EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El mundo Juan Villoro

Adán Ramírez Serret

Octubre 08, 2021

Hay autores que marcan generaciones, que se vuelven imprescindibles para pensar el mundo y la literatura para un grupo de personas, al grado que son gurús, pues su escritura, su figura, es tan potente que las personas del medio en el cual se mueven –cine, música o literatura– desean actuar y ser como aquellos que marcan la pauta. En México hemos tenido varios muy brillantes. Alfonso Reyes, Octavio Paz o Carlos Fuentes, son personajes inevitables al pensar la literatura mexicana.
Ahora pienso también en Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), quien es un referente intelectual y literario del mundo mexicano y de buena parte de Hispanoamérica. Lo es sin duda por sus crónicas, por su erudición en futbol y rock, por sus certeros y lúcidos comentarios políticos, y también por sus novelas.
Recuerdo hace casi veinte años la emoción con la que leí El testigo. Una novela extensa en donde Villoro daba un paso importante en su narrativa, no sólo porque le hubiera valido el Premio Herralde, sino también porque consolidaba su escritura de juventud y se asentaba como un narrador maduro con un estilo inconfundible.
Recuerdo la sensación clara de descubrir el mundo que estaba frente a mí, México con sus lujos y desigualdades, el medio intelectual y los millonarios, observados desde la mente de Villoro, en la cual todo es comprendido de una manera racional, y cuando ya no queda otra, aceptar que México puede ser incomprensible lo cual puede ser una manera de entenderlo.
Con el paso de los años, Villoro ha seguido escribiendo mucho y desde entonces ha publicado, tan sólo para hablar de novelas, Ámsterdam y Arrecife. Recuerdo entrar en ellas con la sensación de estar en un continuum, un mundo familiar que descubrí desde El testigo y al cual siempre me gusta volver.
Un mundo en donde aparece México, pero no aquel incomprensible que nos puede dejar perplejos, destruidos o tristes, sino uno en donde aún se puede vivir, pues la inteligencia de los personajes es tal, que se puede asimilar una identidad a partir de actitudes ante la vida, como la de los mexicanos, quienes siempre somos “materia dispuesta” para todo aquello que signifique diversión, o como aquel personaje de uno de sus cuentos, que al preguntarle si es mexicano, responde que sí, pero que no lo vuelve a hacer.
Así, en su más reciente novela, La tierra de la gran promesa, Villoro arranca con una de sus grandes frases: “El cine mexicano es rencor con palomitas”. Se trata de un grupo de jóvenes estudiantes de cine en el CUEC en el día que se incendió la Cineteca en la Ciudad de México. Los futuros cineastas toman clase en la universidad y se enteran del incendio ante lo cual consideran que la única opción es salir corriendo e ir a ayudar.
Villoro, como un gran lector de las ironías de la realidad –y más de las mexicanas– descubre que la película que se proyectaba el día del incendio era La tierra de la gran promesa del director polaco Andrzej Wajda. No sólo es irónico por la propia catástrofe, sino también porque fue durante la década de los ochenta en donde el presidente López Portillo prometía a México como un paraíso de bonanza en un futuro cercano.
La tierra de la gran promesa va de esos años ochenta a un pasado cercano mexicano, en el cual aquellos jóvenes cineastas ahora son algunos exitosos en Hollywood y otro, en México haciendo documentales que dan fe de la violencia que se vive en nuestro país.
Salen los tejemanejes, los celos y las relaciones amorosas de esta estirpe de cineastas que ha sido particularmente fructífero en los últimos años en México. Esta reciente novela de Villoro nos recuerda la razón de que haya marcado a una generación, pues leerlo es entrar en su mente, aprender a ver al mundo, interpretarlo de una manera profunda, sin jamás perder el sentido del humor. De saber que somos rencorosos, pero lo disfrutamos.

Juan Villoro, La tierra de la gran promesa, Ciudad de México, Random House, 2021. 445 páginas.