Silvestre Pacheco León
Diciembre 17, 2005
Sin saberlo, tanto Mariano Reséndiz como Alberto Valencia, ambos ejidatarios de Las Ollas, están a la cabeza de los cambios que el neoliberalismo ha impuesto al campo guerrerense.
Los dos son campesinos ganaderos temporaleros en el municipio de José Azueta –“perdederos”, les dicen los que saben de lo antieconómico que resulta en estas tierras dedicarse a la ganadería.
Emprendedores como son, con su certificados del Procede en la mano, llegaron a las oficinas del banco para gestionar un crédito.
El gerente les habló de los planes de crédito que maneja la institución y también de las condiciones y garantías para los préstamos. Los campesinos no tienen bienes que puedan hipotecar. Sus viviendas están en terrenos ejidales y por eso carecen de escrituras, “pero tenemos tierras” –dijeron al unísono exhibiendo los croquis de las parcelas. “Eso sí sirve”, les respondió el empleado –pero hace falta la titulación de las mismas para que puedan tener escrituras y luego empeñarlas para que reciban el crédito, cuya tasa de interés se considera moderada.
Los campesinos salieron del banco entusiasmados por la novedad de que sus parcelas pueden ser hipotecadas. No saben ni la razón ni las consecuencias de eso, pero actúan con el interés y el deseo de apalancar sus actividades productivas para acceder a una vida mejor.
Mariano y Alberto pidieron mi consejo, me platicaron el resultado de su visita al banco y quisieron saber mi opinión sobre la titulación de sus parcelas, cuestión que supone el acceso del suelo ejidal al mercado.
En mi memoria estaba fresca la noticia publicada en El Sur sobre la decisión de algunas asambleas ejidales y comunales que han rechazado el Procede en su territorio porque lo consideran un atentado a su soberanía, y también algunos conflictos que han aflorado a raíz de la medición de la superficie ejidal por el INEGI, como son los casos del ejido El Naranjo en Coahuayutla, Mineral de Guadalupe en el municipio de Zihuatanejo, y el de La Botella en Petatlán.
Con los dos campesinos hicimos un rápido recorrido por la historia del campo en la región de la Costa Grande. Hablamos del crédito bancario y de la política oficial de subsidios que va de más a menos cada día.
Repasamos la lucha agraria y el posterior reparto de las grandes haciendas ganaderas, madereras y agrícolas entre la peonada, que así tuvo acceso a la tierra, siguiendo el mismo patrón de cultivos de las haciendas y abasteciendo de materia prima a las empresas expropiadas.
Muchos campesinos se hicieron ganaderos cuando el ajonjolí y la copra dejaron de ser competitivos en el mercado mundial. Lo hicieron porque sembrar pasto aprovechando el desmonte para la siembra del maíz era la manera de obtener dos productos en el mismo temporal. Antes la rentabilidad estuvo marcada por el cultivo de maíz asociado al ajonjolí.
La gente del campo aprendió la ganadería de los hacendados y luego pudo crear sus propios hatos de la mediería o tercería, opción ofrecida por los propios expropiados que necesitaban tierra y mano de obra para su ganado. En la historia de la ganadería bovina se recuerda cuando en los ejidos todo el territorio era comunal. El ganado pastaba libre, así se desarrollaron las haciendas.
El alambre de púas fue un invento que se conoció en el campo junto con el pasto artificial o inducido (exótico le llamarían los biólogos). Entonces nacieron los potreros, tan grandes como la capacidad económica para cercar lo permitiera.
Los ejidatarios se aparcelaron y la bonanza en el campo se midió por la cantidad de hectáreas desmontadas y empastadas.
La ganadería se convirtió en la actividad más importante en la región, la que ocupa la mayor superficie productiva. Antes lo fue la agricultura de temporal, mientras el proteccionismo en la economía estuvo vigente.
Las empresas madereras desaparecieron cuando el cedro y el roble escasearon. El cultivo de la caña, la panocha y el aguardiente sólo quedan en el recuerdo, pues sucumbieron a la introducción de azúcar refinada, aunque en el campo la explicación refiere que “antes la gente era más trabajadora”.
En la franja costera es el sector de los servicios el que subsumió las actividades del campo en los ejidos.
El crédito y los subsidios para los campesinos tuvieron siempre una connotación más política que económica. El gobierno nunca enseñó ni apoyó la producción rural. Corrompió y mediatizó a los campesinos. Las políticas de producción estuvieron dictadas atendiendo más las necesidades del mercado de Estados Unidos que la vocación y el conocimiento de los productores.
Desde el cultivo del cocotero, pasando por el ajonjolí y luego el café, el tamarindo, el mango, la papaya, se incentivaron desde el banco rural siguiendo claramente los intereses extranacionales. Con la noticia de que la línea de crédito privilegiaba a tal o cual cultivo se saturaron el suelo y el mercado, moviendo a la baja el precio del producto para beneficio del comprador, acaparador e intermediario.
Ejemplo de todo esto son las grandes extensiones de tierra ocupadas por cultivos que no se cosechan por incosteables. En la costa todavía se pueden ver las parcelas de tamarindos abandonadas por el fracaso del producto en el mercado.
Sólo el mango, en el caso de los productores de Tecpan, ha resultado un cultivo rentable gracias a la particularidad del terreno en la zona de los Sanluises, cuya prodigalidad, dicen los mangueros locales, les permite presumir que es el único lugar donde los árboles comienzan a producir con el año nuevo, permitiéndoles ganancias millonarias, sin la asistencia puntual de la parte oficial.
Con Mariano y Alberto descubríamos que la fuerza avasalladora del capital penetra todos los rincones y que la globalización nos ha metido a todos en el mercado, a un paso de despojarnos de los medio de producción. Por eso las reformas salinistas al artículo 27 de la Constitución han encarnado en el Procede, con su opción casi obligada de titulación de las parcelas.
La desaparición de los ejidos será consecuencia de la falta de ejidatarios. Ahora inicia una fase de titulación de las parcelas cuyo resultado será la falta de materia para la vida ejidal. Con ello se dará un nuevo proceso de concentración del suelo debido a la venta de las parcelas y a la quiebra de quienes se hayan endeudado perdiendo sus hipotecas porque fracasaron en el mercado.
Si el secreto del mercado radica en vender caro y comprar barato, a los actuales ejidatarios les hace falta aprender de los grandes consorcios internacionales que se organizan por sector de actividad y despliegan acciones encaminadas al control del mercado.
Ahora los ganaderos están desorganizados y no saben nada de costos de producción. Son productores de becerros que venden en pie o en canal, a lo sumo. En la cadena productiva la gama de intermediarios que actúan entre el productor y el consumidor se queda con dos terceras partes del valor.
Así, en la Costa Grande se avizora la nueva conquista del territorio. Los capitales estadunidense y europeos ya han sentado sus reales, sólo faltaba la desincorporación de la tierra de ese lastre que es el ejido. En adelante el proyecto que René Juárez bautizó como Costa Verde, se hará realidad aunque en él no figuren ni Marianos ni Albertos, pues éstos, sin organización ni capacitación para participar en el mercado, sucumbirán como productores, condenados a vivir como peones en sus tierras o convertirse en braceros.