Federico Vite
Octubre 27, 2020
Rainey, el asesino (Era, México, 2002, 87 páginas), de Héctor Manjarrez, trae a cuento el viejo tema de la justicia por mano propia. Un asunto que nos permite fácilmente reflexionar sobre nuestro presente; en especial, cuando se evidencia la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos. En estos tiempos el odio se traduce como algo grande, mucho más grande que el Estado. La violencia es otra cosa. Pero sometiendo el libro a temas estrictamente literarios, estamos ante una nouvelle. Un texto que no es tan breve como un cuento ni tan extenso como una novela. Comúnmente se conoce a este tipo de cuerpos literarios con una palabra despectiva: noveleta. Sirva esto para decir que el número de páginas no es la vía más confiable para saber si estamos ante un cuento o una nouvelle (piense en El perseguidor, de Julio Cortázar; en Aura, de Carlos Fuentes. El primer título es un cuento; el segundo, no). La noveleta se caracteriza por trabajar exhaustivamente una sola trama.
En esta ocasión, Manjarrez despliega sus recursos para resolver el misterio que encierra la desaparición de un caballero inglés. El libro inicia así: “A las 10:34 am, el rubicundo y esbelto Sir John Rainey llegó en primera clase a King’s Cross Station. (Para quienes no conozcan la islas británicas, será útil señalar que, como buena parte de la aristocracia hereditaria nativa, Sir John era un imbécil y un fatuo.) No sabemos cuáles eran exactamente sus intenciones, ni si realmente esperaba partir de Londres al día siguiente”.
El autor hará que dos personajes se encuentren y consumen sus destinos: el oficial británico Sir John Rainey y el médico Juan Alberto Rainey Sáenz. El resultado de una serie de pesquisas realizadas por Juan Alberto es que Sir John Rainey asesinó a su sobrino: Jorge Alberto Santander. La muerte de ese chico, soldado argentino, impulsa al tío a buscar justicia. Ese motivo conduce a Juan Alberto a Londres para acorralar al oficial británico responsable del crimen. Es palmario que la estructura de esta nouvelle es triangular, cuyos ejes son los nombres que inician con J. El tono de la voz narrativa, déjeme decirle, es desenfadado y en ocasiones despectivo. Se trata de un registro que beneficia el tratamiento del tema.
La intriga de Rainey, el asesino ocurre en dos geografías: Argentina e Inglaterra. Como telón de fondo, Manjarrez recrea la guerra sucia y el fracaso de las Malvinas. No deja de llamar la atención que el protagonista sea un médico. Hay reminiscencias de Frank G. Slaughter, Hospital de sangre, Médicos en peligro, Mujeres de blanco y Cirujano del aire, en este volumen, aunque afortunadamente con mejores recursos y un mayor oficio literario que el del autor estadunidense.
Por principio, Manjarrez construye el suspenso. Sumado a la desaparición de Sir John Rainey, la voz narrativa hace referencia a misivas anónimas y llamadas telefónicas misteriosas que ponen los pelos de punta al Sir. Obviamente, la tensión entre los protagonistas incrementa. John Rainey es inglés; Juan Alberto Rainey, argentino. El latinoamericano es más joven que el europeo y asedia a su oponente en aras del ideal supremo de la justicia. La voz narrativa genera una cercanía favorable con el latinoamericano (hecho que queda bien resuelto al final del libro), gracias a esa proximidad se consuma el punto de vista y se agranda la proposición narrativa de Manjarrez, pues no sólo fundamenta el relato en un tono de literatura noir, sino que sumerge, por estancias, la anécdota principal (la venganza) en un elemento metaliterario, pues Juan Alberto, quien pasa unos días en Bariloche para afinar los detalles del plan, dice a una amiga que está escribiendo un cuento sobre un hombre que quiere hacer justicia matando al asesino de un joven. Así presenta el relato su “mise en abyme” (la “puesta en abismo” es un procedimiento narrativo que consiste en colocar dentro de una narración otra similar o del misma tema). Ellos hablan del cuento y aluden de manera fractal lo que hará Juan Alberto a Sir John.
Gracias a la correcta utilización de la elipsis, al manejo adecuado de los diálogos y el uso estupendo de una prosa concisa, sometida militarmente al punto y seguido, Manjarrez narra de manera afortunada una historia con varios tonos que transitan los registros estéticos del relato policial, el noir, el relato romántico y la metaliteratura, eso conduce a la creación de un nuevo orden moral. Y esa jerarquía de valores implica resoluciones que Juan Alberto no previó; por ejemplo, estar equivocado y lograr con sus actos una injusticia mayor.
El cierre de la novela está fundamentado en una vuelta de tuerca que resignifica todo lo especulado por Juan Alberto. Ergo: traicionar la justicia es más sencillo de lo que uno cree. Darle la espalda a un ideal mayor, para quien no está preparado, deviene en una valoración positiva del suicidio, otra forma válida de hacer justicia por mano propia. ¿No le parece así?
Manjarrez nos recuerda que para consumar una vuelta de tuerca (concepto tomado de una sabrosa novela de Henry James: The turn of the screw) es importante trabajar en las apariencias del texto; se deben cuidar con la ardua labor de la verosimilitud, como si un sastre trabajara cuidadosamente en una chaqueta de doble fondo. Recordemos que al narrar se crea un efecto, esa impresión que dan los hechos facilita la vuelta de tuerca, que no es otra cosa que la resignificación de lo planteado en el relato; es decir, la apariencia, ese conjunto de características o circunstancias, con la que se presenta a Sir John Rainey es la adecuada para que el lector experimente una súbita emoción agridulce al volver a mirar los hechos al final del libro. Eso logra Manjarrez y lo hace con suficiencia.