelectual que le ha llevado a estudiar, además del oficio de técnico químico antes de su llamado al sacerdocio y además, claro, de filosofía, teología, historia y griego entre otros saberes.
Sea su sensibilidad, sea su formación, Francisco ha entendido muy bien el papel de la Iglesia católica en el siglo XXI, en la era de la llamada globalización e imperio neoliberal. Sabemos, por la indiscreción de un miembro del Cónclave que, puestos los cardenales a exponer sus propuestas, el futuro Francisco argumentó que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”. Si la Iglesia sólo sigue siendo autorreferencial, centrada en sí misma, eso la mantendrá enferma (…) El futuro pontífice debería ser “un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo… ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales”.
Francisco es el Papa que se dirige y atiende esas “periferias existenciales” donde se combata el dolor, la injusticia, y toda miseria y se intente comprender al pecador y al que prescinde de la fe. Y, en ese viaje a las periferias, ha dado renovadas esperanzas a los creyentes y generado respeto entre ateos y agnósticos.
Sin embargo, la visita de Francisco a México ha generado un debate entre nosotros que se sustenta sobre dos asuntos polémicos. La laicidad del Estado y los costos de la visita. Respecto de este último aspecto la discusión es bastante vana. ¿Cuánto vale el sosiego espiritual que emana de la presencia y las palabras de Francisco? ¿Cuánto las reflexiones críticas que, desde su enorme autoridad moral, ha vertido sobre las carencias de nuestro México, sobre sus injusticias e inequidades? Pero es que, si bajamos a terrenos más mundanos, ¿cuántos son los beneficios que nuestro país esté durante varios días como noticia de primera página gracias, esta vez sí, a hechos gratos y no trágicos? Debemos de considerar la visita de Francisco, en términos espirituales y materiales, como una gran fortuna para México.
Y la laicidad del Estado en nada queda cuestionada por su presencia entre nosotros. No viene a reclamar la catolicidad del Estado mexicano, ni la recuperación de los privilegios anteriores a las guerras de Reforma. Viene a ser solidario con un México que se hunde en la violencia extrema y la corrupción desmedida. Viene a ser solidario con el México de la tragedia de Iguala y el drama de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Viene a señalar, como Jesucristo frente a los mercaderes del Templo, los excesos del poder y los extremos entre opulencia e indigencia, como lo dijo hace ya casi 203 años en Chilpancingo, otro gran clérigo que interpretó los Sentimientos de la Nación y se convirtió en su siervo, el gran José María Morelos y Pavón. Francisco es la voz de todas y todos los que exigimos justicia, igualdad y equidad. Francisco es el misionero y predicador de la armonía y la paz. Francisco es el guía espiritual del perdón y la misericordia. Palabras plenas de bondad, humildad y compromiso social cuando afirma que “la opción por los pobres, por los últimos, por los que la sociedad excluye, nos acerca al corazón de Dios, que se hizo pobre para enriquecernos en su pobreza; y por tanto, nos acerca más los unos a los otros.” (Visita al templo Valdense. Turín, 22 de junio de 2015). Y su compromiso como misionero y mensajero de la armonía y la paz en todos los rincones del mundo se expresa en este extraordinario mensaje: “Hacer la paz es un trabajo artesanal: requiere pasión, paciencia, experiencia, tesón. Bienaventurados los que siembran paz con sus acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia (…) Hacer la paz es un trabajo que se realiza cada día, paso a paso, sin cansarse Jamás.” (Homilía en el estadio Kosevo, Sarajevo, el 6 de junio de 2015). Sé que el sufrimiento y el dolor que embarga a los familiares de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, se alberga en el corazón de Francisco y estará en sus oraciones y en su vocación de solidaridad y justicia. Y sé también que, con base en sus convicciones de la cultura cristiana de la bienaventuranza, será solidario y pedirá por quienes padecen de injusticia en las prisiones como Nestora Salgado y los luchadores sociales prisioneros en Guerrero y en México.
Pero volviendo al tema de la laicidad del Estado mexicano, creo estar seguro de que si Benito Juárez viviera y gobernara nuestra patria en estos días, tendría muchísimo interés en platicar con Francisco de los problemas más trascendentes que acontecen y aquejan al mundo y al México de hoy, además de todas las cosas mundanas y espirituales. Es mi deseo, que el presidente Enrique Peña Nieto platique con devoción y vocación de gran estadista con este argentino misionero de la justicia para logar la armonía, la paz y el perdón. Este Francisco que ha venido a México para mover las aguas turbulentas en la buena dirección.
Francisco es, al fin y al cabo, el argentino al que todos queremos. El Papa que necesitaba la cristiandad y la Iglesia católica en el mundo de hoy. Francisco, para el México de hoy.